India, dividida
LA VICTORIA sin mayor¨ªa absoluta del Partido del Congreso (I) en las elecciones legislativas de India (para cuya conclusi¨®n, con la designaci¨®n de 13 esca?os de los 545 que tiene el Parlamento, a¨²n deben celebrarse los comicios en el Punjab el pr¨®ximo d¨ªa 22) no ha servido para aclarar el mapa pol¨ªtico de este pa¨ªs, ni encauzarlo hacia una opci¨®n clara. No parece que el asesinato del l¨ªder del partido Rajiv Ghandi haya inclinado la balanza electoral en un sentido u otro: cuando fue asesinado, el pasado 21 de mayo, ya hab¨ªa votado el 40% de los electores, y las encuestas posteriores sugerir¨ªan que los porcentajes de voto al Congreso (I) aumentaron ligeramente despu¨¦s del atentado. Por ello, de haber seguido con vida Ghandi, es probable que su triunfo hubiera sido incluso menor. Por el momento, y sin concluirse el recuento definitivo, el Partido del Congreso (I) habr¨ªa obtenido en torno al 48% de los asientos, el hinduista Baratiya Janata, el 24%, y el frente de izquierdas -hasta ahora gobernante- del Janata Dal, un 15%. Los comunistas del l¨ªder bengal¨ª Jyoti Basu estar¨ªan en el 10%.Parece claro que el asesinato de Rajiv Ghandi (y el proceso electoral que se viene desarrollando contempor¨¢neamente) ha ocurrido en un momento econ¨®mico, pol¨ªtico y social en el que los indios se encuentran desencantados con el sistema democr¨¢tico laico, que ya hace 44 a?os empez¨® a instaurar el abuelo de Rajiv, el Pandit Nehru. Si cuatro d¨¦cadas de gobierno del Partido del Congreso han empezado a mejorar la estructura econ¨®mica de India d¨¢ndole viabilidad, no han sido capaces de cambiarla pol¨ªtica y socialmente, de occidentalizarla realmente -aunque el t¨¦rmino resulte excesivamente simplif¨ªcador- Es decir, de desposeerla de los elementos m¨¢s divisores del sistema de castas, de diversidad de culturas y, sobre todo, del potencial explosivo de las varias confesiones religiosas. M¨¢s bien han contribuido a esclerotizar las estructuras de gobierno y dejarlas lastradas por la corrupci¨®n e ineficacia, inermes tambi¨¦n frente a la presi¨®n de los verdaderos problemas: los disturbios pol¨ªticos de origen religioso o, en el mejor de los casos, de motivaci¨®n regionalista. Indira Ghandi fue v¨ªctima de los primeros; su hijo, de los segundos.
Y hoy, los integristas hind¨²es del Baratiya Janata -el BJP, liderado por Lal Krishna Advani- han sido los que m¨¢s han mejorado en las preferencias de sus conciudadanos. Es la mejor prueba de que el concepto de secularizaci¨®n preconizado por el Congreso (I) se tambalea. Los l¨ªderes del BJP han aprovechado la circunstancia para estimular los miedos socialreligiosos m¨¢s agudos del pa¨ªs: el supuesto avance del integrismo musulm¨¢n y el de las tensiones disgregadoras s¨ªjs en el Punjab e isl¨¢micas en Cachemira.
Los dirigentes del Partido del Congreso (I) han manifestado su voluntad de volver al Gobierno. Tienen que buscar para ello la necesaria coalici¨®n que les d¨¦ una mayor¨ªa viable. El candidato evidente parece ser el Partido Comunista de India-Marxista (CPI-M), que, una vez m¨¢s, ha sido aplastante vencedor en Bengala. Aunque su l¨ªder, Basu, siempre haya mantenido una postura cr¨ªtica respecto del Congreso, es evidente que la alianza es m¨¢s f¨¢cil por la izquierda del grupo mayoritario que por su derecha, constituida por los integristas del BJP, los m¨¢s fieros enemigos de los esfuerzos de secularizaci¨®n de la dinast¨ªa Ghandi. Acaban de empezar unas negociaciones que tendr¨¢n que resolver la cohabitaci¨®n del Partido del Congreso (I) y del CPI-M y la probable colaboraci¨®n del Janata Dal -el frente de izquierda- que ha gobernado al pa¨ªs desde la ¨²ltima derrota que sufri¨® Rajiv Ghandi en 1989.
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