Presencia real
El ¨²ltimo libro de George Steiner, Real presences (Presencias reales ) es un elocuente indicador de lo enloquecida que anda la br¨²jula cultural en nuestra ¨¦poca: fue concebido como un libro transgresor y heterodoxo, para desafiar las ideas establecidas sobre la creaci¨®n art¨ªstica, y se ha vuelto un best seller, un¨¢nimemente celebrado en el mundo occidental.La culpa la tiene Francia, inigualable en entronizar modas y mandarines culturales, propios o ajenos, donde el libro, luego de una brillante entrevista a Steiner en la televisi¨®n (la brillantez y el talento no tienen por qu¨¦ coincidir, pero en su caso s¨ª van de la mano) pas¨® a ser el tema del d¨ªa y a agotarse en las librer¨ªas. En el Reino Unido el ¨¦xito ha sido m¨¢s lento, pero no menos firme, y ninguna de las rese?as que he le¨ªdo -del obispo de Durham a las p¨¢ginas progresistas del New Stateaman- ha puesto en duda ni la solidez de su argumentaci¨®n ni la fuerza de sus conclusiones.
?Qu¨¦ pensar¨¢ de esto el propio Steiner? En vez del destino de libro maldito que esperaba para ¨¦l ("S¨¦ que esta formulaci¨®n ser¨¢ inaceptable no s¨®lo para la mayor parte de aquellos que leen un libro como ¨¦ste, tambi¨¦n para el clima de pensamiento y sentimiento que prevalece en nuestra cultura", afirma en el ¨²ltimo cap¨ªtulo) Real presences s¨®lo recibe aplausos. Ninguna oposici¨®n. Ning¨²n rechazo. Es algo que debe dejarle un cierto mal gusto en la boca, pues su ensayo fue escrito para provocar la controversia, un debwe intelectual sobre temas trascendentes, no para quemarse dulcemente entre los fuegos f¨¢rues del lucimiento y la publicidad. Pero, por lo visto, no hay escariatoria. En materia intelectual, lo que nuestro tiempo no entierra, lo frivoliza.
?sta es la comprobaci¨®n que sirve de punto de partida a la reflexi¨®n de Steiner: la literatura, la.s artes pl¨¢sticas y la m¨²sica se han vaciado de.sentido en nuestra ¨¦poca porque los Int¨¦rpretes y teorizadores -que han sustituido a los creadores como protagonistas del quehacer intelectual y art¨ªstico- las han desnaturalizado, con lecturas, reducciones y abstracciones que las volvieron fantasmas de s¨ª mismas. Los comentaristas han llegado a persuadirnos de que la raz¨®n de ser de un libro como el Quijote es introducir variantes y temblores en una cierta tradici¨®n de estructuras formales y de que la ¨²nica aproximaci¨®n cr¨ªtica posible a Kafka y a Joyce es desintegrando sus cuentos y novelas en los vericuetos de la intertextualidad.
?sta es la parte menos pol¨¦mica del libro, me parece. Es cierto que vivimos una cultura del comentario, de lo par¨¢sito, en lo que Steiner llama "la era del ep¨ªlogo". La cr¨ªtica ha olvidado su funci¨®n, la de servir, facilitando la comprensi¨®n y revelando la complejidad y sutileza de la obra de arte al lector, espectador u oyente, y, como el genio de la l¨¢mpara maravillosa, ha esclavizado a su amo, someti¨¦ndolo a sus caprichos. Las cr¨ªticas de Steiner a las grandes doctrinas totalizadoras -el psicoan¨¢lisis, el estructuraismo, las teor¨ªas desconstruccionistas de Derrida y Paul de Man- son penetrantes, a veces feroces, y con chispazos de humor, como el cotejo que hace de la divisi¨®n triangular de la psiquis freudiana con la tradicional casa burguesa de tres pisos: s¨®tano, sala de estar y dormitorios. La pretensi¨®n de todas ellas de explicar cient¨ªficamente la obra de arte le parece arrogante y condenada al fracaso.
