Sevilla y la isla del tesoro
Fotos: Cristina Garc¨ªa RoderoAntes, cuando estaba de moda la dial¨¦ctica y su troika sagrada de tesis-ant¨ªtesis-s¨ªntesis, nada parec¨ªa m¨¢s refrescante y prometedor que la oposici¨®n de los contrarios. Se daba por supuesto que arrimando el agua al fuego con suficiente tes¨®n no pod¨ªa dejar de obtenerse chispas h¨²medas, impulsoras de progreso revolucionario. ?L¨¢stima que la exposici¨®n universal llegue a La Cartuja de Sevilla en esta ¨¦poca que vivimos, tan descre¨ªda, en la que ya no tiene vigencia otro principio de sabidur¨ªa tradicional que el de simil similibus curantur! Temo que vaya a malograrse el potencial din¨¢mico impl¨ªcito en la vecindad forzada y prolongada entre la ciudad b¨¦tica y la isla del tesoro cosmopolita que le est¨¢ naciendo a sus pies. Porque el choque, desde un punto de vista dial¨¦ctico, merece sin duda atenci¨®n. Si Hegel pudiera asomarse de nuevo durante un ratito a la historia que tanto le apasion¨®, seguro que ya no buscaba el esp¨ªritu del mundo en los caracoles de Napole¨®n trotando por las calles de Jena: lo descubrir¨ªa m¨¢s bien en la enorme carpa de estaci¨®n que aguarda, tr¨¦mula e imponente, la llegada del TAV a La Cartuja sevillana.
Por resumirlo en pocas palabras, se trata del choque -esperanzador o alarmante, seg¨²n los gustos, pero sin duda brutalmente el mundo y los barrios. Que cada cual se pregunte a s¨ª mismo, como yo lo hago ahora: ?d¨®nde vivo realmente? ?en el mundo o en mi barrio? ?en el ancho y abigarrado circo de lenguas, razas, enfrentamientos y desventuras que se me acercan cotidianamente a trav¨¦s de los medios de comunicaci¨®n o en el peque?o charco de lluvia frente a mi portal, en el que se refleja una esquina gastada por la familiaridad y el ciego que vende cupones, acompa?ado por esa ni?o que le ayuda mientras charlan? Admito que esta contraposici¨®n tiene algo de f¨¢cil y de forzado. Nada impide que tengamos la cabeza en el universo y los pies en nuestro rinc¨®n. La pregunta es: ?somos verdaderamente conscientes de lo que ello supone? Supone que la cabeza busca lo m¨²ltiple, lo cambiante, lo simult¨¢neamente contradictorio, mientras que los pies reclaman acostumbrada fijeza y fiable equilibrio. Y supone tambi¨¦n que all¨¢ donde vayamos todo el universo se resumir¨¢ visto de cerca en rinc¨®n, que lo ¨²nico universal del universo es que, a fin de cuentas, nadie puede salir de su rinc¨®n. O de su barrio. Todo en el mundo es barrio para nosotros, salvo los ¨²ltimos desiertos y selvas, salvo los grandes hielos polares y salvo el mar.
Barrio supremo
Pero ocurre que, seg¨²n se ha dicho, "Sevilla es el barrio m¨¢s hermoso del mundo". Dejemos de lado la hip¨¦rbole encomi¨¢stica, disculpable fruto del amor. Lo cierto es que la hermosura patente de Sevilla proviene precisamente de sus caracteres de barrio supremo, asumidos sin sonrojo ni rebozo. No es una ciudad de perspectivas abrumadoramente abiertas, desparramadas hacia afuera en avenidas de majestad y gloria. Sevilla no se gana su encanto acumulando diversidades radicalmente variopintas, provinientes de gustos y rincones remotos, amalgamadas al fin como en un gran bazar. La jair¨¦ de la vieja ciudad pausada, su gracia, es parecerse a s¨ª misma y multiplicarse en su similitud. El arrobo que suscita prescinde de estruendos: la rumorosa brevedad de un patio, la tertulia de comadres en la calle estrecha, el balconcito bajo de la esquina, la inmovilidad perfumada de un macizo de adelfas en el crep¨²sculo, el fulgor manso y concentrado de una copa de manzanilla. Y las risas y los cuchicheos, y los ojos oscuros de sus mujeres, las unas guapas y todas acostumbradas a ser tratadas como si lo fueran.Gracias de barrio antiguo, sin duda. Y que suscitan en sus cotidianos beneficiarlos una delicada teor¨ªa de rituales, a la vez despaciosos y vivaces, labrados con m¨ªnimos gestos, con airosos desgaires, con deliberadas pausas. Como en toda vida aut¨¦ntica de barrio, hay algo siempre de autorreferencial, de paladeo masturbatorio. El barrio se conmemora sin cesar a s¨ª mismo hasta ponerse al borde del regodeo en el estereotipo. El