Las nuevas amenazas
El autor considera, en este tercer cap¨ªtulo, que las instituciones definidas en la transici¨®n han cumplido su funci¨®n pero que ahora, cuando no hay peligro de desestabilizaci¨®n, nuestras amenazas son las propias de las sociedades industriales y posindustriales y, en el plano pol¨ªtico, la fragilidad de la cultura pol¨ªtica y la falta de participaci¨®n.
El supuesto psicol¨®gico y pol¨ªtico sobre el que se sostuvo la transici¨®n fue el temor a la inestabilidad y la conciencia de la eventual fragilidad de la democracia. Los hombres que encabezaron las distintas formaciones pol¨ªticas, y que fraguaron o ratificaron el consenso, sab¨ªan perfectamente que las formaciones pol¨ªticas que dirig¨ªan eran, en muchos casos, embriones de partidos, y que para que se sustentase el r¨¦gimen parlamentario era preciso que los mismos fuesen robustecidos a trav¨¦s de apoyos indirectos en la legislaci¨®n, en especial a trav¨¦s de un r¨¦gimen electoral que fuese eliminando la presencia de un n¨²mero elevado de formaciones, la famosa sopa de letras.La democracia nac¨ªa d¨¦bil, con lejanos antecedentes, apoyada en un entusiasmo superior al que ahora se reconoce; pero, ciertamente, amenazada de peligros. La imagen de la inestabilidad gubernamental de la IV Rep¨²blica Francesa serv¨ªa de advertencia suficiente.
Bas¨¢ndose en ese temor a la inestabilidad se definen ciertas instituciones y principios que van a caracterizar a nuestro r¨¦gimen. Para robustecer a los partidos se opta por el sistema proporcional, con reparto de mayor resto (D'Hondt) y la presentaci¨®n de listas bloqueadas y cerradas. Para favorecer la estabilidad gubernamental se configura la cuesti¨®n de confianza y el voto de censura positivo, presentando un candidato y requiriendo la mayor¨ªa absoluta. Tambi¨¦n bas¨¢ndose en la necesidad de un Ejecutivo fuerte se definen las facultades y competencias del jefe del Gobierno en una direcci¨®n que permitir¨¢ un cierto grado -grande- de presidencialismo de jefe de Gobierno. La tendencia a la personalizaci¨®n del poder en nuestra ¨¦poca y el carisma de los primeros jefes del Ejecutivo configurar¨¢n una fuerte tendencia al presidencialismo y un cierto car¨¢cter plebiscitario de las consultas electorales generales. Por otra parte, lo establecido en cuanto al Ejecutivo estatal se reproducir¨¢ luego en los estatutos de autonom¨ªa. Si se observa ahora el desarrollo, se concluir¨¢ que las instituciones as¨ª definidas han cumplido su funci¨®n. Han jugado bien los votos de censura y las cuestiones de confianza. Se han creado Gobiernos monocolores de mayor¨ªa o cercanos a la mayor¨ªa. Se entra ahora, a varios niveles -sin duda, en los auton¨®micos y municipales-, en otra ¨¦poca, en que se imponen las coaliciones o los apoyos de legislatura, o, como se dice con el barbarismo usual, puntuales.
Es cierto, el r¨¦gimen de partidos pol¨ªticos ha simplificado y racionalizado la vida partidaria. La prima a los grandes ha cumplido una funci¨®n en el ¨¢mbito auton¨® mico, arrojando una representa ci¨®n importante para los grandes partidos regionales, pero a la vez ha mantenido la de los partidos nacionales. Los principios, proporcional para el Congreso y m¨¢s, personalizado para el Senado, no han jugado mal.
No obstante, procede hoy preguntarse sobre si el supuesto que debe informar la vida pol¨ªtica sigue siendo el de la inestabilidad o si aparecen otros que obligan a mayor matizaci¨®n. Tambi¨¦n se debe plantear cu¨¢les han sido los efectos de las instituciones antes citadas.
Me parece evidente que no existe hoy entre nosotros peligro de inestabilidad y que la democracia no est¨¢ amenazada por ninguno de nuestros demonios familiares, salvo uno, la apat¨ªa de la vida pol¨ªtica.
