El espejo de los esp¨ªas
La grabaci¨®n de un par de conversaciones privadas de Txiki Benegas y su publicaci¨®n en los medios de comunicaci¨®n han provocado una cierta marejadilla pol¨ªtico-period¨ªstica. Hemos tenido indignaci¨®n, entusiasmo, recochineo, descalificaciones insultantes, denuncia ante el juzgado, etc¨¦tera. Reflexi¨®n, por el momento, bastante poca. Sin embargo, el caso se presta a darle unas cuantas vueltas m¨¢s al estatuto de la intimidad en la sociedad tecnol¨®gica avanzada, descoyuntado entre el C¨®digo Penal y los intereses gremiales que est¨¢n en juego. Un asunto del mayor inter¨¦s, que ata?e a un derecho fundador de la modernidad y juntamente comprometido como nunca por esta misma. La verdad es que las elecciones municipales son bastante poca cosa al lado de lo que aqu¨ª se ventila: pero me temo que todo lo que vaya a decirse sobre el caso quede reducido a puro forcejeo electoral. Me gustar¨ªa se?alar, a modo de provocaci¨®n al debate, la fragilidad de ciertos supuestos implicados en la complacencia ante lo aqu¨ª sucedido. Y ello, desde luego, dejando de lado el punto de vista legal -en el que no soy competente- y aceptando sin reservas que en el comportamiento de estos periodistas no se ha dado motivaci¨®n distinta ni menos noble que la apasionada vocaci¨®n de informar.Para empezar, es inaceptable dar por hecho que un hombre p¨²blico no tiene derecho a la intimidad, o que s¨®lo lo tiene en cuanto se refiere a cuestiones privadas (sexo, por ejemplo), pero no a opiniones sobre asuntos p¨²blicos. En una sociedad como la nuestra, todos somos m¨¢s o menos p¨²blicos, es decir, todos desempe?amos funciones que interesan al p¨²blico y que pueden ser p¨²blicamente controladas. No por ello dejan de ser inviolables nuestra correspondencia, o nuestras conversaciones telef¨®nicas, o nuestro domicilios. Por mucho papanatismo curioso que rodee al se?or conocido (demasiadas vecesalentado por ¨¦l mismo, desde luego), eso no le exime de responsabilidades ni derechos ante las leyes iguales a los de cualquier otro (incluido, sin duda, testimoniar personalmente en los tribunales, y no por escrito). Las sociedades arcaicas endiosaban a ciertos individuos, sea haci¨¦ndolos invulnerables o excepcionalmente vulnerables (a menudo ambas cosas, sucesivamente): se supone que las democracias modernas marcan el fin de tales endiosamientos ambiguos.
Tampoco es cierto que s¨®lo los asuntos personales (afectivos, familiares, etc¨¦tera ... ) deban ser respetados como ¨ªntimos. Las opiniones pol¨ªticas, sociales o religiosas de cada cual no tienen por qu¨¦ ser divulgadas a traici¨®n. Por ejemplo, el voto electoral es secreto, a pesar de expresar una de las dimensiones m¨¢s p¨²blicas del ciudadano: a muchos les interesar¨ªa saber el color de la papeleta que depositan en la urna los famosos, pero si se consiguiera por alg¨²n medio sustraerlas y darlas a conocer se estar¨ªa sin duda agrediendo anticonstitucionalmente la dignidad de esas personas. Que algo interese a alguien no es motivo suficiente para que sea leg¨ªtimo hacerlo p¨²blico. Nadie tiene derecho a enterarse de todo lo que le interesa o le concierne. Me intersa (?y mucho!) lo que piensan de m¨ª mi mujer, mis hijos, mis amigos, mis companeros de trabajo, etc¨¦tera, pero ello no me autoriza a intervenir su correspondencia ni su tel¨¦fono o a poner micr¨®fonos bajo su cama. En el terreno pol¨ªtico es l¨ªcito que se haga p¨²blico el fraude o la ilegalidad (cuando se ocultan, en el caso de que un pol¨ªtico soborne o ampare cualquier tipo de terrorismo, por ejemplo), pero no cualquier comentario privado sobre pol¨ªtica de un pol¨ªtico, porjugoso que pueda resultarles a algunos curiosos.
