La muerte
Tras el salvaje atentado contra la casa cuartel de la Guardia Civil de Vic, se ha creado un clima social de linchamiento de terroristas tan comprensible emocionalmente como peligroso pol¨ªticamente. Es m¨¢s. Distinguidos l¨ªderes de nuestra democracia no han tenido el menor pudor en declarar ante los micr¨®fonos que sienten vacilar sus convicciones sobre la pena de muerte; aunque, naturalmente, rechazan la tentaci¨®n de dejarse llevar por la ley del tali¨®n. Una destacad¨ªsima autoridad auton¨®mica catalana ha declarado que se alegraba por el desenlace de la captura del comando Barcelona, alegr¨ªa que supongo que hac¨ªa extensiva al resultado de dos terroristas muertos.Televisi¨®n nos ha servido im¨¢genes y comentarios escalofriantes sobre el deseo de desquite directo de las buenas gentes del lugar. Incluso golpeaban la ambulancia donde viajaba un etarra muerto o casi muerto. Insisto: es comprensible la reacci¨®n indignada de una comunidad agredida por la muerte de ni?os, justificada con 20 duros de ideolog¨ªa; pero no es comprensible que se fomente esa visceralidad tanto desde el poder como desde los medios de informaci¨®n. Por este camino tal vez las buenas gentes del lugar reciban muchas satisfacciones primitivas desde el principio de que el mejor terrorista es el terrorista muerto. Los inventores de la ley de fugas pensaban lo mismo y han ingresado en la historia del terror de Estado. O se serenan los sesos nuestros dirigentes pol¨ªticos y se ponen cubitos de hielo en la entrepierna o las salpicaduras de sangre de los atentados de ETA van a ensuciar el sistema democr¨¢tico, y no ya en los s¨®tanos, sino a la luz del d¨ªa y hasta con luz y taqu¨ªgrafos. Antes se de c¨ªa: "No caeremos en la provocaci¨®n". Ahora aparece un monstruoso gui?o colectivo que insin¨²a: "Caigamos en la provocaci¨®n".
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