Medidas
A estas alturas, el mundo -mi mundo- ha sufrido ya suficientes derrotas como para haber aprendido -duramente aprendido- a aplicar soluciones individuales que permitan la supervivencia, por lo menos hasta el pr¨®ximo descalabro. No me estoy refiriendo al cinismo, aunque un poco de esa p¨®cima tan en boga no nos vendr¨ªa mal a quienes, como mucho, hemos hecho del escepticismo una trinchera de la que con demasiada frecuencia tenemos que salir gateando, arrastrados por la indignaci¨®n. Tampoco estoy hablando de usar el amor como refugio, porque el amor es casi siempre una cama con p¨²as o un gorri¨®n que acaba devorado por una boa constrictor. Pensemos en remedios sencillos.Lo primero es, al despertar, poner a Mozart. Puede que no existan Dios ni la Justicia, pero ah¨ª est¨¢ el concierto para oboe y flauta. A Mozart, digo yo, no nos o van a quitar. Lo segundo es ducharse utilizando un buen jab¨®n para la piel, de los que limpian en profundidad y dejan una pel¨ªcula protectora. Un jab¨®n unisex, que huela al despertar de la tierra en primavera.
Otra cosa: aprovechar los ratos libres y salir a lo verde a pasear, con o sin perro, y pensar, como yo pens¨¦ el domingo en la Casa de Campo, que aquel hermoso paisaje de encinas fue, hace m¨¢s de medio siglo, uno de los m¨¢s duros frentes de batalla de nuestra guerra civil. Y, sin embargo, aqu¨ª estamos.
Debo advertirles que todo lo anterior les dar¨¢ nulo resultado si, a lo largo de la jornada, no aplican a rajatabla la ¨²nica gran medida fundamental para evitar desajustes org¨¢nicos: negarse a contemplar el espejo del alma que es la cara del general Norman Schwarzkopf.
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