Tutearse
Tutearse es muy espa?ol. Es casi un distintivo de la nueva Espa?a. ?Ser¨¢ un pecado? Hay quienes ven esta riada de tuteo como el inicio de un derrumbamiento del concepto de autoridad y de respeto. Sin duda alguna, a quien lleva muchos a?os fuera de aqu¨ª le produce una cierta impresi¨®n el que, por ejemplo, el portero de tu casa, a las 24 horas de haberte conocido, te pregunte si puede tutearte.Al contrario, a los extranjeros que nos visitan el tuteo les resulta agradable; a veces hasta les exalta. Por ejemplo, a los italianos, acostumbrados como est¨¢n a ese complejo ceremonial de dottore, professore, ingeniere, avvocato, cavalliere. Saben muy bien que cuando, en el restaurante, el camarero llama a uno dottore, o a una proffesoressa, es puro ceremonial, porque ni te va a tratar mejor ni se cree que eres alguien. Es un rito.
El tuteo espa?ol no deja de ser otro rito, porque el empleado sabe muy bien que por el hecho de poder tutear al jefe no deja de ser menos s¨²bdito, pero quiz¨¢ sea un rito m¨¢s en armon¨ªa con el mundo moderno que intenta liberarse del peso de tanto convencionalismos y que sufre la tiran¨ªa de nuevas y duras soledades.
Se est¨¢n buscando explicaciones a este fen¨®meno del tuteo espa?ol y hay hasta quien pretende haberlo encontrado en el llamado felipismo, una especie de socializaci¨®n barata y Ficticia. ?Pero el presidente Felipe Gonz¨¢lez no trata de usted a los periodistas?
M¨¢s que intentar buscar una explicaci¨®n al fen¨®meno, cosa que podr¨ªa volver locos a los soci¨®logos, pienso que lo importante es analizar si dicho fen¨®meno crea o no acercamiento entre la gente, si mitiga el c¨¢ncer de la soledad, si hace a los humanos menos distantes, o si por lo menos les gratifica con tal sensaci¨®n. Si a la mayor¨ªa de los espa?oles les gusta tutearse, podr¨ªa querer decir, al menos, que en el pasado han sufrido excesivamente el peso de la jerarquizaci¨®n verbal. O bien que la nueva generaci¨®n siente la urgencia de anular distancias para sentirse menos desigual.
No creo que el tuteo signifique ni falta de respeto ni deseo de minar el concepto base de autoridad. Nunca he visto a una verdadera personalidad sentirse disminuida porque se la trate de t¨². La seguridad y la autoridad nacen de dentro hacia afuera y no se empa?an con un t¨², ni se acrecientan con un usted.
Recuerdo que el entra?able y gran escritor siciliano, el difunto Leonardo Sciascia, te tuteaba con un respeto tal que ten¨ªas la sensaci¨®n de que te estaba tratando de excelencia. Y precisamente por ello te obligaba a responderle con un tuteo que necesitabas modular con el tono de voz para demostrarle hasta tangiblemente que no por ello desconoc¨ªas su autoridad de maestro indiscutible.
Se puede tratar de usted a una persona despreci¨¢ndola y se la puede tutear admir¨¢ndola y vener¨¢ndola. Ya s¨¦ que alguien podr¨ªa objetar que la forma es siempre importante y que lo mejor es saber mantener las distancias incluso verbalmente, y que hay padres a quienes les gustar¨ªa que sus hijos les tratasen de usted, como anta?o. Y, sin embargo, la nueva generaci¨®n ha cambiado sus c¨¢nones. Es posible que la franqueza de los j¨®venes nos produzca a los mayores una cierta desaz¨®n odesconcierto, y no niego que exista el peligro de sobrepasar los l¨ªmites del respeto. Pero es dificil no admitir que la relaci¨®n de di¨¢logo y de espontaneidad que hoy existe entre padres e hijos es un bien al que pocos estar¨ªan dispuestos ya a renunciar.
Y si esa espontaneidad est¨¢ saltando en Espa?a de la familia a la calle podr¨ªa significar por lo menos el deseo de querer alargar las relaciones, de sentir que la familia se ensancha. Como podr¨ªa indicar un forcejeo para sentirse menos aislados, menos diversos en una sociedad cuyo peligro de fondo es precisamente la competici¨®n sin piedad, la discriminaci¨®n a todos los niveles, el aparecer diferente para sentirse superior.
Lo cierto es que en Espa?a se advierte un predominio del elemento joven en todos los estamentos. Hay quien ha afirmado que este pa¨ªs a¨²n no ha superado la fase adolescente y efervescente del cambio. Los que nos visitan del extranjero sienten la sensaci¨®n de que en Espa?a todo es joven, y a veces se preguntan d¨®nde ha ido a parar la generaci¨®n de los mayores. Y es posible que ese elemento joven haya contagiado a la sociedad y que los mayores acepten con gusto la euforia del tuteo como remedio para no sentirse doblemente aislados.
