El partido de los automovilistas
En Pasarela, una aldea cercana a la costa Da Morte, por donde pasa un peque?o r¨ªo llamado r¨ªo Grande, el autom¨®vil se ha cobrado otra joven v¨ªctima.
Esta es la versi¨®n contrastada del suceso: un domingo del mes de febrero, un muchacho de 18 a?os, trabajador de fontaner¨ªa, pide el coche a su padre para salir con los amigos. Aqu¨ª, como en todos lados, el auto es un elemento fundamental de prestigio en los ambientes juveniles, sobre todo a la hora de entablar relaciones con personas de otro sexo. Hay un problema: el muchacho no tiene carn¨¦ de conducir. Padre e hijo discuten. El primero asegura que prometi¨® comprarle un buen coche, todo lo potente que quisiera, cuando obtuviese la licencia. El lunes, el muchacho se niega a levantarse para trabajar. Al mediod¨ªa, los padres suben a la habitaci¨®n y la encuentran vac¨ªa. La ventana est¨¢ abierta. De ropa, el huido se ha llevado lo puesto. No tiene dinero ni comida. Cuando la ausencia se hace preocupante, los parientes y vecinos comienzan a rastrear la tierra brava y las cuevas marinas. Diez d¨ªas despu¨¦s, el oc¨¦ano devuelve su cuerpo a un arenal. Lo enterraron, en la estaci¨®n lluviosa, en un cementerio que mira al mar. Desde mi ventana, escuchando la salvaje balada de los cuervos vagabundos de Xallas, s¨®lo puedo musitar mentalmente la oraci¨®n de despedida al Gran Gatsby: "Felices los muertos sobre los que cae la lluvia". Am¨¦n.
El autom¨®vil mata, puede matar, todos sabemos hasta qu¨¦ punto. Tanto como una plaga o una guerra. Pero, ?a qu¨¦ matarse por un coche? Lejos de conducirnos a una reflexi¨®n sobre el absurdo, el suceso abofetea con la contundencia de lo real, como si de s¨²bito tuvi¨¦semos que aceptar de alguna forma que los anuncios televisivos rozan obscenamente las teclas del alma y que ya nunca m¨¢s nadie pueda decir, sin que el auditorio se muera de risa, que el dinero no hace la felicidad. El motivo por el que alguien se mata nunca es nimio para el que se mata. Nos gustar¨ªa creer que son siempre otros impulsos, m¨¢s legitimados literariamente, como un desenga?o amoroso o una crisis existencial, los que llevan a semejante desenlace. Pero, ?el coche! Y, sin embargo, matarse por un coche es mucha m¨¢s muerte que morir de resultas de un accidente de coche. La noticia de que alguien conocido ha muerto en un choque o al salirse de una curva nos parece ya algo sumamente natural, parte de la naturaleza que hemos construido, y lo aceptamos con rutinaria resignaci¨®n. S¨®lo lo otro, que alguien se mate por un coche, nos hace pensar en nosotros y en nuestro mundo.
Rafael S¨¢nchez Ferlosio, F¨¦lix de Az¨²a o Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo, a ra¨ªz de una pasada guerra que, entre otras cosas, restableci¨® el viejo orden mundial del petr¨®leo, apuntaron con tanto tino como impotencia a esa divinidad dominante, el autom¨®vil privado, a la que rinden, rendimos, pleites¨ªa con universal fundamentalismo. Junto con el campesinado, una de las figuras sepultadas a la chita callando por este llamado progreso es la del peat¨®n. Existen peatones, como existen no televidentes y abstencionistas pol¨ªticos, pero vienen a ser los b¨¢rbaros del sistema, una inc¨®moda fantasmagor¨ªa que media con vac¨ªo el ¨¢nfora de las estad¨ªsticas. Hablar hoy de peat¨®n es como viajar a un diccionario etimol¨®gico. Ya no aparece ni en las cr¨®nicas locales m¨¢s costumbristas. Y cuando surge en las p¨¢ginas de sucesos: "Atropellado un peat¨®n en un paso de cebra en la calle de la Virgen del Socorro" nos imaginamos a un b¨ªpedo ex¨®tico y desarraigado, acaso con bast¨®n y boina, abatido por la m¨¢quina del tiempo y las leyes de selecci¨®n de la especie.
