?Pavarotti o Manolo?

"Localidades a la venta el d¨ªa 3 de mayo en las taquillas del Auditorio Nacional. M¨¢ximo dos por persona. Horario habitual". Transcribo el texto del anuncio publicado en la prensa, que me gu¨ªa, a las seis de la ma?ana de esa g¨¦lida ma?ana, con tres caf¨¦s encima, abrigado hasta los dientes, libro de civil en mano, hasta una ya fornida cola. El motivo vale la pena, me armo de paciencia. La primera sorpresa me la depara un dato aparentemente superficial, pero bastante ilustrativo: unas 70 personas me preceden, y muchas de ellas presentan caras de pocos amigos, zapatillas de andar por casa agujereadas, abrigos rasgados, bota de vino al cuello. No obstante, acreditan un derecho, a mi entender incuestionable, que les atribuye el hecho de madrugar antes que los dem¨¢s: no hay duda que obtendr¨¢n sus dos ansiadas entradas, cheques al portador por los que desembolsaron 500 pesetas y que, en virtud de extra?os efectos multiplicadores, valdr¨¢n unas 2.000 pesetas el mismo d¨ªa del concierto. Pero mi sorpresa se torna en estupor cuando asisto al recital de un pintoresco individuo, de nombre Manolo, de talla menudita, purito en mano, que hace su aparici¨®n entre las aclamaciones del p¨²blico, salt¨¢ndose a la torera la cola y, sacando el pecho, grita: "El uno, don Pepito; el dos, do?a Pepita... el cuatrocientos, do?a Maruja"; resulta que un arapientotrozo de papel, atiborrado de tachones, opera a modo de lista que el ¨ªnclito Manolo lleva tres d¨ªas configurando. Autom¨¢ticamente se organiza la monumental: que si t¨² no tienes n¨²mero, que si de aqu¨ª no me mueve nadie, que si no te vas te rajo. Entre sollozos por el aplastamiento y v¨ªtores por Manolo aparece un escuadr¨®n policial, cuyo jefe, curiosamente asesorado por el amigo de Manolo, procede a ordenar una fila india con arreglo a los n¨²meros de la famosa lista, esgrimiendo como argumento que el mencionado sistema responde a un uso arraigado entre los aficionados a la ¨®pera. Me desespero y soy expulsado de la cola. Mi madrug¨®n no cuenta.Puedo entender que ciertos aficionados, ante el af¨¢n de asegurarse una entrada, est¨¦n tres d¨ªas pasando lista. Lo que no me resigno a entender es que tant¨ªsima gente haya podido caer en las redes de un tipo como Manolo, cuya lista encabezan descaradamente su clan (abuela, hijos...). Pero m¨¢s aun me alarma, si bien no me sorprende, que los organizadores del concierto (Ministerio de Cultura al frente) o, en su defecto, las fuerzas del orden no hayan sabido arbitrar un sistema coherente y oficial de venta de entradas y se rebajen hasta el punto de asumir los dictados de quienes el d¨ªa 10 se estremecieron, no ante la voz, sino ante el bot¨ªn. Por favor, en beneficio de una sociedad limpia y menos corrompida: Pavarotti, s¨ª; Manolo, no.-