Le regalo un coche atascado
Los ciudadanos espa?oles creen que buena parte de su felicidad diaria depende del tr¨¢fico
Hace calor, el asfalto est¨¢ caliente. Un autob¨²s de color naranja chill¨®n est¨¢ cruzado en la avenida; en sus cristales, un letrero miente: "Aire acondicionado". Decenas de personas sudorosas, quiz¨¢ cien, soportan cuerpo a cuerpo su atasco cotidiano, compartido, sin embargo, con otras v¨ªctimas que al volante de sus veh¨ªculos maldicen al conductor del autob¨²s. ?ste, a su vez, echa la culpa de su inc¨®moda par¨¢lisis a varios taxistas. Un guardia urbano, con el rostro congestionado, se dirige alterado a un conductor, presunto culpable del colapso. El ciudadano, m¨¢s afectado que el agente, sale del coche, y grita: "Se lo regalo, para usted, que yo me voy andando".
Eso, exactamente eso, sucedi¨® el pasado d¨ªa 14, sobre las dos de la tarde, en la confluencia de las calles de Asunci¨®n y Virgen de Luj¨¢n, en Sevilla. Situaciones parecidas, no obstante, se producen cada d¨ªa por todo el pa¨ªs, y advierten diversos sondeos que de ellas depende en buena parte la felicidad diaria de los espa?oles. Los ciudadanos, lejos de situar en el podio de sus desvelos los grandes problemas de la pol¨ªtica o la econom¨ªa nacional o internacional, consideran que si el tr¨¢fico fuese fluido, los transportes p¨²blicos eficaces y los aparcamientos abundantes, la tierra prometida estar¨ªa a la vuelta de la esquina.Mar¨ªa vive en Triana; Mlkel, muy cerca de la plaza del Castillo, en el centro de Pamplona. A¨²n separados por casi mil kil¨®metros, despiertan cada ma?ana con la misma pesadilla: el incierto peregrinar hacia la Facultad, la primera; el largo camino en busca de la f¨¢brica, el segundo.
Mar¨ªa sali¨® el otro d¨ªa de su casa antes de que el reloj del Altozano anunciase las ocho, y ya la calle estaba llena de coches y de ruido. Mientras tomaba caf¨¦, con sacarina, y media tostada en Casa Manolo dud¨® entre esperar el C-1 en la misma puerta del bar, donde ya guardaban cola varias personas, o acercarse hasta San Jacinto, junto a la capilla de la Estrella, y esperar la llegada del C-2, que aunque con un recorrido m¨¢s largo suele ser m¨¢s r¨¢pido a esa hora de la ma?ana. Opt¨® por el C-1 -el examen en la Facultad de Medicina no empezar¨ªa hasta las diez-, y esper¨®. Y sigui¨® esperando. Diez minutos, un cuarto de hora. El autob¨²s, con ¨¦xito de p¨²blico que no de cr¨ªtica, lleg¨® cuando los relojes de la joyer¨ªa Abrines estaban a punto de alcanzar las ocho y veinte. Atestado. Inquietud en la parada. Advertencia de un pensionista: "??ste, ya lo ver¨¢n, no abre!". Pleno al quince. No abri¨®. A los pocos minutos, no obstante, lleg¨® otro C-1, casi vac¨ªo. Para entonces, el alcalde Manuel del Valle, "Pell¨®n el de la Expo" y la "maldita hora" en que se les ocurri¨® esperar el autob¨²s y no irse andando o en taxi hab¨ªan centrado las discusiones.
