El sue?o del cisne
Agust¨ªn Rodr¨ªguez Sahag¨²n se dirig¨ªa con vehemencia al Congreso de los Diputados: "D¨ªgalo, se?or Serra, salga en televisi¨®n y diga: 'Estamos en la estructura militar de la OTAN'; d¨ªgalo, sin verg¨¹enza, sin verg¨¹enza".S¨®lo al escuchar las r¨¢pidas carcajadas de los diputados, que hab¨ªan convertido el complemento circunstancial en un insulto, atin¨® a matizar: "Sin ninguna verg¨¹enza, quiero decir".
El alcalde Rodr¨ªguez Sahag¨²n -antes diputado, antes ministro, antes dirigente empresarial- ha despertado siempre la ternura, as¨ª en sus furibundos ataques como en su foto de campa?a. Su ¨¦xito de p¨²blico nace en las dulces frases del patito feo y en el fervoroso trabajo empresarial de Manolito, el otro pelopincho. Como personaje que parece salido de una tira c¨®mica, protagoniza decenas de chistes populares, pero guarda entre sus mejores secretos de Estado la direcci¨®n de su peluquero.
Todo es simp¨¢tico en ¨¦l, como en el patito que quer¨ªa ser un cisne: "Puede que yo no sea Gary Cooper", ha dicho, "pero s¨ª podr¨ªa ser Humphrey Bogart". Tal vez s¨ª, en efecto, por las dotes humanas de los personajes, pero no para doblarle en la banda sonora.
Su vida de cuento infantil empez¨® en ?vila, en 1932, hijo de un notario republicano. Ya en Bilbao, donde se busc¨® la vida su padre, represaliado, el joven Agust¨ªn sufre una enfermedad cardiaca y es operado dos veces -a los 14 y los 18 a?os- de una estenosis mitral. Despu¨¦s, en otras dos ocasiones ha estado a punto de no poder convertirse en cisne: en 1967, el a?o en que trabajaba en la Compa?¨ªa Petrolera Latinoamericana, SA, con sede en Caracas, decidi¨® regresar a Espa?a un poco antes de lo previsto. Al d¨ªa siguiente, la capital venezolana sufr¨ªa un tremendo terremoto con 600 fallecidos. Su hotel qued¨® destrozado.
Meses despu¨¦s, cambi¨® los billetes de un vuelo desde Nueva York. El avi¨®n que iba a tomar se estrell¨® en el oc¨¦ano.
Su mejor canto como cisne-alcalde ha durado dos a?os, un poco desafinado en los ¨²ltimos cuatro meses por un r¨¦gimen m¨¦dico de comidas que le ha hecho olvidar sus anteriores entusiasmos gastron¨®micos (aunque a veces se lo salta).
Ha perdido unos kilos, pero no el sentido del humor. Esto le permite aceptar la broma de los amigos que ponen en relaci¨®n ese r¨¦gimen, su desenfrenado ritmo de trabajo, y el nombre de su esposa, Rosa Mart¨ªnez, a quien ahora recuerdan tambi¨¦n con su segundo apellido, Guisasola: "Es que ahora" dicen, "s¨®lo guisa para ella".
Enseguida ser¨¢n dos, porque el patito vuelve a casa.
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