Los blindados fieles a Bagdad aplastan la revuelta en Basora
A las dos de la tarde casi todo hab¨ªa terminado. Los carros blindados T-72 de la Guardia Republicana se desplegaban desde el centro de Basora, aplastando bajo sus cadenas las barricadas levantadas a toda prisa en las callejuelas que desembocan en los suburbios. Sus altavoces lanzaban un interminable mensaje en ¨¢rabe de resonancias met¨¢licas, prometiendo que no habr¨ªa represalias para quienes se rindieran.
Peque?os n¨²cleos de resistencia, principalmente grupos shi¨ªes como el de Mohammed Bakr Hakim, segu¨ªan haciendo fuego hasta que se ve¨ªan rodeados y forzados a rendirse, encafionados por el armamento pesado de los blindados. La mayor¨ªa se hab¨ªan entregado. La causa estaba perdida ya cuando los grupos shi¨ªes empezaron a proclamar, en Damasco y Teher¨¢n, que hab¨ªan tomado el control.En el distrito de Ashar, las cuadrillas de desertores harapientos, hasta entonces unidas por el noble empe?o de combatir por agua y comida, abandonaron el mi¨¦rcoles su territorio a las ratas, que ro¨ªan pedazos secos de pan de harina de arroz..
La Guardia Republicana estaba venciendo en su primera batalla tras la guerra, pero sus jefes deb¨ªan sentir la vacuidad de la victoria, lograda sobre su propio pueblo, pobremente armado y escaso -cuando no carente- de munici¨®n.
En la calle Nasser, los ¨²ltimos supervivientes de una unidad, que ayer vest¨ªan orgullosamente uniformes de camuflaje y cintas rojas atadas a la manga, se escabull¨ªan ahora vestidos con un mufti civil, intentando distribuir las pocas armas que quedaban en refugios de confianza, donde quedar¨ªan escondidas hasta la pr¨®xima ocasi¨®n. Ten¨ªan munici¨®n, pero de un calibre inadecuado para los fusiles sovi¨¦ticos. La ¨²nica munici¨®n disponible estaba en los cargadores de los centinelas que observaban el avance de la Guardia Republicana.
El chirrido de las cadenas de los tanques se mezclaba con los alaridos del altavoz, advirtiendo que las tropas se acercaban, mientras los grupos rebeldes se disolv¨ªan y desaparec¨ªan. Mientras corr¨ªamos hacia el sur confiando en la relativa protecci¨®n de unos bloques de edificios de apartamentos, empezamos a o¨ªr el ruido de otra columna de tanques, esta vez procediendo del sur, justo enfrente de nosotros. Eran unidades que proced¨ªan de las cercan¨ªas de la zona ocupada por la fuerza multinacional, efectuando una cl¨¢sica maniobra de tenaza sobre Basora. Estaba claro que la ¨²nica salida era volver al r¨ªo, atravesando la chatarra causada por los bombardeos de hace unos d¨ªas -por donde era de esperar que los tanques no pasaran-, y rezando para que el iran¨ª que nos esperaba con un bote en la ribera no hubiera perdido los nervios.
En un momento de incre¨ªble tensi¨®n, antes de echarme a correr, escuch¨¦ una voz tras nosotros. Pude identificar que era una voz femenina y hablaba en franc¨¦s. Hay algo en las ciudades antiguas que, incluso en tiempo de guerra, persuade a los extranjeros para quedarse.
Corrimos desesperadamente hacia el lugar del r¨ªo donde el bote estaba amarrado. En ¨¦l hab¨ªa ya dos hombres de unos treinta a?os, que se proteg¨ªan del viento y de la lluvia con una caja de pescado embreada.
Sarta de maldiciones
Mientras recobraban el calor brot¨® de sus bocas una fuente de maldiciones que pronto se convirti¨® en torrente. Sadam, Bush, Fahd, Mitterrand, una imp¨ªa alianza de malditos. "?Por qu¨¦ no han venido? ?Por qu¨¦ les han dejado volver a ellos?", dijo uno de los hombres, cuyo nombre no puede citarse porque su familia est¨¢ a¨²n en Irak. Los grupos de la resistencia, dice, esperaban que tras la liberaci¨®n de Kuwait las fuerzas multinacionales les ayudaran, o que al menos impldieran el despliegue de los tanques pesados iraqu¨ªes en la provincia de Basora.De vuelta en Ir¨¢n, Fallah, un portavoz del grupo de Bakr Kakim, fue rodeado por la multitud en el muelle. Triunfante, ante las c¨¢maras, pregunt¨® detalles sobre la batalla, sobre las heroicas muertes de sus hombres. Luego, cuando los micr¨®fonos se cerraron, se alej¨®. "Nos han jodido", dijo.
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