?De d¨®nde venimos?
La idea de que la pol¨ªtica, los intereses y la corrupci¨®n democr¨¢tica son las causas vergonzantes de la guerra del Golfo, ha quedado ah¨ª, sin matices, en el aire que respira el ciudadano de este pa¨ªs. Dec¨ªa el director de este peri¨®dico en la introducci¨®n del Anuario 1991 de EL PA?S que "no comparto la idea de quienes han afirmado que el debate sobre el conflicto ha sido pobre, primario y plagado de insultos" Lamento no coincidir con Joaqu¨ªn Estefan¨ªa, aunque hay, efectivamente, excepciones amables en la defensa de las ideas que m¨¢s han contribuido al descr¨¦dito de lo pol¨ªtico durante estos meses. Como resultado final de aquel debate, circula y se alienta la idea de que la democracia no es sino la forma de encubrimiento de intereses indecibles.Ninguna de las dos organizaciones importantes, cuantitativa, o cualitativamente, enfrentadas en la guerra civil espa?ola ten¨ªan una idea positiva o moderna de los partidos pol¨ªticos: ni la Falange, que marc¨® con su mitolog¨ªa al bando nacional, ni la CNT, que puso el carisma popular en el republicano, tuvieron gran aprecio hacia los grupos de inter¨¦s organizados en ideolog¨ªas. Las razones no eran las mismas, y los m¨¦todos, esencialmente, tampoco. El sindicato defendi5 con su movilizaci¨®n la causa democr¨¢tica, y aunque el juicio de historiadores contrarios, los m¨¢s numerosos e influyentes, le sea bastante adverso, lo cierto es que super¨® las tentaciones demag¨®gicas que le ven¨ªan del sector m¨¢s populista del falangismo, ya antes de la guerra (y que continuaron despu¨¦s de ella), y aline¨® a sus afiliados con la causa republicana m¨¢s all¨¢ de la mitolog¨ªa antipartidaria que compart¨ªa con los alzados.
Que estas dos fuerzas antipatidarias fueran las m¨¢s populares en la g¨¦nesis mitol¨®gica de la guerra civil no es un hecho intrascendente: representaban una parte sustancial del coraz¨®n pol¨ªtico de la Espa?a de su tiempo y expresaban algo m¨¢s que un moment¨¢neo estado de ¨¢nimo. Si la Falange, en general, asumi¨® la defensa de los valores religiosos m¨¢s reaccionarios del esp¨ªritu contrarreformista, con violencia e intolerancia, la CNT se convirti¨® en la expresi¨®n m¨¢s viva y espont¨¢nea del sentimiento aparentemente antirreligioso y antipol¨ªtico de una parte grande del pueblo m¨¢s activo e insumiso. Lo que se ha dado en llamar las dos Espa?a.
Habr¨ªa que ir pensando en llamarlo, sin embargo, las dos formas de la religi¨®n en Espa?a. Formas que consiguieron una adhesi¨®n efectiva o simb¨®lica e instituyeron una mitolog¨ªa y una comunidad que la un¨ªa a proyectos trascendentes: la Espa?a eterna, justa y jer¨¢rquica, o la revoluci¨®n igualitar¨ªa, individualista y solidaria al tiempo, antiburocr¨¢tica y espont¨¢nea.
Enfrentadas ambas organizaciones con sus instancias reales de poder, fueron perdiendo capacidad pol¨ªtica (en la guerra o en la posguerra) hasta convertirse en componentes casi folcl¨®ricos de sus respectivos bandos. La valoraci¨®n hist¨®rica de la guerra civil se convirti¨® en un debate econ¨®mico o jur¨ªdico, olvidando los historiadores los aspectos simb¨®licos de falangistas y anarquistas, unidos en el descr¨¦dito de la pol¨ªtica. La explicaci¨®n del sustrato cultural de la guerra fue relegada.
Ahora, tantos a?os despu¨¦s, quiz¨¢ sea preciso desandar ese camino de olvidos para recordar que una parte grande del pueblo, entonces enfrentado, estaba unido, sin embargo, por un hilo com¨²n de sentimientos antipol¨ªticos, y que ese hilo est¨¢ aqu¨ª, enred¨¢ndose en los pies del pueblo de ahora, que a¨²n no se ha hecho una idea exacta de lo que es una democracia repre sentativa. La mitolog¨ªa antipol¨ªtica permanece, pese a algunas apariencias en contrario, y rebrota a cada exceso de los grupos de inter¨¦s. La idea de que la democracia en s¨ª misma resuelve los problemas es una idea autoritaria heredada del caudillaje hist¨®rico hispano, que proyecta en el sistema democr¨¢tico las expectativas que se pon¨ªan en el l¨ªder carism¨¢tico. La idea de la regulaci¨®n ordenada y libre de los intereses de los individuos a¨²n no forma parte del sentido com¨²n popular ni tampoco de alguna parte de las ¨¦lites inte lectuales.
