M?XIMO Bases, s¨ª; pacifistas, fuera
Me pregunto ante un espejo o espejismo del desierto oscuro:-?Para qu¨¦ sirve un pacifista?
Y ante el silencio raro, me respondo:
-Para nada.
Nuevo silencio. O quiz¨¢ el mismo, desde los Apalaches a los Urales, s¨®lo alterado por el fru-fr¨² de las m¨¢quinas inteligentes y sus manipuladores er¨®ticos.
Sin embargo, y tras el reglamentario minuto de respeto por las v¨ªctimas t¨¦cnicas, voces cantarinas y diversas, procedentes de coaligados ¨¢ngulos de la estancia, comenzaron a emitir respuestas m¨¢s expl¨ªcitas y hasta audaces propuestas:
-Los pacifistas deber¨ªan ser masacrados luego de los kurdos, si es que no lo fueron antes.
-Los pacifistas no hacen nada por la paz. S¨®lo movilizan la lengua, como mucho.
-Si es que la tienen seca como la pared, blanca de miedo.
-Si al menos fuesen capaces de llegar al cuerpo a cuerpo, entre amasije y entresijo, v¨ªsceras intercambiadas y confusas en un aullido fieramente humano, deslumbrante y atroz.
-Me conformar¨ªa con que no le hiciesen dengues al genocidio con mando a distancia, proeza acojonante de los verdaderos remachadores de la paz.
-Sin pacifistas, las guerras ser¨ªan m¨¢s elegantes y menos cursis, m¨¢s brutales en el sentido t¨®rrido de la palabra y menos abocadas a lamentables filantrop¨ªas p¨®stumas; ?puafl
-Los pacifistas, si bien desde el panfleto manifiesto y sin salpicarse de sangre sus delicados pies de porcelana, ponen perdido todo el teatro de operaciones a base de baladas y lamentos, excrementos l¨ªricos ante los que cualquier combatiente inequ¨ªvoco tiene que mostrar repugnancia y torcer el gesto con un contundente escupitinajo: ob¨²s, napalm, megat¨®nico signo de vigor espiritual y de pureza.
El viejo general y el viejo senador y el ministro y el viejo especulador, m¨¢s otros como ellos de parecido o menor rango, pol¨ªticos intransigentemente radicales otrora, tiempos locos y est¨²pidos, del 68 pongamos, con algunos yern¨®patas y pasantes, competentes y tersos, acerados, completamente actuales, m¨¢s esplendorosas jovencitas en saz¨®n enfiladas por sus madres a la cumbre, comentaban, no importa qui¨¦n sea quien habla:
-Los pacifistas son tozudos como fan¨¢ticos y fan¨¢ticos como la mula de seg¨²n qu¨¦ Papa y cu¨¢ndo.
-Los pacifistas son culebras resentidas de palomas.
-Los pacifistas son los padres de todas las batallas, pese a su fem¨ªnea aureola. Si quieres la paz, prep¨¢rate para mantener en el calabozo a los mort¨ªferos pacifistas.
-Sin pacifistas no habr¨ªa habido II Guerra Mundial, lo dijo Churchill. Ca¨ªn no habr¨ªa matado a Abel: lo dice Dios (seud¨®nimo).
-Oscar Wilde, cabeza m¨¢s que insigne, atribu¨ªa a cobard¨ªa el pacifismo. Igual que Bertrand Russell, cerebro egregio (y antes los griegos, seg¨²n el noble conde) la democracia a la envidia; aunque esto no s¨¦ s¨ª viene a cuento.
-Yo -surgi¨® una grave voz desde lo profundo-, sin ser tan cr¨¢neo como todos ¨¦sos, afirm¨® sobrepasando a Sartre -mientras vac¨ªa su cachimba en un ¨¢rbol-, que el hombre es en efecto un ser para la muerte. Y que la muerte digna de tal nombre no es un virus vulgar o el destino po¨¦tico. La muerte somos todos, amigos m¨ªos del alma, los unos contra los otros, a dentelladas muertos. Y al que caiga, que lo entierren, como dice el proverbio. ?O es que los pacifistas a¨²n no se han enterado de en qu¨¦ mundo viven y mueren?
Un silencio. Pas¨® un ¨¢ngel. Dijo:
-Quiz¨¢ despu¨¦s de la guerra del Golfo, s¨ª.
Pas¨® otro ¨¢ngel. Exclam¨®:
-Quiz¨¢ los pacifistas se han dado cuenta, tras esta esclarece dora conflagraci¨®n, de que el derecho del fuerte equivale al deber del d¨¦bil y de que donde hay patr¨®n no manda alianza, por mucha mariner¨ªa con sus madres que viaje sobre fragatas bravas entre el mar Rojo y el Potomac.
