No queremos ser liberados
Cuando a Estados Unidos le vienen las Fiebres de liberaci¨®n, en todas partes (y particularmente en el Tercer Mundo) suenan las alarmas. Despu¨¦s de cada una de esas cruzadas, y a la vista de los escombros liberados, los sobrevivientes del salvaje no siempre se muestran agradecidos. Para liberar a Panam¨¢ de las garras (4filadas en el pasado por la CIA) del general Noriega, las pragm¨¢ticas tropas norteamericanas se vieron dolorosamente obligadas a matar a 3.0190 paname?os, a destruir totalmente el barrio El Chorrillo y a prometer al fiel presidente Endara una ayuda financiera y restauradora que a¨²n est¨¢ por llegar.Cuando la Uni¨®n Sovi¨¦tica y el bloque del Este dejaron de representar el tan anunciado peligro y los pa¨ªses del ex Pacto de Varsovia se apuraron a liberarse antes de que llegaran los libertadores de siempre, el Departamento de Estado pas¨® momentos de verdadera angustia al no tener a nadie a quien liberar, pero, afortunadamente para los intereses imperiales, Husein se acord¨® de la historia zonal (aunque se olvid¨® del desenlace de las Malvinas) y se propuso invadir Kuwait, no sin antes avisarle a la embajadora norteamericana en Bagdad que hab¨ªa decidido dar ese mal paso. La diplom¨¢tica le jur¨® sobre la Biblia que si ello acontec¨ªa su gran naci¨®n no iba a intervenir (?acaso Irak no hab¨ªa sido su aliado contra el sat¨¢nico Jomeini?); con ese inesperado aval, al futuro ¨¦mulo de Hitler se le acabaron las dudas y se meti¨® en Kuwait. Ante esa brutal agresi¨®n, el emir kuwalt¨ª, Ahmed al Sabaj, se vio obligado a interrumpir su discreta cuota anual de 100 aleccionantes deg¨¹ellos y busc¨® urgentemente alg¨²n refugio de cinco estrellas. Verdaderamente, un mal paso el de Sadam. Bush respir¨® tranquilo: ya hab¨ªa algo o alguien a quien liberar. Y Kuwait fue exhaustivamente liberado.
Hoy, ya expulsado el invasor ¨¢rabe, los kuwait¨ªes se agregan a la lista de contempladores de escombros propios y quiz¨¢ valoren cu¨¢nto mejor habr¨ªa sido negociar. El expeditivo general
Schwarzkopf quer¨ªa que la libe- i raci¨®n alcanzara tambi¨¦n a los kurdos, pero ¨¦stos tuviero la mala idea de empezar a morirse de hambre, de fr¨ªo, del c¨®lera y de la c¨®lera. En Panam¨¢, un tropas norteamericanas ofrec¨ªan seis d¨®lares por cad¨¢ver sepultado, pero quiz¨¢ en esta guerra sucia los cad¨¢veres no alcancen esa cotizaci¨®n.
?Ser¨¢ que el nuevo orden internacional empieza con un flagrante desorden? ?Se tratar¨¢ de un nuevo orden o de una nueva orden? Por ejemplo: iapunten! ?fuego!, o tal vez: ?media vuelta a la derecha! Sin duda esta, ¨²ltima orden ha sido obedecida los diversas naciones, por militares y gobernantes, por conservadores y hasta por socialdem¨®cratas, que tambi¨¦n se han replegado en buen orden (internacional).
Sin soluci¨®n de continuidad, el mundo pas¨® de la guerra fr¨ªa a la guerra sucia. Una ma?ana, al despertar, nos encontramos con que ya no hab¨ªa Segundo Mundo, ya que hab¨ªa pasado a ser furg¨®n de cola del Primero. Ahora sabemos que el abismo entre el Primer Mundo y el Tercero es cada d¨ªa mayor, tal vez porque nadie se ha ocupado de proveer esa vacante dejada por el Mundo Dos.
