Nostalgia de Dickens
En un buen n¨²mero de hombres existe una cualidad a la que se podr¨ªa denominar apetito de paternidad. A¨²n en la vejez lo sigo teniendo, si bien ha retrocedido hasta una zona on¨ªrica y remota de mi mente. Me refiero a la imagen de m¨ª mismo como padre y abuelo de muchas personas, de una casa repleta de ni?os. Cuando viv¨ªa en Extremo Oriente y casi me hice musulm¨¢n, esta imagen parec¨ªa capaz de poder realizarse: cuatro esposas y un n¨²mero incalculable de descendientes, todos ellos como demostraci¨®n de mi virilidad y respaldados por mi autoridad patriarcal.Una tonter¨ªa, una maldita tonter¨ªa. Habr¨ªa estado bien si me hubiera educado en una sociedad agr¨ªcola del Tercer Mundo, con unas labores del campo que exigieran muchas manos filiales y con la necesidad de un elevado factor de sustituci¨®n, debido al alto ¨ªndice de mortalidad infantil. Pero pertenezco al Occidente industrializado, donde los ni?os tienen tendencia a sobrevivir y el premio sexual no est¨¢ relacionado demasiado estrechamente con la gloria de la fertilidad. He tenido un hijo; por supuesto, con la ayuda de mi esposa. Pertenezco a la sociedad no prol¨ªfico-progenitora.
Un informe recientemente publicado indica que est¨¢ descendiendo el ¨ªndice de natalidad en la Comunidad Europea. Hace 30 a?os, las estad¨ªsticas predec¨ªan que una mujer podr¨ªa tener 2,6 hijos. En la actualidad, la cifra es de 1,6. Ambas estad¨ªsticas, naturalmente, son absurdas, como todas las estad¨ªsticas. No hay todav¨ªa ninguna mujer que haya tenido una sexta parte de un hijo. ?sta es la causa por la que la gente corriente solemos decir: "Bueno, ?y qu¨¦?.
Inglaterra se muestra contenta al ver una disminuci¨®n del n¨²mero de j¨®venes y un aumento del de ancianos, entre los cuales me cuento. Despu¨¦s de todo, sigo trabajando a mis 74 a?os. La jubilaci¨®n a los 60 y 65 a?os comienza a parecer poco realista. No es probable que los ancianos se conviertan en una carga cada vez m¨¢s pesada para los j¨®venes. Yo mismo estoy ayudando a mantener a los j¨®venes, y de hecho, ocasionalmente, soy atracado por j¨®venes.
Pero otros pa¨ªses ven este aspecto de forma muy distinta. Los franceses, por ejemplo, que han duplicado las bonificaciones por el tercer hijo y los posteriores, y han aumentado el n¨²mero de guarder¨ªas. Quieren tener m¨¢s descendientes que alimenten su exagerado sentido del orgullo. Los israel¨ªes quieren m¨¢s sabras, para evitar ser superados en n¨²mero por los prol¨ªficos ¨¢rabes.
Sin embargo, en todas partes, por ejemplo en la India, menos hijos significa menos pobreza. Pero hay un factor que va m¨¢s all¨¢ de los pol¨ªticos y los demogr¨¢ficos. ?Qu¨¦ sucede con las familias que desean tener hijos, pero a las cuales no se les permite tenerlos?
Un reciente estudio indica que en la Comunidad Europea, donde el ¨ªndice medio de fertilidad ha quedado clavado en 1,6, la opini¨®n generalizada es que la familia media ideal deber¨ªa tener 2,1 ni?os. Esto quiere decir, a todos los efectos pr¨¢cticos, un par de ni?os en cada casa, sobrando una fracci¨®n dispuesta a ser sumada a otras fracciones, de forma que alguien tenga tres hijos. La gente lo desear¨ªa, pero el factor econ¨®mico cuenta lo suyo, as¨ª como el problema de encontrar un alojamiento adecuado y un cuidado de los ni?os socialmente organizado.
El fatuo y anticuado verso que reza "los hombres deben trabajar, y las mujeres, llorar" ha dejado de aplicarse. A todo el mundo le est¨¢ permitido el Hanto. Las mujeres deben trabajar, y, de hecho, lo hacen. Quieren tener ni?os, lo cual es natural, pero tienen que posponer la maternidad. A veces, su disfrute de una carrera, con todas sus recompensas consumistas, oculta por completo la necesidad biol¨®gica de procrear. En la actualidad, la biolog¨ªa se encuentra m¨¢s o menos sometida al control humano, los m¨¦todos anticonceptivos funcionan cuando permitimos que funcionen, y el aborto funciona demasiado bien. Con un ni?o les bastar¨¢.
La familia con un solo hijo, en efecto, proclama ante Dios y ante el mundo, en este caso, que un hombre y una mujer, unidos en santo matrimonio o no, est¨¢n haciendo su trabajo. Es a esto a lo que se reduce la relaci¨®n heterosexual: a la fabricaci¨®n de descendientes. Este semifallo impl¨ªcito proclama que los orgullosos padres podr¨ªan tener m¨¢s hijos si as¨ª lo desearan. Son normales.
La Iglesia cat¨®lica tiene una opini¨®n diferente de la funci¨®n del sexo. El orgasmo, o su esperanza, es la siempre creciente recompensa por hacer que la raza siga adelante. Si deseamos el orgasmo sin todas sus consecuencias biol¨®gicas, estaremos enga?ando a la naturaleza, lo que supone probablemente un pecado tan grave como el arruinar la ecolog¨ªa.
