Mucho cuento
El cuento de la doncella, tercera pel¨ªcula realizada en Estados Unidos por Volker Schl?ndorff.Tras la muerte de un viajante y Viejos recuerdos de Louisiana poco o nada bueno aporta a la carrera del director de El tambor de hojalata, salvo un nuevo nombre -el de Margaret Atwood- a la ya larga lista de autores literarios adaptados al cine, de forma cada vez m¨¢s impersonal y anodina, por el cineasta alem¨¢n, que en esta ocasi¨®n ha contado con un gui¨®n escrito por un Harold Pinter en horas bajas.
La historia se desarrolla en una rep¨²blica imaginaria que, seg¨²n se nos recuerda continuamente, podr¨ªa ser Estados Unidos en un futuro pr¨®ximo: una sangrienta dictadura militar en permanente estado de guerra, donde, debido a la radiactividad ambiental, s¨®lo una de cada 100 mujeres es f¨¦rtil. Estas ¨²ltimas -las llamadas "doncellas"- est¨¢n destinadas a ser meros instrumentos de reproducci¨®n al servicio de la naci¨®n, para lo cual se las somete previamente a un lavado de cerebro que nada tiene que envidiar a los que anta?o realizaba en nuestro pa¨ªs la Secci¨®n Femenina.
El cuento de la doncella (The handmaid's tale)
Director: Volker Schl¨®ndorff Gui¨®n: Harold Pinter. basado en la novela de Margaret Atwood. Fotograf¨ªa. Igor Luther. M¨²sica: Rvuichi Sakamoto. Producci¨®n: Alemania-EE UU, 1989-1990. Int¨¦rpretes: Natasha Richardson, Elizabeth McGovern. Robert Duvall, Faye Dunaway, Aldan Quinn, Victoria Tennant. Sala de estreno en Madrid: cine Bogart (versi¨®n original).
Buena parte de la pel¨ªcula se dedica a poner de manifiesto la hipocres¨ªa y las contradicciones morales de una sociedad que, por un lado. hace gala de un puritanismo ultramontano que deja en pa?ales a Escriv¨¢ de Balaguer, Lefebvire y Jomeini juntos (las relaciones sexuales "il¨ªcitas" se castigan con ahorcamientos en la plaza p¨²blica), y, por otro, se ve obligada a tolerar y promover una pintoresca ceremonia de adulterio legal, con el fin de garantizar la reproducci¨®n de los padres de la patria.
El problema es que ¨¦stas y otras ideas est¨¢n expuestas a brochazo limpio, en tono gran dilocuente y con una pereza mental tanto por parte del guionista como del director. Es asombroso el poco jugo que se les saca a las relaciones entre los personajes -por ejemplo, entre los de Robert Duvall y Natasha Richardson, o entre esta ¨²ltirna y Elizabeth MeGovern- o la forma tan burda en que se resuelve la historia como un simple telefilme de buenos y malos. Harold Pinter y Volker Schl?ndorff se limitan a engarzar, una tras otra, secuencias presuntamente deslumbrantes, en lugar de desarrollar con un m¨ªnimo rigor un relato en el que ni ellos mismos parecen creer demasiado. Esa desgana y falta de confianza se refleja tambi¨¦n en el trabajo de los actores, algunos de los cuales se dir¨ªa que no saben muy bien si la cosa va en serio o es una tomadura de pelo. Y a los espectadores les sucede tres cuartos de lo mismo.
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