Porque la obra de arte -poema, novela, escultura, cuadro, sinfon¨ªa- no se puede explicar. Por lo menos, no como la ciencia explica un mineral o una enfermedad: describi¨¦ndolos objetivamente, con datos que prescinden de la sensibilidad y fantas¨ªa individuales. Un gran cr¨ªtico puede explicarse a s¨ª mismo -o a sus contempor¨¢neos y a su sociedad- a trav¨¦s de los poemas o las pinturas que estudia. O puede enriquecer la lectura y apreciaci¨®n de una obra de arte gracias a la investigaci¨®n hist¨®rica, filol¨®gica, sociol¨®gica, etc¨¦tera, que fijen el texto y revelen su contexto y establezcan sus m¨²ltiples conexiones. O puede usar la literatura, la m¨²sica o las artes pl¨¢sticas existentes para, partiendo de ellas, elaborar algo nuevo como lo hicieron Joyce con Homero, y Picasso, con Goya y Vel¨¢zquez. Estas opciones de la cr¨ªtica han producido algunos pilares de la cultura de Occidente, desde el doctor Johnson hasta Walter Benjamin y Adorno, pasando por Sainte-Beuve, Johan Huizinga, Mathew Arnold o Ed¨ªnond Wilson (y, en nuestra lengua, a un Borges, un D¨¢maso Alonso y un Octavio Paz).
Pero, dice Steiner, ning¨²n comentario puede agotar la infinita urdimbre, la mara?a de referenclas, asociaciones y significados -ling¨¹¨ªsticos, emotivos, filos¨®ficos, ¨¦ticos, teol¨®gicos, hist¨®ricos- que contienen La tempestad de Shakespeare, La ronda nocturna de Rembrandt, o el Don Giovanni de Mozart y explicamos estas obras de manera estable e irreversible. Porque en toda obra de arte lograda hay un elemento ¨²ltimo, esquivo al an¨¢lisis racional, que nuestra ¨¦poca ha enturbiado y se empe?a en no reconocer. La p¨¦rdida del sentido en las obras de arte es la culminaci¨®n de una larga historia. Comienza con la muerte de Dios decretada por la filosof-la. Sigue con la del hombre. Y, por ¨²ltimo, con la del contenido en la literatura y las artes. El resultado es la torre de Babel que habitamos. Han desaparecido los viejos consensos y ya no hay casi manera de diferenciar al genio del impostor, a la genuina creaci¨®n de la supercher¨ªa y el fraude.
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Presencia real
Viene de la p¨¢gina anteriorLa demolici¨®n de las certidumbres empez¨®, seg¨²n Steiner, con Mallarm¨¦ y Rimbaud. (Esto parece arbitrario. ?Por qu¨¦ no Baudelaire y Flaubert, por ejemplo? Ambos son figuras tan centrales como aqu¨¦llos en la forja de la sensibilidad moderna.) Aqu¨¦l cort¨® el cord¨®n umbilical, que parec¨ªa irrompible, entre el lenguaje y el mundo, revelando la naturaleza aut¨®noma de las palabras, su capacidad de emanciparse de su referente y tener una vida propia, autosuficiente. Rimbaud, por su parte, con su famosa afirmaci¨®n "Je est un autre" ("Yo es otro"), inici¨® el proceso de disoluci¨®n de la identidad y de lo humano que, con el tiempo, llevar¨ªa a Sartre a negar la ,naturaleza humana y a Foucault a afirmar la inexistencia del hombre, el que ser¨ªa, como el g¨¦nero para cierto feminismo, una mera creaci¨®n cultural.
En realidad, dice Steiner, todas las teor¨ªas que pretenden explicar la creaci¨®n, sean sutiles como en Freud, artificiosas como en Derrida o banales como en el marxismo, escamotean lo esencial: aquella presencia real que, leyendo a Proust, contemplando la Piet¨¤ de Miguel ?ngel, o escuchando el Mois¨¦s y Ar¨®n de Sch?nberg, dentro del hechizo y maravillamiento que estas experiencias est¨¦ticas nos hacen vivir, nos arranca de nuestro mundo y nos pone en contacto con otro, ajeno a la contingencia y lo inmanente, que la raz¨®n no llega nunca a entender, s¨®lo la fe. El sentido profundo de toda obra de arte lo da Dios, la b¨²squeda o el miedo o la adivinaci¨®n e incluso el odio de ese supremo Creador con may¨²sculas del que todo creador con min¨²sculas -poeta, novelista, m¨²sico, pintor o escultor- es una m¨ªnima (a veces genialmente m¨ªnima) versi¨®n.