En Espa?a no tenemos un partido de los automovilistas, quiz¨¢s porque todos lo son. La dial¨¦ctica peat¨®n /motorizado tuvo su importancia en los movimientos de humanizaci¨®n urban¨ªstica, en aquellos lejanos tiempos de los setenta en que ol¨ªan a frescura, como las sardinas no enlatadas, los colectivos progresistas —esos s¨ª— de arquitectos o las asociaciones vecinales. Hoy en d¨ªa, la ¨²nica dial¨¦ctica realmente existente es la de atasco /fluido, un enredo entre automovilistas y automovilistas, con los taxistas, camioneros y conductores de autob¨²s repartiendo coscorrones como Bud Spencer y los mensajeros de correos del Far-West. Incluso cuando se habla de la conveniencia de zonas peatonales, no se hace hincapi¨¦ en un necesario espacio zool¨®gico para los extra?os b¨ªpedos, sino en nuevas alternativas comerciales. El problema del tr¨¢fico, que parece haber desplazado en el tablero de preocupaciones sociales al paro o al terrorismo, s¨®lo en enfoques excepcionales se analiza desde una perspectiva radical, ecologista, de muda de modelo de vida, de cambio de dioses, por decirlo al modo ferlosiano. El problema del tr¨¢fico es un problema de y para los automovilistas. ?l, el coche, es el todo y por todos habla. Se trata de resolver c¨®mo los coches pueden ir m¨¢s r¨¢pidos y en mayor n¨²mero, sin que tengan que atropellar demasiados peatones, algo que resulta desagradable y costoso, sobre todo si el peat¨®n se resiste a morir.
En Suiza s¨ª que existe un Partido de los Automovilistas. Es uno de los fen¨®menos pol¨ªticos m¨¢s curiosos de los ¨²ltimos tiempos. Otro fen¨®meno, no tan curioso, por generalizado, es el de la creciente abstenci¨®n en los procesos electorales. La tasa de participaci¨®n, de un 80% en 1919, ha ido decreciendo consulta tras consulta, incluso tras la incorporaci¨®n del sufragio femenino, sobrepasando ahora mismo la abstenci¨®n (en las elecciones al Consejo Nacional) el 50%. En el libro L'homo politicus ¨¤ la d¨¦rive?, Matthias Finger y Pascal Sciarini se?alan que los abstencionistas son ya el "m¨¢s grande partido" del pa¨ªs, y se preguntan: ?Van los suizos a continuar apart¨¢ndose toda v¨ªa m¨¢s del sistema partidario, y si as¨ª es, con qu¨¦ consecuencias?
?Y qu¨¦ tiene esto que ver con el coche? La p¨¦rdida de votantes afecta a todos los partidos tradicionales. S¨®lo los nuevos partidos recogen nuevos electores. Una de estas fuerzas es el Partido de los Automovilistas (PA), denominaci¨®n que seguramente aqu¨ª ——y aunque todos nuestros partidos son automovilistas— nos suena a co?a marinera, como si se organizase el partido de los reum¨¢ticos o de los pescadores fluviales. En las elecciones de septiembre de 1989, el PA obtuvo el 3,6 % de los sufragios, aumentando un punto en relaci¨®n con los anteriores comicios. La creaci¨®n del PA —uno de sus lemas es provoiture (a favor del coche) — no es casual. Si hay alg¨²n movimiento en claro ascenso y con car¨¢cter alternativo en Suiza es el Partido Ecologista, que obtuvo un 12,6% de los votos en 1989 frente a un 5% en 1987. Los tradicionales protagonistas de la dial¨¦ctica izquierda /derecha no incorporaron grandes cuestiones que preocupan cotidianamente a los ciudadanos, y as¨ª se explica que los votantes del Partido de los Automovilistas se consideran, ideol¨®gicamente, mitad por mitad de derechas y de izquierdas. ?Discuten de pol¨ªtica en casa los suizos? Eso fue lo que le pregunt¨¦ el pasado a?o, en Lachen, al amigo Stefan. "?Ah, mucho! Mi hija mayor quiere un coche, y la peque?a se niega a sacar el carn¨¦".
Manuel Rivas es periodista y escritor.
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