poeta y ensayista Joaqu¨ªn Romero Murube, autor de Sevilla en los labios (uno de los cl¨¢sicos modernos de la interpretaci¨®n de la ciudad para y por sus hijos devotos), habla sin tapujos de "egocentrismo espiritual" y se?ala con suave inquietud: "En Madrid, en Lisboa o en Barcelona se vive en el mundo, con ventanas a Europa y a los acontecimientos de otros continentes. En Sevilla no se vive m¨¢s que en Sevilla y para Sevilla". Se trata, desde luego, de un dictamen expedido hace por lo menos medio siglo. Pero, pese a la avalancha de exterioridad ca¨ªda sobre la capital del Guadalquivir durante los ¨²ltimos a?os, es dificil considerarlo rotundamente obsoleto. No soy qui¨¦n para decir si esta actitud merece aplauso o denuncia, si lo oportuno es socavarla o apuntalarla. El problema ya no se limita al ¨¢mbito de los gustos privados, m¨¢s o menos acad¨¦micos, pues lo irrefutable es que ahora este m¨¢gico barrio egoc¨¦ntrico tiene que v¨¦rselas con la Expo.
Terremoto
Supongo que para cualquier ciudad la tremenda (y magn¨ªfica tambi¨¦n) excrecencia de una exposici¨®n universal ha de suponer algo pocos grados menos conmovedor- que un terremoto. En el caso de Sevilla, este antibarrio por definici¨®n que es la Expo resulta particularmente provocador, en todos los sentidos -mejores y peores- de la palabra. La duda es hasta qu¨¦ punto los sevillanos se han querido o podido incorporar a la gran feria en algo que vaya m¨¢s all¨¢ de soportar las incomodidades de las obras o rentabilizar en lo inmediato la subida de precio de alquileres y servicios. La verdad es que nunca se hab¨ªa hecho uno de estos grandes experimentos enuna ciudad tan peque?a , con una tan escasamente dotada para asimilar la desconcertante avalancha que se le ven¨ªa encima. Se trata de una de las regiones con una renta per c¨¢pita m¨¢s baja de Espa?a -la tercera por la cola o algo as¨ª- y va a afrontar un reto del que incluso abrumadoras megal¨®polis han salido dudosamente ilesas. El viajero reci¨¦n desembarcado en el aeropuerto de Nueva York, que cruza Queens rumbo a Manhattan, puede vislumbrar a¨²n esqueletos devastados de la muestra mundial de 1939 que la gran urbe no ha podido digerir y aprovechar: ?tendr¨¢ m¨¢s suerte nuestna villa andaluza con la inersi¨®n de futura chatarra que se le viene encima.Desde luego, ya la sabidur¨ªa popular advierte que todo lo que no mata, engorda. Muchos de los dones; de la Expo son conquistas ventajosas que ni siquiera los m¨¢s remisos pretenden poner en duda: por ejemplo, las nuevas instalaciones de] aeropuerto debidas a Rafael Moneo, que han despertado alborozada expectaci¨®n (dicen que el arquitecto est¨¢ particularmene satisfecho de la soluci¨®n dada parking de la estaci¨®n a¨¦rea), la magn¨ªfica nueva estaci¨®n de ferrocarril o la recuperaci¨®n de parte del Guadalquivir, tras la desaparici¨®n del muro que aislaba simb¨®lica y efectivamente a la ciudad de la isla de La Cartuja. No hay que olvidar que la exposici¨®n del a?o 1929 aport¨® a. Sevilla, entre otras cosas, una estupenda ampliaci¨®n urban¨ªstica de cuyo beneficio nadie duda. Sin duda ha de haber tambi¨¦n abundantes logros de provecho en esta gran movida actual, y se conseguir¨¢ en meses lo que de otro modo no se hubiera obtenido en a?os o quiz¨¢ nunca. Pero bastantes sevillanos reflexivos se duelen de lo que les parece la superposici¨®n, antag¨®nica de dos ciudades, la abundancia s¨²bita de recursos de una de las cuales hace resaltar a¨²n m¨¢s las tradicionales carencias de la otra. Por un lado, la nueva Sevilla-Expo de la tecnolog¨ªa punta y la fibra ¨®ptica, del c¨¦sped y arbolado conseguido a precio de oro: por otro, la ciudad de trileros y guardacoches espont¨¢neos (si no se aceptan sus servicios puede uno encontrarse con las ruedas del veh¨ªculo rajadas con experto rencor), que carece de presupuesto suficiente para remozar el parque de Mar¨ªa Luisa o para tener permanentemente abiertos sus tres museos. Es dif¨ªcil no sentir como hiriente esta disparidad, aunque los optimistas sostienen que la abundancia de la isla del tesoro terminar¨¢ por rescatar las deficiencias de la Sevilla de la escasez.