Iba a aparecer, en deslizamiento espectral de izquierda a derecha, otro ser transl¨²cido y alado, cuando alguien salt¨®:
-Ya est¨¢ bien de ¨¢ngeles parlantes y de bobadas. El trabalenguas m¨¢s sonrojante inventado por los pacifistas, plagiado m¨¢s bien de siglo en siglo con contumacia est¨²pida, es el siguiente: "Hay que anteponer la fuerza de la raz¨®n a la raz¨®n de la fuerza" (el subrayado es de todos los idiotas que en el mundo han sido y son). ?Que por qu¨¦ este lamentable juego de palabra es insostenible para una mentalidad higi¨¦nica, pragm¨¢tica y puesta al d¨ªa? Pues por esto que sin pensarlo mucho, voy y digo: 1) Porque la raz¨®n no tiene fuerza alguna mientras vive el forzudo; en todo caso, despu¨¦s: v¨¦ase Franco, Stalin o similares. 2) Fuerza y raz¨®n son dos ideas igual de espirituales e igual de materiales: como todas. Imposible, hasta la autopsia metaf¨ªsica, saber cu¨¢l de las dos es menos err¨®nea. 3) De momento, la raz¨®n de la fuerza es la m¨¢s sutil de todas, seg¨²n mi jefe de imagen, que hizo su tesis sobre Calvino.
El silencio, tras esta perorata espesa, se hizo denso entre los concurrentes y ya s¨®lo se oy¨®, de aqu¨ª al final del aquelarre, el silbido del viento en el desierto p¨²trido, el arrastrar de sables, el desfilar de lencer¨ªa cara, el burbujeo del champ¨¢n, el campanilleo insconsciente de multitud de cajas registradoras en todo el mundo y un selectivo reparto, en algunas zonas nobles, del poder, el placer y la gloria.
A todo esto yo, m¨ªsero de m¨ª, ay, infelice, segu¨ªa en el cogollo de la presente prosa, por lo que no tuve m¨¢s remedio que recordar el semit¨ªtulo inicial del art¨ªculo y preguntar por las bases: bien en el cuerpo de guardia, bien en el Gabinete de crisis, bien en la cola de madrugada de los Alphaville.
Alguien, ignoro su nacionalidad, raza, sexo, religi¨®n y tarjetas de cr¨¦dito, dict¨® r¨¢pido, dado lo avanzado de la hora, seg¨²n dijo, el siguiente conato de libelo:
-Todas las bases son extranjeras, muchacho. Todos somos transnacionales, pibe, menos los vascos. Todas las bases espa?olas son razonablemente de la OTAN, y todas las NATOS del mundo, incluidas las eventuales rusas cuando dejen de ser sovi¨¦ticas, son de utilizaci¨®n prioritaria americana en caso de conflicto agudo o si hay que comulgar.
-Comulgar, ?con qui¨¦n? -pregunt¨¦.
-Paso de chistes f¨¢ciles, colega. ?Y no me ser¨¢s antiamericano, no m¨¢s?
-No -negu¨¦ de buen¨ªsima fe. Otras cosas las ser¨¦ por voluntad cultural, aunque vago soy mucho, y culto, nada. Pero hay dos que las soy para siempre y por impregnaci¨®n: pro americano y paracat¨®lico. Tenga en cuenta que de peque?o yo he ido a mil misas con envangelio incorporado y a otros tantos programas dobles, siempre americanos. Una cosa s¨ª quiero preguntarle a usted, si no le molesta: ?pagaremos ahora nosotros solos las bases (Torrej¨®n, digo) que antes pag¨¢bamos a medias con nuestros aliados para que las utilizasen ellos mayormente y puede que algo nosotros, no s¨¦, tal vez?
-Eres grande, chico. Pero m¨¢s lo ser¨ªas si dejases de hablar de cochino dinero y pensases que todos somos uno, la misma piara, compa?ero, si me permites esta broma medio cazurra, medio horrenda. ?Pero si vamos en el mismo portaaviones y somos una gran familia, t¨ªo! ?La mejor que existe en el mercado! Atiende, macho: si nuestro fin es acabar con el pacifismo depresivo, si nuestro principio es instalar nuestra maniaca victoria en todos los mundos posibles, qu¨¦ importa quien paga la cuenta de las bases y si lo que comemos es jam¨®n ib¨¦rico de pata negra u ostras blancas y lustrosas de la bah¨ªa de Hudson. M¨¢s corn¨¢s da el hambre, cacho bolo.
No le faltaba raz¨®n a la voz aquella -o fuerza, o lo que fuese- para ser la hora que era y no estar ya la ciudad sino para el paripatetismo glorioso de los borrachos. Yo tir¨¦ un Patriot al espejo del llamado surrealismo real, vulgo idealismo ut¨®pico, y no s¨¦ si me sent¨ª muy cambiado, pero algo robotizado por el nuevo orden internacional, s¨ª.
?Al carajo el Siglo de las Luces!
es humorista y escritor.
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