"Hay creaci¨®n est¨¦tica porque hubo creaci¨®n", dice Steiner. "Hay construcci¨®n formal porque fuimos hechos forma". Crear es oscuramente imitar el primer fiat, ese acto fundador del tiempo, de la vida, de la historia, en que de la nada surgi¨® el ser, del vac¨ªo el espacio, los astros, la causalidad. Esa humedad ¨²ltima del texto literario que, cuando yo era estudiante, don D¨¢maso Alonso y sus disc¨ªpulos nos ense?aban a cernir auscultando con lupa los resquicios del lenguaje, es inapresable, un peque?o Big Bang metaf¨ªsico con el que el poeta y el artista intentan reproducir aquella trayectoria de la que resultaron ellos y lo que los rodea, es decir, el intento de "dar un salto absoluto fuera de la nada e inventar una manera de enunciar tan nueva, tan propia a su inventor, que, de manera literal, volver¨ªa anacr¨®nico todo el mundo que lo precedi¨®".
En las p¨¢ginas m¨¢s ind¨®ciles del libro, Steiner desliza una explicaci¨®n del escaso n¨²mero de creadoras mujeres, sobre todo en las artes pl¨¢sticas y en la m¨²sica, lo que, curiosamente, no parece haber violentado hasta ahora a las feministas. El hecho de que la mujer experimente en su propio cuerpo el fen¨®meno de la creaci¨®n -dar la vida, ser escenario de la reproducci¨®n- habr¨ªa mermado en ella ese impulso creador tan activo en el hombre, para quien el acto de la gestaci¨®n y alumbramiento es remoto, inconcebible, e incapaz por tanto, de moderar o saciar el hambre de absoluto y trascendencia -el vac¨ªo del ser- del que nace la voluntad de creaci¨®n.
Sin que ello signifique restar m¨¦ritos a esta obra ni a su autor, de quien se puede decir que es uno de los m¨¢s versados y vers¨¢tiles cr¨ªticos de nuestro tiempo -pues Steiner se mueve con igual desenvoltura por todas las llamadas ciencias humanas, de la filosof¨ªa a la ling¨¹¨ªstica, y su curiosidad literaria abarca desde los cl¨¢sicos griegos hasta Beckett y Borges, pasando por Tolstoi y Dostoievski, sobre quienes ha escrito un hermoso libro-, conviene recordar que la tesis de la naturaleza religiosa de la literatura y el arte est¨¢ lejos de ser novedosa. Su robusta tradici¨®n fue. enriquecida hace apenas unas d¨¦cadas por pensadores tan sugestivos como T. S. Eliot y Johan Huizinga. Pero es verdad que un libro como Real presences hace apenas 20 a?os hubiera sido inimaginable. De haber sido escrito, en vez de una calurosa bienvenida, habr¨ªa merecido ataques destemplados o sonrisas ir¨®nicas: Dios estaba pasado de moda y hab¨ªa sido relegado al desv¨¢n de las antiguallas.
No hay duda de que ahora sale del ostracismo y asoma, por aqu¨ª y por all¨¢, y no s¨®lo en los pa¨ªses en los que el desplome de las ideolog¨ªas ha originado un tremendo renacimiento religioso; tambi¨¦n, en la vida cultural de Occidente, donde el excesivo caos reinante -verborrea filos¨®fica, experimentalismo fren¨¦tico, frivolidad, solipsismo art¨ªstico, galimat¨ªas y tiniebla en lo referente a los valores- ha ido generando una nostalgia por ese orden que, como se comprueba leyendo este ensayo de Steiner, la presencia divina garantiza en la vida y en el arte.
A m¨ª la tesis central de Real presences me deja algo esc¨¦ptico. He le¨ªdo el libro con entusiasmo, seducido por la inteligencia de Steiner y la vastedad de sus lecturas, pero, al final, me ha quedado en el ¨¢nimo la sensaci¨®n de haber asistido al parto de los montes. Que la creaci¨®n est¨¦tica sea manifestaci¨®n privilegiada de ese vac¨ªo ontol¨®gico que lleva a los hombres a creer en Dios y fundar religiones es algo en lo que, cualquiera que no sea un dogm¨¢tico, puede convenir. Pero es una generalidad tan grande, un denominador tan vago que, a fin de cuentas, no aclara gran cosa sobre la cegadora diversidad que existe en el seno de cada g¨¦nero art¨ªstico, sobre los abismos que distancian a las obras de arte entre s¨ª.