Guasa sevillana
Por el momento, la guasa sevillana aprovecha para sacar a cada paso punta humor¨ªstica a los acontecimientos. Al flamante teatro de la Maestranza, destinado principalmente a ¨®pera, cuya apariencia es demasiado cerrada, corno si no quisiera admirar ni la torre del Oro, ni el Hospital de la Caridad, ni el Guadalquivir, highlights de su entorno, ya le han bautizado "la olla expr¨¦s". Otros se ceban con el "edificio inteligente" de la Expo, donde tiene (o ten¨ªa, antes de que le cesaran) su despacho el comisario de la muestra. "?Inteligente? Listillo, todo lo m¨¢s", comentaba uno el otro (l¨ªa, abanic¨¢ndose. Ya que estamos en ello, reconozco que no estoy muy seguro de lo que pueda ser con exactitud un edificio inteligente. Bastante problema me supuso enterarme, durante la pasada contienda del Golfo, de que existen bombas inleligentes. Claro que es menos prudente discutir de inteligencia con una bomba que con un edificio. Quiz¨¢ se llame edificio inteligente al que se esconde cuando ve venir una bomba inteligente.Pasear por lo que va siendo poco a poco la Expo es un empe?o que sin duda merece la pena. Despierta respeto, para empezar, saber que all¨ª est¨¢n trabajando, un d¨ªa con otro, 8.000 personas. Por ahora, la construcci¨®n que quiz¨¢ suscita m¨¢s curiosidad, por ser una de las m¨¢s completas, es el pabell¨®n de Jap¨®n, dise?ado por un ?arquitecto nip¨®n de primer¨ªsima fila, cuyo nombre me repiti¨® todo el mundo 40 veces y que mi culpable ignorancia en arquitectura japonesa actual se ha obstinado en olvidar. Es una gran estructura de madera que recuerda un poco al arca de No¨¦ que tripulaba John Huston en La Biblia, pero con algo de la ligereza enigm¨¢tica del templo de oro, cuya inmolaci¨®n por amor inspir¨® una de las m¨¢s hermosas novelas de Mishima. Ha de ser algo digno de verse cuando est¨¦ concluido, como sin duda muchos otros del recinto. A m¨ª el conjunto, con su lago artificial, su monorra¨ªl elevado, sus locales de maravillas, las atracciones festivas que se le programan, las largas colas que cabe suponer a la entrada de cada edificio, endulzadas por grupos de animaci¨®n callejera, etc¨¦tera, me trajo a la memoria el grato recuerdo de Disneylandia. Por favor, en modo alguno quiero ser irrespetuoso o despectivo. Como no padezco la estereotipada pedanter¨ªa altanera de George Steiner, creo que Disneylandia es un parque que est¨¢ muy requetebi¨¦n en lo suyo: de todas las posibles im¨¢genes a las que asemejar un escaparate optimista del mundo no me parece la peor. Esperemos que no falten, sin embargo, algunas brujas de las que ofenden con sus manzanas envenenadas a los enanitos y otras honradas referencias a esa casa del miedo que nuestro mundo, por desgracia, a¨²n es para la mayor¨ªa.
