"?Oh, 'miuras'!"
Miura / Ruiz Miguel, Manili, FundiToros de Eduardo Miura, grandes, serios, 4? y 6? ovacionados de salida por su estampa; flojos, bravucones y reservones en general. Ruiz Miguel: cinco Pinchazos, otro hondo atravesado bajo, rueda de peones -aviso- y descabello (bronca); pinchazo, metisaca y tres descabellos (bronca). Manili: estocada corta (aplausos y tambi¨¦n pitos cuando sale al tercio); dos pinchazos, estocada y dos descabellos (pitos). El Fundi: pinchazo, otro hondo delantero, media tendida pescuecera, cuatro descabellos -aviso- dos descabellos m¨¢s y se acuesta el toro (algunos pitos); media tendida trasera ladeada y dos descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas, 4 de junio. 26? y ¨²ltima corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".
?Oh,-qu¨¦ toro!", "?Oh, que Miura!"... Gran parte del p¨²blico estaba asombrada con los toros miuras, y se pas¨® la tarde diciendo "?Oh!". Fue la corrida del ?oooh! La verdad es que los miuras salieron grandotes, hubo dos -cuanto y sexto- de bell¨ªsima estampa, y aunque hubieran sido de- m¨¢s -fea estampa y menos grandotes, si a las buenas gentes les gustaban los miuras aquellos, hac¨ªan bien en decir "?oh!"; entre otras,razones, porque sobre gustos no hay nada escrito.
Pero una cosa es -ioh!- que guste el toro, su alzada, su l¨¢mina, su capa, y otra bien distinta que todo el toro entero se d¨¦ -?ob!- por bueno, y acabe convirti¨¦ndose en argumento para denostar a los toreros, ?oh! Porque eso sucedi¨®: que enamoradas las buenas gentes de los toros miuras, trataron a los toreros como si en aquella relaci¨®n -amorosa fueran la suegra.
Y, ?oh, no!, los toreros no eran la suegra, ni habr¨ªan aceptado desempe?ar ese papel por nada del mundo. Ellos tambi¨¦n quer¨ªan matrimoniar con los toros Miura, despu¨¦s de comprobar que coincid¨ªan en gustos y aficiones. En realidad, hicieron todo cuanto estaba de su parte: los citaban con mucha ilusi¨®n, aguardaban cortesmente a que acudieran, cuando acud¨ªan aguantaban sus intemperancias, y si acabaron perdiendo la paciencia fue porque a esos miuras no los aguantaba ni su padre.
Hubo alguno pastue?o, como el segundo, pero estaba inv¨¢lido y se quedaba cortito, o se de rrumbaba por las buenas, en, los derechazos y naturales que quiso templarle Manili. Hubo alguno manejable, como el tercero, pero embest¨ªa con la cara alta y no pod¨ªan lucir los muchos pases que El Fundi le enjaret¨® en terrenos de sol. Hubo uno encastado, como el primero, pero pegaba espeluznantes tornillazos, que de mudaron al maestro miurista Ruiz Miguel, nada menos.
Los dem¨¢s miuras se hab¨ªan dejado la casta en la dehesa. Bravucones y s¨®lo eso, precisamente su bravuconer¨ªa fascin¨® a muchos espectadores, que se quedaban con la boca abierta diciendo "?oh!". Mas conviene matizar. Toro bravuc¨®n es el que arranc¨¢ndose feroche contra el caballo, al sentir el hierro muje "?Cielos, el t¨ªo Paco con la rebaja!", y se quita de alli , presto.
El Miura ¨²ltimo, un precioso ejemplar cornal¨®n de ancha cuna y aterciopelado pelaje c¨¢rdeno que, ?oh!, embellec¨ªa su desarrollada musculatura, pero tambi¨¦n habr¨ªa lucido convertido en bolso para ir a la ¨®pera, fue un bravuc¨®n del corte descrito. Para las banderillas, que El Fundi le prendi¨® con escaso acierto, berreaba dolorido, y para la muleta, buscaba el bulto, lo cual a nadie habr¨ªa importado si no se hubiera dado la curiosa circunstancia de que el bulto era, precisamente, el propio Fundi.
Presentaba El Fundi la muleta y el Miura bello sexto la burlaba, para atrapar al muletero presentador, con violento revoloteo de pitones. El Fundi no pudo dar ni un pase, claro, pero tampoco perdi¨® los nervios. Fue, ese, el Miura m¨¢s peligroso de la corrida. Otros no ten¨ªan casta. Manili hab¨ªa de tirar del quinto y Ruiz Miguel del cuarto como quien arrastra un baul.
Al primero, el violento aquel, Ruiz Miguel le atemper¨¦ sus ins tintos homicidas y, recuperado el color de la faz, lo pas¨® a derechas e izquierdas con m¨¢s ajuste que arte. Es lo que ha venido haciendo toda su vida, por cierto, y no se explica el broncazo que le peg¨® el p¨²blico, otras veces tan entusiasmado con este torero por sus muchos m¨¦ritos demostrados al lidiar las fieras corrupias que los dem¨¢s coletudos no quer¨ªan ver ni en pintura. Pero, claro, eso era antes. Ahora lo que importaba eran los toros y nada m¨¢s all¨¢ penas si sal¨ªan mansos, descastados o cojitrancos. Mejor dicho: la tradici¨®n y la decencia no consienten que un Miura sea manso, ni descastado ni cojitranco. Un Miura es un Miura, ?oh!
Babelia
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