Es probablemente cierto que para esa minor¨ªa de seres humanos que -como creadores o consumidores- han hecho de la literatura y las artes una necesidad vital, el quehacer art¨ªstico represente algo equivalente a lo que se entiende por experiencia religiosa: una manera de escapar a la servidumbre de la cronolog¨ªa y lo material, de alcanzar una forma de plenitud, de vivir intensamente lo espiritual. Pero que aquel quehacer sea un epifen¨®meno del sentimiento religioso, que siempre d¨¦ testimonio de la b¨²squeda o el encuentro con Dios, no me parece demostrable. "No conozco creador alguno que sea un desconstruccionista", dice Steiner, a la vez que asegura que toda gran creaci¨®n art¨ªstica "se inspira en la religi¨®n o se refiere a ella". Hay abundantes ejemplos que contradicen esta afirmaci¨®n. Entre otros, el de un autor al que Steiner admira tanto como yo: Flaubert. Las novelas que escribi¨® son empecinadamente de este mundo y uno de sus rasgos m¨¢s singulares es que en ellas, gracias a ese arte materialista que el autor de Madame Bovary perfeccion¨® como nadie, Dios y los asuntos religiosos se vac¨ªan de contenido trascendente y se vuelven terrenales, casi objetos. El mundo que Flaubert cre¨® puede ser llamado muchas cosas, pero no religioso.
Sin embargo, aunque discrepo de ¨¦l en este punto, tiendo a dar la raz¨®n a Steiner cuando supone que hablar de una cultura laicista es una ingenuidad o un disparate. No soy creyente, y me hallo muy consciente de los estropicios que han causado las religiones en la historia, de su contribuci¨®n a la intolerencia, el dogmatismo, las censuras y los muros que han levantado -unas m¨¢s, otras menos, pero ni el benigno budismo escapa a la regla- contra la libertad humana. Ahora bien, sin ellas la historia de la humanidad hubiera sido sin duda peor, un aquelarre de salvajismos y violencia de los que tal vez hubiera resultado la extinci¨®n de la vida sobre el planeta. Con todo el alto precio que ha costado, la religi¨®n ha ido la instituci¨®n que m¨¢s ha servido para acercarse a ese inalcanzable fin: amortiguar la bestialidad humana, el instinto destructor que anida en el forido de la especie. S¨®lo una minor¨ªa insignificante de seres humanos puede sustituir a la religi¨®n por una filosof¨ªa y una moral laicas y encontrar en ¨¦stas el sustento espiritual que permite vivir y actuar en la ciudad de manera mediana mente responsable. De otro lado, una cultura laicista ser¨ªa tan ciega y sorda para con la tradici¨®n y el contexto cultural dentro del que nos movemos -gran parte de los cuales son incomprensibles disocia dos de unas creencias y unas pr¨¢cticas religiosas-, que sin duda nos retroceder¨ªa a un es tado pririnario de barbarie, algo no muy distinto de lo su cedido en China durante la Revoluci¨®n Cultural. Como escribl¨® Steiner en Lenguaje y silencio, el siglo XX ha demos trado -con el estalinismo y el nazismo- que "las humanidades no humanizan".
Los dos intentos m¨¢s osados para emancipar al hombre de Dios y de la religi¨®n -la Revoluci¨®n Francesa de 1789 y la rusa de 1917- son suficientemente instructivos para no insistir una tercera vez. Est¨¢ visto que, para su bien o para su mal, la mayor¨ªa, de los hombres no puede vivir sin esa presencia real, y que, sin ¨¦sta, librada la comunidad a la sola diosa raz¨®n, las iniquidades y los cr¨ªmenes, en vez de amainar, arrecian y se multiplican. La experiencia hist¨®rica a conseja, pues tomando, eso s¨ª, las precauciones del casei para que no se enciendan de nuevo las piras- acordarle a la religi¨®n un derecho de ciudad por razones de ¨¦tica y de est¨¦tica.
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