El "edificio inteligente"
El mundo, el barrio... Al saborear una copa de manzanilla acompa?ada de gruesas y jugosas aceitunas, en el precioso bar del hotel Alfonso XIII, a uno se le viene a las mientes sin remedio que precisamente ese hotel ocupa lo que pudi¨¦ramos llamar el .,edificio inteligente" de la exposici¨®n de 1929. Sin duda las cosas han cambiado mucho, pero ser¨ªa un esteticismo irresponsable asegurar que del todo a peor. Claro que el civilizado fresco nocturno de una charla en la placita de los Venerables, o el sabor de una novillada vespertina en la Maestranza (llena de j¨®venes, lo siento por los ecologistas antitaurinos, gracias al popular precio de las localidades), le devuelve a uno, de forma casi dolorosamente punzante, el encanto de la vida de barrio, del mejor de los barrios. Pero no hay que olvidar que Sevilla tambi¨¦n ha sido tradicionalmente una villa de comercio y de esfuerzo, en la que el nombre de alguna de sus calles (de los Alemanes, etc¨¦tera) sigue conmemorando a laboriosos extranjeros que se instalaron en ella, y no precisamente para tapear. Aunque sin duda tapearon, claro, en cuanto conocieron la tortilla de camarones, la ca?a de lomo, el Fino y las lindezas de la vida, sin las que el trabajo no es m¨¢s que af¨¢n est¨¦ril.?No es acaso esta ciudad la capital europea de la ¨®pera? Desde luego, otras la ganan por el momento (si la olla expr¨¦s no llega a remediarlo m¨¢s adelante) en lo tocante a representaciones de arte l¨ªrico: para disfrutar de los mejores y m¨¢s frecuentes hay que ir a la Scala milanesa, al Covent Garden londinense, a la Fenice de Venecia, a Par¨ªs, a Viena... Pero yo no me refiero a las representaciones de ¨®pera, sino a verse representada en ¨®peras. En ese punto, Sevilla se lleva la palma victoriosa. ?Y c¨®mo! ?Menudo p¨®quer de ases la tienen por escenario: Don Giovanni, Las bodas de F¨ªgaro, Carmen y El barbero de Sevilla! Supongo que buenos montajes de todas ellas podr¨¢n, disfrutarse durante el pr¨®ximo ano , con el l¨ªcito orgullo de mostrar uno de los m¨¢s bellos rostros de la leyenda sevillana. Pero esta vinculaci¨®n con la ¨®pera muestra tambi¨¦n el parentesco de Sevilla con el gran artificio a la par barroco y sutil, melodram¨¢tico y jocundo. En lo que respecta a la obra de arte total, Sevilla ya se las sabe todas (y todas saben de Sev?lla): ?por qu¨¦ no se las ha de arreglar bien con la Expo? ?No es tambi¨¦n a fin de cuentas la Expo una ¨®pera, la m¨¢s abigarrada y compleja del mundo, quiz¨¢ la m¨¢s disparatada tambi¨¦n, como el mismo mundo al que representa? ?Pod¨ªa la gran ¨®pera del 92, posmoderna y neobarroca, tener otro escenario quela patria m¨¢s acreditada de la ¨®pera? E incluso noto que a los pol¨ªticos sevillanos se les pone aire l¨ªrico: Rojas Marcos puede ser Don Giovanni, Soledad Becerril ser¨¢ Zerlina Vorrei o non vorrei?), Luis Y¨¢?ez es F¨ªgaro, aqu¨ª y all¨¢, Jacinto Pell¨®n parece Don Bartolo y Manuel Olivencia volver¨¢ quiz¨¢ como el Comendador...
Un magn¨ªfico regalo
En la obra ya mencionada, Romero Murube proclama: "Queremos una Sevilla universal, dentro de esas normas propias y caracter¨ªsticas que hacen de las ciudades valores apartes y comunes como rosas de distintos aromas y colores". Para concluir: "Hay que hacer Sevilla para el mundo, ya que tambi¨¦n sabemos hac¨¦rnosla -recreaci¨®n- para nosotros". Supongo que no otro es el reto que ahora se le plantea a este barrio sin par, que, adem¨¢s, ha de proponerse ser una ciudad de primera en todos los ¨®rdenes. Aunque no lo haya podido determinar a su gusto, aunque tenga algo de impuesto y quiz¨¢ de cosmopolitismo triunfalista, hortera, la Expo es, sin duda, un magn¨ªfico regalo para Sevilla. Lo preciso es aprovecharlo del mejor modo posible, para que sus gratil5caciones menos perecederas empiecen a disfrutarse cuando la carpa sea retirada, a fin de que 1993 no tenta solamente sabor a resaca. De momento, sin embargo, es cordura sevillana recibir esa isla del tesoro ca¨ªda del cielo sonriendo entre l¨¢grimas o llorando la sonrisa, como hace en su dram¨¢tico trono de luces la virgen Macarena.
Ma?ana: EL MAPA DE ESPA?A
CASTILLA-LA MANCHA / 1
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.