Al maestro armero
Ya en el autob¨²s, y despu¨¦s de rociar de quejas al conductor, un joven adornado con pendiente que con elegancia torera aguant¨® el chaparr¨®n y aconsej¨® dirigir las quejas al "maestro armero", algunos de los pasajeros se entregaron con gusto a exponer sus opiniones sobre el mal servicio de los transportes p¨²blicos en la ciudad de la Expo 92. El pensionista y Mar¨ªa, que result¨® ser buena conversadora, achacaron sus desgracias a la escasa flota de autobuses, y a la mala planificaci¨®n de las l¨ªneas. Nada m¨¢s lejos. El servicio de autobuses de Sevilla, est¨¢ integrado por veh¨ªculos nuevos, dotados la mayor¨ªa de aire acondicionado -aunque este no es conectado hasta que el asfalto no se empieza a derretir-, y con una oferta amplia de l¨ªneas circulares y radiales. Los autobuses, adem¨¢s, est¨¢n conectados con una em1sora a la que informan de su situaci¨®n y de la que reciben consejos -in¨²tiles casi siempre en opini¨®n de los conductores- para regatear el caos circulatorio. Un caos que alimentado por los miles de veh¨ªculos que pasean la ciudad -el parque automovil¨ªstico se duplic¨® en los ¨²ltimos a?os- y la impenetrabilidad del casco hist¨®rico -el mayor de Europa- triunfa siempre.
Antes que Mar¨ªa se despert¨® Milcel F. Trabajador en la factor¨ªa que Seat tiene en el pol¨ªgono de Landaben, a las afueras de Pamplona, al otro lado del r¨ªo Arga, Mikel recurre cada ma?ana a la l¨ªnea 21, que con una frecuencia de 60 minutos sale de la plaza de las Merindades para llegar media hora despu¨¦s a la f¨¢brica. Salir de la ciudad a esa hora no ofrece especial dificultad, pero s¨ª un mirador privilegiado para observar a los actores involuntarios en que se convierten los pamploneses de los barrios a la temprana hora de la toma diaria de la ciudad.
Y Mlkel, que trabaj¨® varios a?os en Madrid, cuenta: "Aqu¨ª, la gente se queja del tr¨¢fico por sistema, pero no est¨¢ tan mal como dicen. Lo ¨²nico que pasa es que de un tiempo a esta parte, todo el mundo, absolutamente todo el mundo, se ha hecho con un veh¨ªculo; y lo que es peor: se ha propuesto utilizarlo aunque la vida se le vaya en ello...".
Y debe ser verdad. Durante el d¨ªa, cuando en muchas otras ciudades las calles est¨¢n congestionadas por un tr¨¢fico pertinaz , Pamplona, con casi 180.000 habitantes, aparece suavemente transitable, si acaso con alg¨²n atasco en Yanguas y Miranda, por la proximidad del aparcamiento que explota la Casa de la M?sericordia. All¨ª, precisamente, Joseba Solchaga -"?qu¨¦ m¨¢s quisiera yo ser pariente del ministro!"- cuenta que de unos a?os a esta parte han aparecido tantos coches que "parec¨ªa que los regalaban". Joseba, diez a?os ya en una de las dos casetillas que controlan el acceso y la salida al aparcamiento, explica: "El aparcamiento se llena cada d¨ªa varias veces, y eso que los precios han subido. Actualmente aparcar durante tres horas, por ejemplo, cuesta 110 pesetas, y hace un a?o no llegaba a las 50". Y a?ade: "Este trabajo ha pasado de ser una ocupaci¨®n tranquila a un sinvivir constante, y no se puede
parar ni un segundo". Joseba tiene raz¨®n. En Yanguas y Miranda, junto a la parada de los autobuses 4 y 9, que pasan casi vac¨ªos, se eterniza una cola de veh¨ªculos que espera su turno para entrar en el aparcamiento. Justo en la puerta, es Joseba Solchaga el e encargado de accionar una palanca que escupir¨¢ un peque?o recibo, en el que figura la siguiente leyenda: "Cada vez son m¨¢s los ancianos necesitados. Hagamos algo por ellos". Dice Joseba que ya son casi 600 los ancianos y que corre el rumor de que el Ayuntamiento de Pamplona, que gobierna la Uni¨®n del Pueblo Navarro (UPN), quiere quitarle la explotaci¨®n del aparcarmiento a la Casa de la Misericordia, que tambi¨¦n organiza con fines ben¨¦ficos los festejos taurinos. Dicen en el edificio consistorial que eso no suceder¨¢. Joseba se queda tranquilo.Llueve en Pamplona. Y hace fr¨ªo. Muy cerca del aparcamiento de Joseba est¨¢ la estaci¨®n de autobuses. Y casi da miedo entrar. Oscura, fr¨ªa, en su interior corre un airecillo helado capaz de dejar congelado al navarro m¨¢5, fornido. All¨ª, junto a las terminales de autobuses est¨¢n alineaditas las ventanillas donde se venden los billetes de las distintas empresas de autobuses, aqu¨ª se les llama villabesas. La mayor¨ªa de los nombres de las villabesas tenen rima consonante, y eso facilita su memorizaci¨®n. Est¨¢ La Baztanesa y La Monta?esa, La Estellesa y La Burundesa, La Roncalesa y La Pamplonesa, y La Tafallesa, y otras m¨¢s que no riman pero que despiertan amores y odios entre sus sufridores. Estela utiliza una de esas compa?¨ªas para ir, un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n, de Pamplona a Estella, y para volver, claro. Estela se queja: "Las villabesas son del a?o tres, y adem¨¢s est¨¢n sucias, y no les funciona la calefacci¨®n, y los conductores son muy antip¨¢ticos. Por todos esos servicios me parece desorbitado que me cobren 385 pesetas, cuando adem¨¢s hay poco m¨¢s de 40 kil¨®metros de distancia...".
De noche, en Pamplona, la felicidad puede depender del 23 23 00. Y de d¨ªa. Los taxis de Pamplona, que suelen ser autom¨®viles potentes y de buen ver, no obedecen al tradicional gesto de encaramarse al bordillo, echar levemente el cuerpo hacia delante y levantar la mano en un gesto breve y seguro. Los taxis, en Pamplona, s¨®lo obedecen al impulso telef¨®nico o a la visita a la parada. Y es de noche, precisamente, cuando m¨¢s angustiosa se hace su b¨²squeda. Lo explica Demetrio, propietario -en Pamplona no existen asalariados- de un flamante Mercedes 300, envidia de la competencia: "Es que por la noche aqu¨ª no hay villabesas y, claro, sobre todo los fines de semana, la gente, los j¨®venes mayormente, se vuelven locos por conseguir un taxi". La cooperativa que explota el servicio de autobuses, la COTUP (Iru?eko Hiri Garraloetako Kooperatiba), considera que con s¨®lo una l¨ªnea nocturna, que realiza un recorrido circular, es suficiente para cubrir la demanda. Carmen Garc¨ªa, estudiante de Derecho, y noct¨¢mbula, piensa lo contrario, exactamente: "A m¨ª, la verdad, me hacen un pie agua. Sales de noche, te tomas dos o tres copas, y si no tienes coche puedes estar m¨¢s tiempo buscando taxi que divirti¨¦ndote con tus amigos. Hay veces que no salgo por no tener que buscar taxi".
Fin del trayecto
A las nueve y cuarto de la ma?ana, 55 minutos despu¨¦s de coger el autob¨²s, Mar¨ªa llega a la parada de la Macarena, la m¨¢s pr¨®xima a la facultad de Medicina. Aunque ya no llegar¨¢ con tiempo para repasar por ¨²ltima vez sus apuntes antes del examen, el lento y pesado viaje en autob¨²s le ha servido a Mar¨ªa para confraternizar con el pensionista parlanch¨ªn, y observar el ritmo de las obras en la isla de La Cartuja. Mlkel lleg¨® algo m¨¢s r¨¢pido al pol¨ªgono de Landaben, y en el trayecto, adem¨¢s, escuch¨® por la radio, con la que la empresa de transportes pretende distraer la espera de los viajeros, que Izquierda Unida y el PP exigen al Senado que anule la fraudulenta la votaci¨®n del IRPF, que el Gobierno subir¨¢ el IVA y que el Papa ha agradecido a la Virgen de F¨¢tima la ca¨ªda de las ideolog¨ªas ateas. Cuando Mikel lleg¨®, por la puerta abierta del autob¨²s se escapaba la voz de Aznavour.
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