Hay quien dice que el nuevo orden internacional ser¨¢ otro Yalta, pero en aquella denostada reuni¨®n hubo por lo menos tres protagonistas, mientras que este nuevo Yalta ser¨¢ un mon¨®logo bushiano (ni siquiera estar¨¢ la Thatcher para hacer de partenaire) o acaso un r¨¦quiem por la pobre ONU, creada en 1945 para preservar la paz y limitada hoy a respaldar la guerra. Una de las mayores tristezas de este siglo de im¨¢genes fue contemplar a P¨¦rez de Cu¨¦llar, secretario general de la ONU, volando de aqu¨ª para all¨¢ y viceversa, como recadero de una poderosa naci¨®n que durante largos periodos se neg¨® a pagar su obligatoria contribuci¨®n a la Organizaci¨®n de las Naciones Unidas. Es cierto que la ONU es s¨®lo lo que sus miembros quieren que sea, pero esta vez lo decidi¨® el Consejo de Seguridad, que actu¨® y resolvi¨® (tambi¨¦n el veto ha fenecido) como una vergonzante agencia del Departamento de Estado.
Este final de siglo confirma que la tan mentada pax americana es apenas un seud¨®nimo de casus belli. En los ¨²ltimos 50 a?os, a Estados Unidos nunca le interes¨® la consolidaci¨®n de la paz. Su mayor concesi¨®n ha sido hasta ahora la guerra fr¨ªa, ya que ¨¦sta le permite seguir vendiendo armas, que, en definitiva, es su industria prioritaria. Cada vez que aparece en el horizonte de la pol¨ªtica internacional una propuesta de paz' a corto o a largo plazo, los norteamericanos hallan siempre un motivo para liquidarla. Si bien Br¨¦znev y Carter firmaron en 1979 el tratado Salt II, el Congreso norteamericano nunca lo ratific¨®. Cuando, en plena crisis (todav¨ªa no guerra) del Golfo, Gorbachov y hasta el aquiescente Mitterrand intentaron presionar para que se siguiera negociando, con el fin de evitar la confrontaci¨®n armada, Bush rechaz¨® tajantemente el sondeo pacificador y resolvi¨® ipso facto la invasi¨®n. Esa, es la tradici¨®n norteamericana, que incluye antecendentes tan reveladores como Hiroshima o el bombardeo a Libia, adem¨¢s de Santo Domingo, Granada, Panam¨¢ e tutti quanti.
Incluso las palabras nuevo orden traen el recuerdo ominoso (y nada casual) de antiguos sin¨®nimos. "Somos los padres del nuevo orden", dijo un euf¨®rico Bush. ?Ah, s¨ª? ?Y los abuelitos? No faltar¨¢ un mal pensado que traiga a colaci¨®n el ordine nuovo de Mussolini y el neue ordnung de HitIer.
Es obvio que ni los derechos humanos ni la vigencia democr¨¢tica fueron acicates prioritarios para desencadenar la Tormenta del Desierto. Nada hay menos democr¨¢tico que los monarcas petroleros del Golfo, amigos entra?ables de Estados Unidos que suelen ajusticiar en la plaza p¨²blica a ladrones, criminales y ?ad¨²lteros! Ni siquiera el famoso petr¨®leo fue un motivo tan relevante corno se proclama. S¨ª lo fue la voluntad expresa de mostrar, tanto al Tercer Mundo como a sus viejos y nuevos aliados europeos, que desde ahora el que ordena, invade y dicta la ley es Estados Unidos y punto. Desaparecido el riesgo de una confrontaci¨®n m¨¢s o menos equilibrada con la URSS, todo resulta m¨¢s f¨¢cil en la carrera hegem¨®nica. Si Irak, insistentemente pregonado como el cuarto poder militar del orbe, nada pudo hacer contra las armas supermodernas del Pent¨¢gono, ?qu¨¦ pueden pretender los pa¨ªses peque?os, subdesarrollados, endeudados y hambrientos del Tercer Mundo? El jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas norteamericanas, general Colin Powell, acaba de anunciar que no descarta una intervenci¨®n militar estadounidense en El Salvador "si es necesario para defender la libertad". Es decir, que El Salvador puede ser el pr¨®ximo pa¨ªs a ser liberado. No habr¨¢ muchos riesgos. El Salvador, la naci¨®n m¨¢s peque?a de Am¨¦rica, s¨®lo tiene 21.000 kil¨®metros cuadrados de superficie, de manera que no es probable que el Pent¨¢gono necesite, como en el Golfo, el apoyo log¨ªstico de 29 pa¨ªses para liberarlo. Estas liberaciones siempre constituyen un buen negocio armament¨ªstico-empresarial: las armas destruyen, las empresas reconstruyen.