Podr¨ªa acontecer as¨ª que la fiebre espa?ola del tuteo, que no creo que tenga parang¨®n en Europa, responda a una doble exigencia de j¨®venes y menos j¨®venes de no sentirse aislados ni demasiado distantes. Pero en dicho caso, si la soledad y la incomunicabilidad parecen ser el c¨¢ncer m¨¢s corrosivo de nuestra sociedad, resulta dif¨ªcil denigrar el uso del tuteo si ello resulta una terapia, consciente o no, de dicha grave enfermedad.
D¨ªas atr¨¢s, un psiquiatra espa?ol afirmaba que en nuestro pa¨ªs se dan menos suicidios que en otros lugares de Europa - donde el uso del usted, que respeta verbalmente las distancias, se mantiene a rajatabla-. Quiz¨¢ no tenga nada que ver, pero el mismo psiquiatra a?ad¨ªa que la causa que produce hoy m¨¢s suicidios en el mundo es la soledad.
El escritor franc¨¦s Fran?ois Mauriac alertaba para que nadie negase un cigarrillo al pr¨®jimo an¨®nimo y -como creyente- lo razonaba diciendo que quien te para para pedirte un cigarro quiz¨¢ lo que te est¨¦ pidiendo es que le des a Dios. Puede que sea demasiado, pero no cabe duda de que lo que m¨¢s piden hoy peque?os y grandes es acercamiento, comprensi¨®n, una raz¨®n para seguir siendo fieles a la vida. A veces para no suicidarse.
Y por infantil que pueda parecer, el tener la posibilidad de tutear a tu pr¨®jimo puede dar por lo menos la ilusi¨®n de que te van a escuchar mejor. A m¨ª nadie me ha pedido nada en la calle o en la intimidad trat¨¢ndome de usted. Recuerdo a un intelectual italiano a quien yo conoc¨ªa por motivos de trabajo que, hall¨¢ndose en un apuro familiar, tras una larga enfermedad que le imped¨ªa trabajar, se dirigi¨® a m¨ª, por tel¨¦fono, pidi¨¦ndome que le prestara una peque?a cantidad, y por primera vez, con gran sorpresa por mi parte, me trat¨® de t¨².
Pensar que el tratar de usted o de t¨² pueda deshacer o s¨®lo acortar las distancias que nos separan a unos de otros ser¨ªa infantil, pero quienes abogan que el usted en el fondo como freno para que se mantengan ciertos l¨ªmites que no pueden ni deben saltarse deber¨ªan pensar que si de algo ha abusado la sociedad de los humanos en su historia es de identificar lo que divide y no lo que une a los hombres. Pero la verdad cruda y desnuda es que, en la raza humana, es infinitamente m¨¢s lo que nos hace iguales que lo que nos distirigue. Baste pensar en la muerte o simplemente en el dolor. Recuerdo que un cura a quien su arzobispo maltrataba verbalmente y hasta lleg¨® a pedirle que se arrodillara y le pidiera perd¨®n , ¨¦ste, al echarse a sus pies, le coment¨®: "Imag¨ªnese, Excelencia, c¨®mo c¨¢mbiar¨ªa de tono esta escena si usted y yo estuvi¨¦ramos ahora desnudos".
Tutearse puede ser como desnudarse ante el pr¨®jimo. Hay quien le da miedo desnudarse o que le desnuden. Curiosamente, la religi¨®n mayoritaria
del Occidente tan clasista como es la cristiana, nunca ha tenido escr¨²pulos, en tratar de t¨² a Dios.. imaginaos lo rid¨ªculo que resultar¨ªa que los cristianos se dirigesen a Dios, en la plegaria por antonomasia de dicha confesi¨®n religiosa, diciendo: "Padre nuestro, que est¨¢ usted en los cielos".
Si a Dios no le importa que le traten de t¨², si un creyente no podr¨ªa tratar de usted a lo que m¨¢s ama y teme, nadie deber¨ªa escandalizarse sobremanera ante esa costumbre tan espa?ola del tuteo ni temer por ello perder los anillos.
El amor tiene siempre sabor a t¨², y suele siempre odiarse de usted. En la poes¨ªa, con el t¨² el verso es m¨¢s bello, m¨¢s incisivo. Estoy convencido de que si el sol y las estrellas conversasen no se tratar¨ªan de usted. S¨®lo los falsos dioses, si existieran, se tratar¨ªan forzosa y pomposamente de usted.
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