'Apartheid' pol¨ªtico
LA MAGNA asamblea que el Congreso Nacional Africano (ANC) ha celebrado en Durban en condiciones de legalidad -despu¨¦s de 31 a?os de persecuciones y clandestinidad- marca un hito decisivo para el futuro de ?frica del Sur. Era l¨®gico -y en cierto modo inevitable- que en su seno se manifestasen dos mentalidades: una, militante y apasionada, inspirada en los sacrificios sufridos en la lucha contra la discriminaci¨®n racial, y otra, m¨¢s pol¨ªtica y pragm¨¢tica, centrada en preparar las negociaciones con De Klerk para avanzar hacia una una nueva Sur¨¢frica en la que la poblaci¨®n negra, ampliamente mayoritaria, podr¨¢ hacer sentir su peso en la gobernaci¨®n de? pa¨ªs. Felizmente, Nelson Mandela parece capaz de sintetizar esas dos corrientes de la organizaci¨®n.Por otro lado, su elecci¨®n como presidente no ha sido un simple gesto de reconocimiento a su extraordinario prestigio en el ¨¢mbito mundial. En cuanto al nuevo secretario general, Ramaphosa, de 38 a?os, popular dirigente del sindicato de mineros -respetado por la patronal por su rigor negociador-, representa a una nueva generaci¨®n que accede a la direcci¨®n del ANC en un momento de transici¨®n hist¨®rica.
La tarea que tiene hoy ante s¨ª el movimiento negro no es ya la liquidaci¨®n del apartheid en el terreno civil, sino la conquista de la democracia. En t¨¦rminos te¨®ricos, el presidente De Klerk y los otros pol¨ªticos blancos comprometidos en la liquidaci¨®n del apartheid no pueden negarse a establecer el derecho de voto de la poblaci¨®n negra. Pero el problema es de enorme envergadura: lo que se pone sobre el tapete es la transformaci¨®n de un Estado creado, precisamente, para asegurar la dominaci¨®n de los blancos. En esta situaci¨®n, ?debe ser el ANC un movimiento de liberaci¨®n o ya un partido pol¨ªtico? El congreso ha optado por la primera alternativa. S¨®lo se convertir¨¢ en partido cuando, con una nueva Constituci¨®n, acabe la discriminaci¨®n pol¨ªtica de los negros.
Al mismo tiempo, y es lo que Mandela ha puesto de manifiesto con inteligencia en sus discursos, el ANC tiene que modificar su car¨¢cter. Necesita superar los recelos y temores que despierta entre la poblaci¨®n blanca. Y asimismo entre mestizos e indios, que tienen m¨¢s confianza en De Klerk que en Mandela. El acceso de la mayor¨ªa negra al voto debe separarse -entre la propia poblaci¨®n blanca- del miedo a una especie de revancha que les colocar¨ªa en posiciones de inferioridad. Ello exige por parte del ANC una pol¨ªtica flexible, responsable, que le ayude a ganar zonas de simpat¨ªa entre poblaciones que hasta ahora han visto en ¨¦l sobre todo un enemigo. Sin embargo, el propio clima del congreso indica que esa modernizaci¨®n, de la que, desde luego, Mandela y otros l¨ªderes son conscientes, encuentra resistencias en sectores del ANC bastante considerables.
En ese marco se plantea el problema de las sanciones econ¨®micas de la comunidad internacional contra el Gobierno de Pretoria. Por un lado conviene resaltar que el caso surafricano demuestra de modo fehaciente la eficacia de tales sanciones. Precisamente por ello Mandela y el ANC desean que, frente a las negociaciones que se van a desarrollar sobre la nueva Constituci¨®n, la presi¨®n internacional siga actuando a favor de una plena democracia para los negros. Sin embargo, la tendencia a levantar las sanciones es fuerte en varios pa¨ªses, especialmente el Reino Unido y EE UU. Por ello, el ANC ha adoptado una actitud m¨¢s flexible: recomienda que, a medida que el Gobierno adopte medidas de democratizaci¨®n -liberaci¨®n de los presos, retorno de emigrados, etc¨¦tera-, se levanten ciertas sanciones, empezando por las referentes al deporte y al turismo. Es una propuesta sensata, pero cabe temer que algunos Gobiernos prefieran volver desde ahora a la normalidad en sus tratos con Pretoria. El viaje de Hurd a Sur¨¢frica, que ser¨¢ seguido por el de Major, parece anunciarlo.
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