La ¨²ltima trinchera
EL VIERNES pasado, 38 a?os despu¨¦s del asalto al cuartel de Moncada, Fidel Castro reiter¨® ante sus fieles, reunidos en Matanzas para escuchar las casi tres horas de arenga, que Cuba segu¨ªa en el mismo lugar y que nada hab¨ªa cambiado. El porvenir, como de costumbre, se anunciaba duro, sobre todo porque parec¨ªa requerir la conversi¨®n del pa¨ªs en "la ¨²ltima trinchera del socialismo en el mundo". Esa peculiar suerte tienen los cubanos.El gesto del comandante era el mismo; su tono de voz, tan agudo como de costumbre, ten¨ªa parecida firmeza, pero la barba ya cana y el uniforme hecho a medida para el revolucionario estereotipado delataban el acartonamiento de d¨¦cadas de inmovilismo. El romanticismo ha pasado y los cubanos se enfrentan ahora a la dura realidad del hambre y la carencia de perspectivas de futuro. Cabe preguntarse si discursos como el de Matanzas tienen ya alg¨²n significado, si realmente representan el sentir de una noble aspiraci¨®n revolucionaria o si, por el contrario, en 1991, ca¨ªdos todos los muros, no pasan de ser la expresi¨®n de la angustia de una nomenklatura que busca desesperadamente escapar con bien del barco. Recuerdan, dolorosamente, a las fieras alocuciones de los l¨ªderes de la Europa oriental (de Honnecker, de Rakowski, de Jakes) pocas semanas antes de que cayeran v¨ªctimas de la debilidad de sus reg¨ªmenes.
No todo es culpa de Castro, claro: Cuba ha tenido la mala fortuna de estar situada en las costas de Estados Unidos y, durante un cuarto de siglo, ha sido objeto de la hostilidad implacable de un Washington que, al mismo tiempo, comerciaba e invert¨ªa en otras ¨¢reas del socialismo real con mucha mayor generosidad. Puede que, precisamente por este motivo, la ¨²nica alusi¨®n del l¨ªder cubano en su discurso a una posible apertura del r¨¦gimen marxista hacia influencias exteriores haya estado matizada por la enemistad hacia los norteamericanos. Castro aludi¨® a la cumbre de Guadalajara, de la que acaba de regresar, asegurando que estaba dispuesto a integrarse en una Latinoam¨¦rica que se desarrolle con el esp¨ªritu nacido en aquella reuni¨®n, siempre y cuando no sea a costa de renunciar al socialismo y a la econom¨ªa planificada. Es decir, como ya anticip¨® en M¨¦xico, acepta cualquier sistema que no sea la Iniciativa para las Am¨¦ricas, de George Bush, que considera una nueva treta colonialista del capitalismo.
Pero son las palabras de un superviviente que parece dispuesto a morir con las botas puestas. O a convertir a Cuba no en la ¨²ltima trinchera del socialismo, sino en su agujero final.
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