Samuel Huntington dijo hace tiempo (lo menciona Bud Flakoll en un reciente reportaje) con sencillo cinismo: "Demasiada democracia es mala". ?Para qui¨¦n? ?No ser¨¢ mala de
Pasa a la p¨¢gina siguiente
Viene de la p¨¢gina anterior
masiada soberbia? Despu¨¦s de todo, tal vez Husein haya sido un b¨¢rbaro t¨ªtere que involuntariamente se prest¨® (trayendo destrucci¨®n y muerte a su propio pueblo) a un descomunal ejercicio de soberbia. Poco l¨²cido, y, sobre todo, poco l¨ªder. Su hipocres¨ªa casi vocacional le arrastr¨® a una pr¨¢ctica del rid¨ªculo, poco menos que in¨¦dita en la historia de las conflagraciones, que le hizo desperdiciar la ocasi¨®n de liderazgo que necesitaba el mundo ¨¢rabe. Su irrefrenable locuacidad le llev¨® a seguir proclamando su victoria en el mismo instante en que sus tropas retroced¨ªan a grito pelado.
S¨®lo Bush logr¨® superar a Sadam en hipocres¨ªa, palabra clave de esta guerra sucia. Por lo pronto, prohibi¨® a la televisi¨®n que mostrara cad¨¢veres, no fuera a repetirse el des¨¢nimo en cadena que anticip¨® el desastre de Vietnam. Ergo: lo malo no es matar, sino mostrar cad¨¢veres. La ¨²nica vez en que perdieron el control de la imagen, cuando el bombardeo al refugio de Bagdad, con 1.000 civiles muertos, trataron de tapar ese traspi¨¦ publicitario con el incre¨ªble cuento de que los muertos eran militares (?tambi¨¦n los ancianos? ?tambi¨¦n los ni?os?) disfrazados de civiles. Como imaginaci¨®n, cero en conducta. Como conducta, cero en Imaginaci¨®n.
Para el Tercer Mundo, la combinaci¨®n debilitamiento de la Uni¨®n Sovi¨¦tica m¨¢s victoria de! Golfo puede resultar sencillamente aterradora. Lo primero, por la ruptura de] equilibrio militar internacional que de alg¨²n modo serv¨ªa para contener la5 ansias dominadoras de Estados Unidos; lo segundo, porque la soberbia y el menosprecio resultantes de ese triunfo (vaya, vaya: 30 pa¨ªses contra uno) puede estimular las aventuras imperialistas m¨¢s descabelladas.
?Qu¨¦ hacer?, Interrogaba premonitoriamente el pobre Lenin. Pues no hay muchas opciones. Se oyen ofertas. Mientras tanto, rec¨¦mosle al Santo Padre, a Moloc, a Venus Afrodita, a Siva, a Od¨ªn, a Zeus, a Baal, a Al¨¢, a Tezcatlipoca y otras conspicuas divinidades, a fin de que, como colectivo, traten de convencer a Bush y a Powell de que no vengan a liberarnos.
Mario Benedetti es escritor uruguayo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.