"?El barberooo!"
Moro / Mu?oz, Espartaco, Rinc¨®nDos toros de Moro hermanos (cuatro fueron rechazados en el reconocimiento), 2? chico, sospechoso de pitones, inv¨¢lido y aborregado; 4? iscreto de presencia, noble. Cuatro de La Cardenilla, desiguales de tipo, flojos, sospechos¨ªsimos de pitones, manejables. 3?, exageradamente mutilado de cornamenta e inv¨¢lido, devuelto al corral y sustituido por el sobrero, de Alejandro Garc¨ªa, terciado pero con trap¨ªo, fuerte, manso, incierto.
Emilio Mu?oz: estocada corta escandalosamente baja y bajonazo (ovaci¨®n con algunos pitos y salida al tercio); estocada ca¨ªda (oreja).
Espartaco: estocada ca¨ªda, larga y vertiginosa rueda de peones y descabello (oreja); dos pinchazos, media y descabello (aplausos y tambi¨¦n algunos pitos cuando saluda desde el burladero). C¨¦sar Rinc¨®n: pinchazo hondo bajo sin soltar, pinchazo y dos descabellos (algunos pitos); pinchazo hondo, rueda de peones y dos descabellos (ovaci¨®n y salida al tercio).
Plaza de Valencia, 26 de julio. Sexta corrida de feria. Lleno.
JOAQU?N VIDAL
Toro a toro se o¨ªa una voz inquietante. La voz dec¨ªa: "?El barberooo!" ?Por qu¨¦ dec¨ªa "?El barberooo!" la voz? ?Ah!, ?oh! Realmente hab¨ªa que estar muy cerca de la voz para oirla, pues en toda la plaza la gente gritaba ?ol¨¦!, y cuando la gente grita ?ol¨¦!, sobre todo en Valencia (o sea, a pleno pulm¨®n), es muy dificil o¨ªr nada. Alguien de por el entorno, sin embargo, llegaba a o¨ªr lo de "?El barberooo!" y se hac¨ªa la misma pregunta: "?Por qu¨¦ llamar¨¢ tan insistentemente al barbero ese enojado se?or?".
Las actitudes y las reacciones del p¨²blico que asiste a las corridas a veces son de muy dificil interpretaci¨®n. Uno llega a pensar que determinadas tardes ciertos p¨²blicos no ven al toro. Quiz¨¢ vean un animal trot¨®n, con mayor probabilidad claudicante, sustancia c¨¢mica, negra sombra del ayer; pero toro, lo que se dice toro, eso no lo ven.
El toro que miran y no ven a lo mejor ni es toro, porque es una mona -el primero de Espartaco, pongamos por caso-, ni tampoco es toro porque de los atributos propios de su especie le falta cacho as¨ª, como el primero de C¨¦sar Rinc¨®n y casi todos, mutilados de cornamenta, angelicos m¨ªos; y esa criatura del Se?or pasa absolutamente desapercibida, pues nadie parece verla, salvo uno que emerge entre la masa y sospechando que siniestra manoafeit¨® en la oscuridad de las corraletas los pitones, grita: "?El barberooo!".
Cualquier d¨ªa sacar¨¢n en lugar de toro perro, o gato, o ave de corral, y dar¨¢ lo mismo. Ya puede el espectador emergente desga?itarse gritando "?El barberoo!", que esa ser¨¢ siempre la voz que clama en el desierto. Y si es voz que clama en el desierto ?para qu¨¦ van a tomarse los toreros la molestia de torear toros con aspecto de toros y la totalidad de sus atributos en irreprochable integridad f¨ªsica, con lo molestos y peligrosos que resultan?
Para los toreros -su valor, su profesionalidad, su t¨¦cnica, su arte-, ocurre otro tanto. Espartaco llegaba a Valencia con reconocida fama de valiente, profesional, t¨¦cnico, artista y cuantas restantes virtudes el espartaquismo militante pregona, y no import¨® nada a nadie que se pasara las faenas corriendo; sin decisi¨®n, habilidad ni gusto art¨ªstico para cruzarse, o templar los muletazos, o estarse quieto despu¨¦s de rematarlos, o ligarlos, aunque s¨®lo hubieran sido dos entre los cientos que peg¨®. (?S¨®lo dos, Dios m¨ªo! ?Es eso mucho pedir?). Antes al contrario, el p¨²blico, tras cada pase veloz de Espartaco, se pon¨ªa en pie, levanlaba los brazos al cielo y gritaba a pleno pulm¨®n: "?ol¨¦¨¦¨¦!".Faena crispada
Emilio Mu?oz hizo una primera faena crispada, otra sin excesiva templanza aunque con decisi¨®n y hondura en algunos de sus pasajes, y, claro, tambi¨¦n le gritaban "iol¨¦¨¦¨¦!". C¨¦sar Rinc¨®n, en cambio, tuvo menos iol¨¦¨¦¨¦s!, no porque cayera antip¨¢tico a la gente sino porque le correspondi¨® peor g¨¦nero. El toro sobrero result¨® duro de pezu?a y hubo de sortearle las peligrosas escaramuzas que emprend¨ªa con los pitones en derredor de su persona. Al sexto le sac¨® redondos y naturales muy estimables, mas ten¨ªa casta y le complic¨® los ¨²ltimos compases de] muleteo.
Pero estos serios inconvenientes el p¨²blico no los pod¨ªa tener en cuenta. Si no hab¨ªa visto al toro, era imposible que se apercibiera de sus dificultades, zozobras y peligros, y culp¨® a C¨¦sar Rinc¨®n de absentismo laboral. El enojado se?or que gritaba "?El barberooo!", en cambio, no dijo nada. Y no por falta de ganas. El pobre se hab¨ªa quedado af¨®nico y llevaba una hora sufriendo en silencio.
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