El Madrid resisti¨® al Spartak en Mosc¨²
ENVIADO ESPECIALPedro Jaro aprendi¨® hace ya mucho tiempo a prescindir de la verticalidad. Esta peculiaridad, impensable para cualquier otro jugador de campo, define la calidad de un guardameta. El trabajo de esta clase de futbolistas se desarrolla en continuo divorcio con aquello que pisan, virtud ¨¦sta -el saberse ajenos al suelo- que, parad¨®jicamente, les permite mantenerse enhiestos all¨ª donde los dem¨¢s patinan. Jaro evit¨® ayer en Mosc¨² que el Real Madrid condenara la eliminatoria de la Copa de Europa contra el Spartak al terreno de la gesta, de la haza?a, de la remontada bolo?esa en el Bernab¨¦u. La excepcional actuaci¨®n del portero malague?o, imponente sobre el g¨¦lido e impracticable c¨¦sped del estadio Lenin, regal¨® al campe¨®n espa?ol un empate sin goles que le coloca en ventajosa situaci¨®n para resolver con un m¨ªnimo de solvencia su acceso a las semifinales de la m¨¢xima competici¨®n continental.
Ante la imposibilidad del f¨²tbol, Jaro opt¨® por el raciocinio mientras que sus companeros tiraron del azar. Esta evidencia prueba la calidad de este portero silencioso que, as¨ª, sin hacer ruido, ha ocupado el puesto de Buyo en el arco y en el ¨¢nimo de la afici¨®n madridista y ha borrado de su historial el recuerdo de un triste gol que una noche de deb¨² recibi¨® ante el Milan.
Lejos del ¨¢rea peque?a, all¨ª donde reina el portero, el juego exige equilibrio, verticalidad, cierta adherencia al terreno.... y aborrece los leotardos, las suelas de goma y los guantes. Todos estos elementos reducen el espect¨¢culo a m¨ªnimos futbol¨ªsticos y lo condenan a circunstancias ajenas al mismo. El azar, por ejemplo. Jaro lo impidi¨® ac tuando de ap¨®sito para el pobre espect¨¢culo ofrecido por el Madrid, maniatado por tanta adversidad.
El Madrid no supo administrar en la primera mitad sus mejores rentas: la t¨¦cnica de sus individualidades y la velocidad de sus gregarios. Las condiciones del terreno de juego habr¨ªan convertido semejante utillaje en tecnolog¨ªa punta de haber existido la claridad de ideas suficientes y la confianza necesarias. Sin embargo, la presi¨®n sovi¨¦tica convirti¨® el trabajo madridista en un desatino constante a lo largo de esos primeros 45 minutos. El patad¨®n sustituy¨® a la amabilidad con el bal¨®n y el cielo, que no los espacios libres, fue el destino m¨¢s utilizado por los hombres de Di St¨¦fano para ubicar el cuero.
El Spartak, para el que tambi¨¦n existi¨® el cielo y la dureza infinita del suelo, mostr¨® durante ese tiempo mejores trazas. Jaro, muy concentrado en sus obligaciones, impidi¨® que sus compa?eros se fueran al vestuario en el descanso con un capazo de goles en la espalda. Shmarov, Kulkov y Karpin toparon con el cuerpo del guardameta madridista cuando se aprestaban a celebrar el gol. Fueron tres balones francos, trabajados y en absoluto producto de un patinazo o un despeje desafortunado. Por cierto, pese a todo, algo que espacio qued¨® para el raciocinio, en este caso patrimonio exclusivo del Spartak. Hubo otras ocasiones claras, como las que dispus¨ªeron Kulkov y el propio Shmarov, pero en ellas los jugadores torcieron la bota el bal¨®n se alej¨® del arco. Un perfecto marcaje a Butrague?o y la ubicaci¨®n de Perepadenko y Shalimov en las bandas desnutrieron totalmente al Madrid, ya que Llorente y Gordillo, los argumentos sobre los que Di St¨¦fano construy¨® la posibilidad de una sorpresa o, cuando menos, un gol, apenas encontraron carril. No pudo recurrir el campe¨®n espa?ol ni siquiera a la triste, pero efectiva, suerte del chutazo exterior, siempre d¨ªficil de deducir sobre superficies incontrolables.
La segunda mitad concluy¨®, al menos, con uno de los principios sobre los que hab¨ªa trabajado el equipo t¨¦cnico madridista: la efervescencia de la forma f¨ªsica del Spartak, exclusiva al comienzo y decreciente a medida que transcurr¨ªan los minutos. Y ello permiti¨® al Madrid dibujar su mejor jugada, tal vez la ¨²nica, del encuentro. Villarroya hall¨® el bal¨®n en el centro del campo y lo levant¨® para Gordillo hacia la banda izqu¨ªerda. All¨ª, ¨¦ste sac¨® lazo para controlarlo y a¨²n tuvo tiempo de acercarse al ¨¢rea, donde le esperaba Butrague?o Recibi¨® ¨¦ste la pelota, pero su jugada se diluy¨® como un azu carillo. Fue esto todo lo que dijo el Madrid ayer en Mosc¨² No se lo oy¨® m¨¢s. Previamente el Spartak hab¨ªa consumido sus ¨²ltimos caballos en una generosa internada por la derecha de Mostomov y en un ca?onazo a bocajarro de Radchenko que, una vez m¨¢s, Jaro consigui¨® frustrar.
El encuentro consagr¨® la calidad de este sobrio deportista, tal vez lo ¨²nico positivo de un partido condenado de antemano y que el Madrid solvent¨® en el marcador, pero no en el campo. Mariano Garc¨ªa Rem¨®n fue hace a?os El Gato de Odessa. Jaro espera ahora su apodo.
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