El juego de las instituciones y la labor de los protagonistas de la ¨¦poca han creado una situaci¨®n estable. La integraci¨®n en la Comunidad Europea y la definici¨®n de la opci¨®n de defensa han anclado la estabilidad espa?ola. Nuestras amenazas no son la tendencia a la inestabilidad, sino las propias de sociedades industriales y posindustriales: droga, marginaci¨®n, guetizaci¨®n, fragmentaci¨®n social y cultural, reacciones racistas ante la inmigraci¨®n de los pa¨ªses del Tercer Mundo, desgana, nuevos pobres, eliminaci¨®n del analfabetismo pero aculturaci¨®n de ciertas capas, etc¨¦tera. Y en el plano pol¨ªtico, la fragilidad de la cultura pol¨ªtica y la falta creciente de participaci¨®n. Como en los pa¨ªses desarrollados, las carencias democr¨¢ticas son m¨¢s cualitativas que cuantitativas. El elemento inercial de la pol¨ªtica se incrementa. Ello cuando el pa¨ªs es sujeto de dos grandes procesos que podr¨ªamos denominar constituyentes: el de culminaci¨®n del Estado de las autonom¨ªas y el de la creaci¨®n de la unidad econ¨®mica, monetaria y eventualmente pol¨ªtica de Europa.
Dos palabras sobre estos dos procesos de los que se habla mucho, pero sobre los cuales el debate pol¨ªtico es menguado y muchas veces carente de rigor.
Si la conciencia de la eventual inestabilidad domin¨® ciertas instituciones, la del problema de los nacionalismos centr¨ªfugos apareci¨® en las constituyentes. Un consenso y un compromiso se establece en el t¨ªtulo 81. Pero la soluci¨®n cobra su propia din¨¢mica, y el resultado es mucho m¨¢s que el compromiso: se trata de un proceso de tendencia federalizante, que, en mi opini¨®n, constituye una de las innovaciones m¨¢s importantes y fruct¨ªferas de nuestra acci¨®n pol¨ªtica. Lo que merece se?alarse ahora, cuando hablamos de los supuestos constituyentes y de la actual realidad, es que la soluci¨®n se ha convertido en una fuerza hist¨®rica y en una innovaci¨®n notable. Mas la visi¨®n originaria sigue en cierto modo operando. La transferenc¨ªa de competencias es considerable; sin embargo, el Estado -o, si se quiere, el Gobierno central- sigue operando con una l¨®gica y unos tropismos de Estado unitario, cuando se ha alcanzado una descentralizaci¨®n y una participaci¨®n en el poder en algunos aspectos superior a los de un Estado federal. El poder central cumple y transfiere, pero no lleva a cabo una lectura global sobre cu¨¢l es su funci¨®n en una perspectiva cuas¨ª federal del Estado de las autonom¨ªas.
Otro caso, pues, de la inercia de los supuestos surgidos durante la transici¨®n cuando ¨¦stos ya est¨¢n superados.
Integraci¨®n europea
El pensamiento sobre el Estado debe tambi¨¦n alimentarse de la realidad de la integraci¨®n europea. ?sta avanza con detenciones, pero inequ¨ªvocamente hasta rebasar los conceptos propios de un Estado cl¨¢sico. Un 30% de las normas de cualquier ordenamiento de un pa¨ªs miembro provienen ya de fuente comunitaria. La aplicaci¨®n del derecho derivado -fruto del proceso legislativo comunitario- es para los reglamentos directa y prioritaria. Y sin embargo, el debate pol¨ªtico espa?ol est¨¢ ayuno de reflexiones y pol¨¦micas comunitarias. En pa¨ªses de gran tradici¨®n parlamentaria, como es el Reino Unido, la situaci¨®n de d¨¦ficit representativo se trata de compensar con frecuentes debates en los Comunes sobre temas comunitarios. No as¨ª en la carrera de San Jer¨®nimo.
ex ministro de Asuntos Exteriores, es miembro del Comit¨¦ Federal del PSOE.
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