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Tribuna:
Tribuna
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Adi¨®s a un sue?o

Se han dado muchas razones a favor de un Estado independiente denominado "Rep¨²blica de Eslovenia". Pero para que esas razones se me hagan pensables, o tangibles, o accesibles, tendr¨ªa, ante todo, que verlas; el sustantivo raz¨®n s¨®lo puede tener existencia, al menos para m¨ª, unido al t¨¦rmino temporal ver. Y no veo raz¨®n alguna -ni siquiera el denominado "comunismo blindado gran-serbio"- a favor del Estado de Eslovenia; a no ser el hecho consumado. Tampoco veo las razones a favor de un "Estado de Croacia". Este hecho me concierne, evidentemente, menos (aunque ni siquiera de es lo estoy completamente seguro). Considero a Eslovenia y a los dos millones de personas que forman el pueblo esloveno como una de las pocas cosas que forman parte del adjetivo m¨ªo; no de mi posesi¨®n, sino de mi vida.Con esto no me las doy, de ninguna manera, de esloveno. Es cierto que he nacido en un pueblo de K?rntner, donde, en aquellos tiempos, durante la II Guerra Mundial, la mayor¨ªa -es m¨¢s, la generalidad de la gente- era a¨²n austro-eslovena y hablaba en ese dialecto. En su juventud, mi madre se consideraba de ese pueblo, influida sobre todo por su hermano mayor, que estudiaba, al otro lado de la frontera, en la Maribor austro-eslovena; pero mi padre era un soldado alem¨¢n, y el alem¨¢n se convirti¨® en mi idioma, por mi primera ni?ez en Berl¨ªn Este y, aunque de diferente manera, por mi segunda ni?ez, de vuelta en el viejo pueblo esloveno que con el tiempo se iba extinguiendo y al que, al final y en broma, hasta los habitantes llamaban "Stara Vas". Al ni?o de la gran metr¨®poli alemana los sonidos eslovenos le resultaban una atrocidad para el o¨ªdo, por lo que en ocasiones incluso daba cortes a la propia madre, precisamente a ella.

Con el paso de los a?os, sobre todo al ver fotos, al o¨ªr narraciones sobre los antepasados eslovenos, cambiaron las cosas, como es natural (o deber¨ªa serlo). Sin embargo, nunca me volv¨ª un esloveno, ni siquiera un semiesloveno, a pesar de que me es posible leer a medias el idioma; si hoy d¨ªa me considero perteneciente a algo que se pudiera llamar pueblo, ser¨ªa al de los que no son nadie, lo que, en unas ocasiones, puede ser saludable y, en otras, una enfermedad incurable.

Y, a pesar de todo, nunca en el extranjero me he sentido tan en casa como en Eslovenia. Durante muchos a?os, m¨¢s de un cuarto de siglo, eso me ocurr¨ªa hasta el punto de llegar a creer que, por fin, hab¨ªa algo seguro en lo que apoyarse y que en aquellos lugares exist¨ªa algo perdurable (de una forma muy distinta al enga?oso mundo de la ni?ez, del que todos, contra lo que rom¨¢nticamente se afirma, nos hemos visto desterrados de golpe).

?Estar en casa en Eslovenia, Yugoslavia? As¨ª es. Era exactamente lo contrario de aquella irrealidad que horroriza al autor de Carta de un retornado (Hofmannsthal), que, tras una larga ausencia de sus tierras alemanas, no siente ya la existencia de ning¨²n objeto: ninguna jarra produce ya efecto como cosa jarra, ninguna mesa est¨¢ ya all¨ª como mesa; al retornado a Alemania, todas las cosas le parecen como si estuvieran desobjetuadas. Por el contrario, qu¨¦ presentes se me hicieron, durante a?os y desde el momento mismo de cruzar la frontera, las cosas en Eslovenia. No se sustra¨ªan -como ocurre ahora con la mayor¨ªa de las cosas, no solamente en Alemania sino en todo el mundo occidental-, se te ven¨ªan a las manos. Era posible sentir el paso de un r¨ªo como un puente; una superficie de agua se convert¨ªa en un lago; el caminante se sent¨ªa siempre acompa?ado por una cordillera, por una hilera de casas, un jard¨ªn de frutas; y el que se que daba en casa estaba rodeada por un ambiente igualmente cargado de corporalidad, toda las cosas ten¨ªan en com¨²n una cierta inapariencia cordial, la presencia en ellas de la totalidad: precisamente lo real, que posibilita, como ninguna otra cosa, ese sentimiento de estar en casa, del "por fin estoy aqu¨ª".