No me refiero a la abstenci¨®n, que con ser a veces elevada no llega a ser escandalosa; hablo de la gente que ejerce en p¨²blico su derecho al voto y expresa en privado sus serias dudas hacia la pol¨ªtica y los pol¨ªticos: es gente de Izquierda o derecha, sin que su lealtad de voto parezca definitoria de ese proautoritarismo de larga ra¨ªz hist¨®rica.
Si venimos de ese coraz¨®n profundo y antipol¨ªtico, no cabe descartar una permanente tendencia regresiva, con modernizaci¨®n o sin ella, hacia ese para¨ªso ideal sin pol¨ªticos y sin pol¨ªtica. Los art¨ªculos y editoriales que se leen en la prensa (y en el tema del Golfo es una mina para estas hermen¨¦uticas) son mayoritariamente antipol¨ªticos, ya se trate de azacar al partido en el poder o a alguno de la oposici¨®n: la moraleja es siempre parecida y est¨¢ emparenta da con las dos religiones espa?olas. El reciente pacifismo del Golfo, con sus excepciones, era esencialmente aritipol¨ªtico. Las cr¨ªticas ante las diversas sospe chas de esc¨¢ndalo pol¨ªtico en los ¨²ltimos meses; han sido en su mayor¨ªa antipol¨ªticas. La lectu ra de la prensa no es alentado ra, y la voz del tremendismo Po l¨ªtico suena cada vez m¨¢s alta.
Yo no creo que haya una gran diferencia en este momen to entre la opiril¨®n p¨²blica y la opini¨®n publicada: los medios de comunicaci¨®n representan bastante bien, en su variedad, las ideas de esa ¨¦llite de empre sarios, profesionales y trabajadores que gobiernan en sentido amplio (de derecho o de hecho) este pa¨ªs. No de todo el pa¨ªs, pero s¨ª de sus minor¨ªas m¨¢s determinantes.
Aquella tensi¨®n hist¨®rica entre las dos formas de la religi¨®n hispana, el anarquismo y la contrarreforma, ya no se da en los t¨¦rminos de entonces ni entre aquellas fuerzas, pero permanece aquello que unifica a los contrarios: un descr¨¦dito de la pol¨ªtica que, aun larvado, emerge eventualmente y se adhiere a ideolog¨ªas de diverso signo, como corresponde al sustrato m¨ªtico del pa¨ªs.
Creo que ning¨²n partido o ciudadano est¨¢ exento de tal herencia simb¨®lica, porque los demonios familiares del pa¨ªs, al contrario de lo que pensaba Franco, no son los de la pol¨ªtica, sino los de la antipol¨ªtica: aquello que ¨¦l represent¨® durante tantos a?os y que sigue en nuestro coraz¨®n profundo al margen de nuestras m¨¢s expl¨ªcitas creencias.
Para los profesionales de la semi¨®tica o de los an¨¢lisis de contenido, ah¨ª est¨¢ ese fant¨¢stico material de la prensa de los ¨²ltimos meses para dar fe cient¨ªfica de esas permanencias transideol¨®gicas. Y aunque es bueno autotitulamos dem¨®cratas, por aquello de la teor¨ªa del etiquetaje y de la profec¨ªa autocumplimente, no es bueno olvidar nuestros sustratos hist¨®ricos, por aquello otro de que la cabra tira al monte, y tira m¨¢s cuanto m¨¢s tirante se ponga una situaci¨®n, como podr¨ªa ocumr en el mundo a poco que se d¨¦ esa nefasta confluencia de factores que algunos signos anuncian.
No ser¨¢ as¨ª, probablemente, y el pa¨ªs seguir¨¢ su rumbo normalizado. Pero la sospecha de que no somos lo que decimos ser es algo m¨¢s que una hip¨®tesis de trabajo: puede ser esa ¨²ltima verdad a la que duele enfrentarse, pero a la que, como Estado moderno, estamos obligados a considerar: una ¨²ltima sombra acosa nuestras creencias politicas, a modo de contrapunto a tanta bondad verbalizada, a tanta burocracia del alma o de los buenos sentimientos, que nos transforma en ¨¢ngeles, pero ¨¢ngeles de ese infierno peculiar que es la historia de Espa?a, tan lleno de buenas intenciones como todos los infiernos.
es soci¨®logo.
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