Lo que diferencia la transparencia democr¨¢tica del espionaje generalizado en los totalitarismos es el reconocimiento de ¨¢reas inviolables en la vida de cada persona. Si se quiere, el derecho a la hipocres¨ªa. La veracidad y la sinceridad s¨®lo son virtudes all¨ª donde la convenci¨®n admite la mentira; la vida libre s¨®lo es soportable admitiendo que hay que saberjugar con varios niveles distintos de lenguaje, cada uno con sus propias pautas, desde la cortes¨ªa a la ret¨®rica amorosa. Quien viole este juego no encontrar¨¢ por ello la verdad absoluta, sino que puede ser atrapado en su propio cepo. Al que esconde micr¨®fonos le parece verdad lo que oye no por lo que all¨ª se dice, sino s¨®lo porque a ¨¦l no le correspond¨ªa escucharlo. Pero donde se sabe que las paredes oyen, el menos bobo aprende a decir secretamente lo que quiere que sea fervorosamente cre¨ªdo por los desconfiados. Como cualquiera puede descubrir en las novelas de espionaje, la omnipresencia de este fisgoneo termina por anular la revelaci¨®n que busca..., envileciendo, eso s¨ª, a todos los implicados y a la propia verdad, pobrecilla. No hay nada m¨¢s manipulable que la sinceridad forzosa, ni m¨¢s f¨¢cil de fingir, ni m¨¢s sonrojante de imponer o de disfrutar.Por lo dem¨¢s, ?acaso resulta tan decisiva la informaci¨®n as¨ª adquirida? ?Se le abrir¨¢n al sufrido pueblo los ojos al enterarse por fin de que los pol¨ªticos dicen tacos, se ponen zancadillas entre s¨ª o admiten en privado lo que niegan en p¨²blico? ?M¨ªsera catarsis, a fe m¨ªa! ?Vale la pena comprometer valores serios por el gustazo de refocilarse en tales chorradas? Me parece que el verdadero problema pol¨ªtico de la democracia no es la ausencia de informaci¨®n, por imprescindible que ¨¦sta sea, sino la falta de lucidez para asumirla y el bloqueo de los cauces participativos que permitir¨ªan aprovecharla. Un ejemplo, al desgaire. Poco despu¨¦s de acabar la guerra del Golfo le¨ª una entrevista con un alto representante de la asocicaci¨®n M¨¦dicos Sin Fronteras. El periodista le pregunt¨® si hab¨ªa visto muchas v¨ªctimas civiles en los hospitales iraqu¨ªes y repuso que no, s¨®lo muy pocas; en cuanto al estado de Bagdad tras los bombardeos dijo que la mayor¨ªa de los desperfectos correspond¨ªan a edificios oficiales, mientras que los domicilios particulares aparecian relativamente inc¨®lumes. No he le¨ªdo a ninguno de los que tanto se preocuparon por el posible holocausto de la poblaci¨®n iraqu¨ª mostrar alivio ante tales nuevas: ?habr¨ªan conservado su indiferencia si el informe de dicho doctor hubiese sido de signo catastr¨®ficarnente opuesto?
Sin embargo, poca justificaci¨®n tienen los gobernantes para escandalizarse ante tales m¨¦todos. ?No son ellos los que han puesto de moda las escuchas para pillar a sus adversarios? ?No amenazan con revelar los nombres de quienes utilizan privadamente sustancias que ellos desaprueban? ?No se ha violado hasta la saciedad la intimidad de Maradona o de Laura Antonelli? ?No pretenden, en nombre de Santa Seguridad, imponer la identificaci¨®n forzosa por la calle, retener durante unas cuantas horas a sospechosos o entrar en los domicilios sin mandamiento judicial? A Txiki Benegas le han tratado como a un presunto narcotraficante: le han aplicado el en otras ocasiones tan aplaudido todo vale. ?No ha repetido Corcuera la jaculatoria de todos los inquisidores: "Quien nada tiene que ocultar nada debe terner"? En cuanto el adolescente se encierra por dentro en su cuairto, pap¨¢ llama a la puerta: "?Qu¨¦ haces?, ?abre!". El chico responde: "No estoy haciendo nada". Y pap¨¢: "Si no hicieras nada, no te encerrar¨ªas. ?Te digo que abras!". Quiz¨¢ en su clausura el chaval se l¨ªa un porro o se rriasturba con fotos pornogr¨¢ficas, ?vaya usted a saber! Pero, ante todo, se va convirtiendo en persona libre, con perd¨®n de pap¨¢. Y si pap¨¢ no le deja en paz,que no se queje de verse antes o despu¨¦s pagado con la misma moneda...
Fernando Savater es catedr¨¢tico de ?tica de la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
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