El Sur propiamente dicho
Hasta la eternidad es ef¨ªmera si la cuenta un periodista. Madrid est¨¢ lleno de peri¨®dicos inservibles porque son de ayer, y los chicos que esperan en las estaciones sin asiento los usan para pasar all¨ª las horas muertas. Hojas de anuncios por palabras, papeles con la situaci¨®n caliente de Yugoslavia y diarios que han hecho de agosto su mes m¨¢s cruel porque han desaparecido como vinieron, con ruido y con colorines. El resto es silencio.Madrid es una gran estaci¨®n de tr¨¢nsito. Los que viven aqu¨ª se van y los que vienen los reemplazan con la misma parsimonia: entrando por estaciones inc¨®modas en las que habitan palomas sucias. No se sabe muy bien por qu¨¦ los pobres han de vivir peor que los ricos, pero en Madrid la diferencia social parece un cuadro de Antonio L¨®pez. El di¨¢logo Norte-Sur es una algarab¨ªa, y mientras el Norte es el aeropuerto, con sus sillones frecuentados pero mullidos, la estaci¨®n del Sur es el Sur propiamente dicho, una geografia de detritus, de bocadillos deshechos: el calor humano paseando por escalinatas sin luz hacia andenes que no est¨¢n se?alizados.
La calidad de la espera
En el Norte -incluso en la estaci¨®n de Chamart¨ªn, que es como el Norte tambi¨¦n desmejorado- existe la sensaci¨®n de que se ha acondicionado el aire para que la desesperaci¨®n de la espera no tenga esos contornos miserables que la propia espera tiene en el Sur. La gente que viaja al Norte tiene, al parecer, otros privilegios, y aunque el mundo de la estaci¨®n se les hunda por los retrasos, hay como otra parsimonia en la calidad de la espera.Si vas al Sur, prep¨¢rate a sufrir las consecuencias. El mundo est¨¢ mal hecho, y aunque los poetas canten, seguir¨¢ siendo as¨ª por toda la eternidad. Estos d¨ªas de calor sofocante, esta. ciudad de escaparates ha vivido en carne viva las contradicciones que produce la injusticia. En la estaci¨®n del Sur, la gente no tiene d¨®nde sentarse, las cafeter¨ªas quedaron exhaustas de, bocadillos, los suelos donde: dormitaban los estudiantes y los campesinos estaban llenos de desperdicios, y por encima de esa atm¨®sfera terrestre flotaba como un vapor la sensaci¨®n de que aquello estaba as¨ª porque era irremediable.
La realidad es una estaci¨®n as¨ª: sobre las p¨¢ginas de esos peri¨®dicos que sirven de asiento, donde se cuentan las aventuras inasibles de los que lo pasan mejor, tambi¨¦n hay historias truculentas que pugnan por parecerse a lo que le ocurre a la gente. El ruido de lo que pasa se asemeja a veces a la violencia que suscitan los peri¨®dicos, y aunque todo sea efimero, sierripre hay una relaci¨®n entre lo que viene entre l¨ªneas y lo que sigue sucediendo: tantos a?os, tanta Europa, tantos zapatos nuevos para andar por la historla y las estaciones del Sur siguen oliendo a alpargatas.
Mientras ese olor se sucede sobre las cabezas de los humanos que esperan en esta estaci¨®n, otro papel de peri¨®dico recoge lo que dice un contempor¨¢neo: un fil¨®sofo asegura que no hay que pagar impuestos. Ya somos bastante ricos. Es mentira, pero la cobertura de los sue?os de los fil¨®sofos se basa en que ellos no tienen que bajar al Sur para tomar un autob¨²s. Y adem¨¢s no tienen entre sus necesidades perentorias la de comerse un bocadillo sobre el suelo de esta estaci¨®n de la miseria.
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