El patrimonio de la informaci¨®n
Comprendo y comparto la preocupaci¨®n de Fernando Savater (EL PA?S, 11 de mayo) por defender el derecho a la intimidad de los hombres p¨²blicos. Un derecho que es por su misma naturaleza inalienable, garantizado por la Constituci,5n, aunque desgraciadamente haya sido tratado tantas veces como fungible, tiene que ser defendido frente a la curiosidad insaciable de vecinos y periodistas. No es posible la convivencia sin la privacidad personal. Los cazadores furtivos que violan este coto privado deben ser perseguidos no s¨®lo como ladrones, sino como destructores de la imagen y de la personalidad. No es concebible una sociedad libre sin la garant¨ªa de la inviolabilidad de las comunicaciones privadas.Pero ¨¦ste no es todo el problema. La generalizaci¨®n de las premisas podr¨ªa proporcionar argumentos tan totalitarios como los que el mismo Savater trata de descalificar. Si la intimidad es intocable y sus fronteras se dejan a la libre decisi¨®n de la intencionalidad del protagonista, los dictadores podr¨ªan tener algo de raz¨®n cuando patrimonializan o declaran reservada toda la zona de indagaciones y motivaciones con las que tratan de amparar las leyes dictadas a su antojo.
De ah¨ª la necesidad de distinguir o establecer l¨ªmites objetivos en esos cotos priva, dos que surgen al amparo del mismo juego democr¨¢tico. Es verdad que todo ciudadano tiene algo de p¨²blico, si confundimos lo publico con todo aquello que excita la curiosidad o la voracidad de los otros. A mi modesto entender, sin entrar en disquisiciones jur¨ªdicas en las que tampoco soy competente, aqu¨ª no hablamos del hombre p¨²blico gen¨¦rico: todo aquel que tiene publico, que atrae la curiosidad de las gentes devoradoras insaciables de la vida de los famosos.
Estamos discutiendo el derecho a secuestrar los asuntos p¨²blicos, bajo la forma de la intriga, de la pol¨ªtica de pasillo o incluso del secreto de Estado, por la simple conveniencia personal o de intereses partidistas. Por eso tenemos que centrar la discusi¨®n exclusivamente en el profesional de la pol¨ªtica, en el hombre p¨²blico que ha sido elegido por el voto popular para gestionar asuntos que afectan de lleno a la organizaci¨®n de nuestras vidas. El hecho de que el autor, por conveniencia personal, no destine sus expresiones al p¨²blico no parece que pueda sin m¨¢s atropellar el derecho de sus electores a estar al corriente de lo que les afecta tan directamente.
Discutimos la posibilidad de establecer l¨ªmites claros en zonas por lo general pantanosas, sumamente complejas, que no admiten planteamientos simples. Tan absolutista es dejar a la voluntad del protagonista las fronteras de lo que pertenece por su naturaleza a lo p¨²blico y que ¨¦l esconde en las bodegas de su intimidad como levantar la veda y abrir las puertas de la intimidad a cualquier curioso de las comunicaciones personales. Ambas posiciones extremas optan por el tuciorismo. Se inspiran en el temor de que, liberando una parte, se legitime la invasi¨®n de todo el campo de la comunicaci¨®n personal. Sin embargo, no parece tan dificil distinguir en la actividad del gestor p¨²blico lo que pertenece a su personal intimidad de aquello otro que es por s¨ª mismo patrimonio de todos.
Tan democr¨¢tico es asegurar la libertad de comunicarse como colaborar para que los asuntos p¨²blicos, encomendados a un pol¨ªtico, no sean hurtados a sus verdaderos propietarios. La informaci¨®n sobre lo p¨²blico no es patrimonio personal de sus gestores. Descalifico cualquier forma de espionaje pol¨ªtico. Y pienso que la mejor forma de perseguirlo es hacerlo innecesario. La transparencia de cualquier conflicto que afecta a la conformaci¨®n y fiabilidad del voto democr¨¢tico refuerza la libertad y el secreto que debe amparar al elector.
Seguridad en las comunicaciones personales y participaci¨®n en las decisiones p¨²blicas no son irreconciliables. Basta no confundir la curiosidad del p¨²blico por lo que es naturalmente privado con el derecho ciudadano a que no se le prive de lo que realmente le pertenece.Jos¨¦ Mar¨ªa Martin Patino es jesuita y director de la Fundaci¨®n Encuentro.
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