La Europa de las ciudades
La decisi¨®n del Parlamento alem¨¢n de restablecer la ciudad de Berl¨ªn como sede del Gobierno de la Rep¨²blica Federal entra dentro de la l¨®gica hist¨®rica. Aunque la pac¨ªfica y bella ciudad de Bonn haya servido de capitalidad tranquila a la Rep¨²blica democr¨¢tica, poderosa y pr¨®spera durante tantos a?os, es evidente la fuerza de la tradici¨®n vigente en el ¨¢nimo del pueblo alem¨¢n. Berl¨ªn, atrozmente sacrificada durante la II Guerra Mundial y convertida en frontera sangrante entre las democracias y las tiran¨ªas de partido ¨²nico, se hizo s¨ªmbolo de las libertades civiles y de los derechos humanos afrontando el tr¨¢gico vac¨ªo de los reg¨ªmenes del Pacto de Varsovia. El muro de Berl¨ªn, escalado por los fugitivos en sentido un¨ªvoco, fue durante decenios el punto de contacto, caliente y conflictivo, de dos conceptos antag¨®nicos de la sociedad pol¨ªtica. Berl¨ªn, con sus tres millones y medio de ciudadanos actuales, tiene el empaque de las grandes capitales, con su planificaci¨®n de dimensiones abrumadoras y la cercan¨ªa de un conjunto de inolvidable belleza que es el prodigio de Potsdam, prusiano y barroco a la vez.Pienso que el proceso de unificaci¨®n pol¨ªtica de la Comunidad de los Doce, cuyo calendario se viene discutiendo, y con ello demorando por determinadas resistencias, traer¨¢ consigo, en su d¨ªa, un mayor acento en otros aspectos de la convivencia europea. Uno de ellos ser¨¢ el auge de las ciudades se?eras de cada pa¨ªs miembro a medida que descienda el acento de las erosionadas soberan¨ªas nacionales. ?Cu¨¢ntas ciudades hay en la Europa comunitaria capaces de convertirse en otros tantos puntos neur¨¢lgicos del Occidente reunido? Cada uno de los 12 pa¨ªses puede ofrecer al mosaico del conjunto comunitario una docena de urbes singulares, extraordinarias, que por su tradici¨®n, su historia, su riqueza arquitect¨®nica o muse¨ªstica, su prestigio universitario y escolar, su situaci¨®n geogr¨¢fica, sus festejos patronales, su rango deportivo, su nivel culinario o v¨ªnico, destacan hasta convertirse en eslabones obligados del conocimiento de todos.
La gira que incluya las catedrales, monasterios y santuarios europeos puede ser, por ejemplo, un itinerario ¨²nico en el mundo. Los cientos de castillos que no se rindieron a su pesadumbre son otro manojo de sorpresas est¨¦ticas que puede disfrutarse en la Comunidad sin fronteras que exhibe su patrimonio com¨²n. Nos conocemos poco todav¨ªa, a pesar de las cercan¨ªas y de las avalanchas tur¨ªsticas de cada temporada.
La finalidad fundacional de la Comunidad no era solamente econ¨®mica y pol¨ªtica, sino tambi¨¦n cultural y fusionista. Uno de los grandes anticipadores del europe¨ªsmo activo medita en su The meaning of Europe sobre los secretos de la vitalidad europea. 'La morfolog¨ªa del continente", escribe Rougemont, "est¨¢ formada por hechos tangibles y realidades que rodean nuestra vida cotidiana. Nuestras ciudades no brotaron, en general, en el seno de unos planos precursores, sino en tomo a una fortaleza o castillo que defend¨ªa un lugar estrat¨¦gico. En realidad, las plazas son las que dieron testimonio visible de que se hab¨ªa logrado la vida comunal, fundamento de nuestra civilizaci¨®n". Son muchas veces irregulares sus trazados, precisamente porque brotaron de la espontaneidad y de la necesidad popular. Una tiran¨ªa sue?a, por lo com¨²n, con grandes despliegues geom¨¦tricos que levantan ciudades sin alma. Las ciudades que crecieron solas lo hicieron en torno a los ayuntamientos, los mercados, los caf¨¦s, las escuelas. Y, por supuesto, arracimadas en tomo a las iglesias, donde se re¨²nen las asambleas de los rieles.
No es solamente la Europa de los Doce la que ofrece ese niquisimo patrimonio de la cultura viviente de las ciudades, sino que la Europa del centro y la del Este, salida de su letargo forzoso, est¨¢ tambi¨¦n edificada sobre las ciudades se?eras de cada naci¨®n. Checoslovaquia, Polonia, Hungr¨ªa, Yugoslavia son otras tantas naciones que atesoran ciudades ejemplares de riqu¨ªsimo valor. Si a ello unimos a los pa¨ªses que esperan turno para ingresar en la Comunidad, como Austria, Suecia y algunos m¨¢s de la Europa n¨®rdica, el argumento se refuerza a¨²n m¨¢s cuando recordamos algunas de sus ciudades ejemplares.
Entre ellas, y evocando la frase gaullista de la Europa que termina en los Urales, no puedo menos que citar aqu¨ª el voto popular mayoritario que ha devuelto, ya que no la capitalidad, s¨ª el nombre primitivo a San Petersburgo. Siempre recuerdo como una de las m¨¢s gratas excursiones tur¨ªsticas la que realic¨¦ en el verano de 1930 al entonces Leningrado, llegando a ¨¦l desde ¨¦l B¨¢ltico. Era una ma?ana de neblina espesa y, poco a poco, la fascinante capital se hizo presente como una fata morgana n¨®rdica. El inmenso archipi¨¦lago de las 100 islas convertido en gigantesca urbe, rebosante de canales y puentes por el genio de Pedro el Grande, es una de las ciudades de Europa m¨¢s atractivas. Su riqueza de construcciones civiles, palacios, bas¨ªlicas, museos y largas avenidas es algo ¨²nico, y, por lo que se ve, ha podido superar en un gigantesco esfuerzo los da?os tremendos infligidos por el sitio del Ej¨¦rcito alem¨¢n en el llamado "bloqueo de los 900 d¨ªas", que caus¨® cientos de miles de v¨ªctimas y destrozos considerables.
En la Europa de las ciudades han de tener cabida docenas de aglomeraciones humanas que representan, mejor que ninguna perspectiva, una historia de 2.000 a?os. En ese cat¨¢logo reluce el esplendor de una cultura que mayores perspectivas atesora para el porvenir.
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