Madrid es una apisonadora
Madrid es una apisonadora. Lo acepta todo, lo deglute todo, lo digiere todo, y luego lo devuelve todo en forma de palabras. El Madrid galdosiano, el Madrid de los Austrias, el viejo Madrid, el Madrid Me Mata. Madrid, en M¨¦xico se piensa mucho en ti.Madrid es una ciudad indiferente. Inventa las palabras para resumir lo que ha pasado, y luego las olvida en un rinc¨®n donde hay muchos gatos. Le da igual Cervantes, pero tiene un rinc¨®n para el Madrid de Cervantes, y su descuido de los Austrias no le ha impedido guardar en su memoria de palabras una esquina laber¨ªntica que rinde recuerdo a aquel tiempo. Gald¨®s, que no era madrile?o, sino de Las Palmas, le dio forma a su gente, y hoy el Madrid de Gald¨®s es tan madrile?o, o m¨¢s, que el Madrid de azoteas que pint¨® Mariano Jos¨¦ de Larra. Luego, mirando al cielo, Madrid le invent¨® el techo a un sevillano, don Diego de Vel¨¢zquez, y acaso sea esa parte del Madrid de siempre una de las pocas zonas urbanas, y et¨¦reas, que han dejado intactas los madrile?os.
Como ciudad indiferente que es, Madrid ha superado incluso el adjetivo m¨¢s terrible de su historia, el Madrid ocupado, el Madrid invadido, y los que tienen memoria de aquello hablan de ese tiempo como de una ¨¦poca en que los madrile?os tambi¨¦n se carcajeaban de s¨ª mismos. No han cambiado, y eso lo salva del calor y de la hecatombe de ser la capital de Espa?a.
Madrid es la ciudad del descuido y el lugar sagrado de los descuideros. Una ciudad que vive el presente y el pasado como elementos ef¨ªmeros que se derritieran entre el asfalto y la apisonadora. Si M¨²nich, o incluso Dubl¨ªn, por poner dos casos extremos de Europa, tuvieran tantos rincones como Madrid tiene arrinconados, probablemente esas zonas del pasado estar¨ªan mejor subrayadas en el mapa urbano, e incluso en la memoria de la gente. Ahora los irlandeses han tenido de nuevo su Bloomsday, el homenaje urbano a la figura de James Joyce, su escritor m¨¢s glorioso. Aparte de algunos fan¨¢ticos que le rinden gloria, ser¨ªa bueno saber c¨®mo Madrid saca de la miseria y el olvido los rincones urbanos donde habitan las memorias literarias de los Joyce madrile?os, desde Gald¨®s a Larra, desde Cervantes a Lope, y si Madrid se descuida, un d¨ªa no sabr¨¢ d¨®nde estuvo el Madrid de Baroja, ignorar¨¢ el Madrid de Juan Benet, no tendr¨¢ ni idea del Madrid de S¨¢nchez Ferlosio, y guardar¨¢ bajo el puente el viejo Madrid secreto de Juan Benet Goitia.
Cr¨®nica literaria
El callejero de Madrid, esta ciudad de poetas, de divos y de cad¨¢veres, est¨¢ llen¨® de la vieja injusticia que la memoria perpetra contra los creadores que la hicieron posible: los generales se hicieron con las grandes avenidas y dejaron a Lope, a Unamuno y a Lorca en las encrucijadas de los callejones. El otro d¨ªa, la emisora de un taxista hac¨ªa brotar esta cr¨®nica literaria:
-?Alguno libre para Ram¨®n P¨¦rez de Ayala con Federico Garc¨ªa Lorca?
-?D¨®nde est¨¢n esas calles? -pregunt¨® el viajero.
-Son calles nuevas de Vallecas -respondi¨® el taxista.
Los escritores quedan siempre para las calles restantes, y acaso no deb¨ªan salir nunca de ah¨ª. Las ¨¦pocas, sin embargo, los guardan como un apellido, como un honor, un min¨²sculo aditamento en la solapa de Madrid.
Ahora, con el 92 cultural, Madrid prepara galas, 366 d¨ªas de embellecimiento. Esta apisonadora urbana se convierte en capital de la cultura. En el ¨²ltimo decenio, Madrid invent¨® para s¨ª misma un adjetivo vol¨¢til, el de la movida, como para que quedara claro que ni el asfalto era firme bajo la apisonadora de la ciudad. Y ahora, junto con todos los viejos adjetivos -el Madrid de Gald¨®s, el Madrid de Larra, el Madrid de los Austrias-, ¨¦se de la movida no existe con m¨¢s firmeza acaso porque, al ser inexistente, es el que ha merecido m¨¢s cuidados, y por tanto es el que ha muerto mucho antes.
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