La moralidad del modo en que utilizamos el sexo en nuestros d¨ªas -por placer, por motivos de liberaci¨®n, como afirmaci¨®n- deber¨ªa preocuparnos un poco. La masturbaci¨®n masculina, en oposici¨®n a la femenina, malgasta semillas. La homosexualidad es una toba en la nariz de la naturaleza. Padecemos una supersticiosa dependencia desde los d¨ªas en que ¨¦ramos menos libres pero est¨¢bamos m¨¢s de acuerdo con nuestra gran madre verde. Preferir un segundo coche o un nuevo congelador a tener un hijo es, a pesar de que pueda obedecer a la nueva religi¨®n del consumismo, vagamente vergonzoso. La Iglesia cat¨®lica, que insiste en la inseparabilidad de lo sexual y el deseo de proggnie, est¨¢ mal orientada. Por otra parte, hay una cierta l¨®gica en ello.
Padecemos otra dependencia, muy diferente, y que se remonta a mucho tiempo atr¨¢s. Es el resultado de la ingesti¨®n de la amarga p¨®cima de Thomas Malthus por nuestros antepasados m¨¢s inteligentes. Malthus estaba enormemente preocupado por la posibilidad de una explosi¨®n demogr¨¢fica tan devastadora que el mundo entero se muriera de hambre. Los alimentos, afirm¨® Malthus, aumentan aritm¨¦ticamente; las poblaciones crecen exponencialmente.
Un campo de jud¨ªas se limita a sustituirse a s¨ª mismo; la raza humana se expande. El siglo que viene presenciaremos una enorme expansi¨®n de la poblaci¨®n, especialmente en el Tercer Mundo.
Malthus percibi¨® la necesidad de mantener el nivel de poblaci¨®n bajo, pero era un cl¨¦rigo y no aprobaba las perversiones est¨¦riles del sexo, a pesar de que lo hayan hecho sus partidarios del siglo XX. ?l cre¨ªa en el autocontrol.
La BBC ha emitido hace poco la pel¨ªcula Soylent green, que presenta una Nueva York del futuro tan enormemente superpoblada que sus habitantes llegaban a alimentarse de carne humana. Esta pel¨ªcula est¨¢ basada en la obra No room! No room! de Harry Harrison, que me admiti¨® que el gui¨®n hab¨ªa
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tomado el final canibal¨ªstico de mi propia novela The wanting seed
Esa novela la escrib¨ª en 1961, cuando hab¨ªa regresado a Inglaterra desde el Extremo Oriente, donde la expansi¨®n demogr¨¢fica estaba creciendo con fuerza. Presentaba una Inglaterra hambrienta hasta lo imposible, donde se fomentaba la homosexualidad con el eslogan Es de sapiens ser homo, y se castigaba severamente el nacimiento de m¨¢s de un ni?o por familia. Pero el suministro de alimentos sigue decreciendo. Es como si la segunda naturaleza se hubiera disgustado por la esterilidad del ser humano y se negase a darle de comer. Mi soluci¨®n consist¨ªa en la organizaci¨®n de guerras artificiales, en las que los cad¨¢veres se convert¨ªan en carne enlatada. Esto parec¨ªa rid¨ªculo en aquel momento, pero tras el desastre de los Andes, en el que los supervivientes de un accidente a¨¦reo se comieron a sus compa?eros muertos, el canibalismo ya no suscita tantas risas. La pel¨ªcula m¨¢s popular de los ¨²ltimos meses, The silence of the lambs, encuentra en ¨¦l su atractivo.
?Llegar¨¢ a verse el canibalismo como una soluci¨®n-al hambre en el mundo, oficialmente aceptada hasta por ¨ªos Estados democr¨¢ticos progresistas? Nadie lo sabe. Mientras tanto, en Occidente, debemos preocuparnos m¨¢s por nuestra propia sustituci¨®n -al igual que los campos de jud¨ªas de Malthus- que por el padecimiento de una superpoblaci¨®n masiva.
Podr¨ªa muy bien suceder, por supuesto, que nuestra actual reticencia de procrear, como lo hicieron nuestros ailtepasados y antepasadas, sea una corroboraci¨®n natural de las teor¨ªas malthusianas. La naturaleza, a trav¨¦s nuestro, podr¨ªa estar controlando la poblaci¨®n. Tiene varios modos de hacerlo: terremotos e inundaciones, por ejemplo; pero el Occidente bien alimentado tiene que confiar en que prefiramos el consumismo a formar una familia.
No obstante, ?acaso no tenemos una cierta nostalgia por la ¨¦poca de Dickens, con sus hogares plagados de ni?os que padec¨ªan las oraciones matinales de un paterfamilias punitivo? Hay algo helador en las casas y pisos vac¨ªos, el hijo ¨²nico racionado, la muerte del apetito de paternidad y, con ella, la de la complicidad materna.
?sta, por supuesto, es una imagen europea. Habremos de acostumbrarnos a una imagen a¨²n m¨¢s deprimente. En el a?o 2030, s¨®lo uno de cada cinco europeos tendr¨¢ menos de 20 a?os, mientras que la cuarta parte tendr¨¢ m¨¢s de 60. Sin embargo, fuera de nuestros c¨¢lidos confines veremos que la poblaci¨®n mundial aumenta a raz¨®n de 250.000 personas diarias dentro de 10 a?os habr¨¢ 1.000 millones de personas -aproximadamente, la poblaci¨®n actual de China- rumiando la superficie de la Tierra.
Evidentemente, nuestra negativa, a procrear no va a suponer una gran ayuda, pero habremos de aceptar que los patrones consumistas de Occidente no van a transmitirse a un futuro lejano. Si alguna vez se escribe la historia del pr¨®ximo milenio., ser¨¢n los supervivientes quienes la escriban. Y los supe:rvivientes ser¨¢n del Terceir Mundo, que entonces ser¨¢ el ¨²rico mundo.
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