Por encima de los detalles, todo el pa¨ªs te marcaba como un objeto, como un pa¨ªs de realidad; y -seg¨²n me parec¨ªa a m¨ª- no s¨®lo a los visitantes, sino tambi¨¦n a los de casa. ?C¨®mo, si no, nos hubieran parecido mucho m¨¢s reales en su forma de andar, de hablar, de mirar y, sobre todo, de hacer la vista gorda que los pueblos del otro lado de sus fronteras, tanto los italianos como los austriacos? Siempre he podido sentirme en Eslovenia y entre los eslovenos como un hu¨¦sped de la realidad: al beber vino, en la torre de la iglesia, en el autob¨²s (de Tomlin a Nova Gorica, de Liubliana a Novo Mesto, de Koper a Divaca), en la amablemente sobria habitaci¨®n de Most na Soci o de Vipava; al o¨ªr el esloveno, tan cercano a las cosas, tan dulce, tan poco artificialmente perceptible. Tambi¨¦n eso transmit¨ªa realidad a lo largo y ancho del pa¨ªs.

Puede tambi¨¦n que tales experiencias pertenecieran a mi imaginaci¨®n o que incluso fueran un enga?o. Y no s¨®lo me hicieron pensar eso los acontecimientos de junio y julio de 1991, denominados por los eslovenos, en parte con tristeza, en parte con orgullo -aunque m¨¢s bien con ¨¦ste-, vojska, guerra. La narraci¨®n-carta de Hofmannsthal acerca de la irrealidad, no-presencia o indescriptibilidad de las cosas en Alemania es de unos a?os antes del estallido de la I Guerra Mundial. Algo parecido me ocurr¨ªa a m¨ª, desde hac¨ªa ya alg¨²n tiempo, con las -hasta entonces tan presentes- cosas eslovenas, paisajes eslovenos, con el pa¨ªs entero. La deshistorizaci¨®n, que quiz¨¢ hab¨ªa hecho posible aquel puro ser presente, hab¨ªa sido mera apariencia (aunque fruct¨ªfera); como m¨¢ximo, se trataba de una peque?a pausa en la historia.

Para m¨ª, Eslovenia pertenec¨ªa desde siempre a la gran Yugoslavia, que comenzaba al sur de los Karawanken y terminaba mucho m¨¢s abajo, entre las iglesias bizantinas y las mezquitas musulmanas del lago de Ohrid, poco antes de Albania; o en las llanuras macedonias, poco antes de Grecia. Y precisamente la evidente identidad eslovena, como tambi¨¦n la de los otros pa¨ªses eslavos del Sur -una identidad que parec¨ªa que nunca necesitar¨ªa una estatalidad propia-, contribu¨ªa a la evidencia de una unidad mayor. Esta exist¨ªa no s¨®lo geogr¨¢ficamente, sino tambi¨¦n, y de forma especial, hist¨®ricamente. Dos fechas de este siglo, cre¨ªa yo, hab¨ªan unificado y deber¨ªan mantener unidos por mucho tiempo a los tan diversos pueblos yugoslavos. La primera, la de su unificaci¨®n -no impuesta, y para muchos incluso acogida con entusiasmo-, en 1918, en un solo pa¨ªs en el que los diferentes pueblos no necesitar¨ªan ser ya colonias ensombrecidas, y los diferentes idiomas, un secreto de esclavos. La segunda, durante la II Guerra Mundial, la de la lucha com¨²n de los pueblos yugoslavos contra la Gran Alemania, a pesar de las m¨¢s opuestas ideolog¨ªas y con la ¨²nica excepci¨®n de los fascistas croatas.

En los ¨²ltimos anos, cada vez que viajaba a Eslovenia ve¨ªa expandirse una nueva historia. ?Nueva? Era la antigua saga, transformada por el tiempo, de Centroeuropa. Ten¨ªa, a diferencia de la de los callados veteranos, en lugar de un narrador espor¨¢dico, grupos de portavoces. En ocasiones, aquellos viejos narradores, a veces amigos m¨ªos, hab¨ªan ido adoptando, transformados hasta ser irreconocibles, el papel de portavoces. Y fue sobre todo esa portavoc¨ªa historizante, audible en muchas bocas -peri¨®dicos, revistas, simposios-, la que fue sustrayendo al hu¨¦sped las cosas de Eslovenia hasta llegar a la mencionada irrealidad, inasibilidad, p¨¦rdida de presencia.

No es que antes Eslovenia fuera para m¨ª, desde un punto de vista pol¨ªtico, el Este. Tampoco se hallaba situada en el Sur, por m¨¢s que tal cosa fuera exacta seg¨²n los puntos cardinales; no era, a diferencia de Italia, un pa¨ªs del Sur (pero tampoco en Croacia, en Serbia, en Montenegro me sent¨ªa yo en el Sur). Ni tampoco, y eso a pesar de que nuestros peri¨®dicos-aduana intentasen hac¨¦rselo creer a sus lectores, pensaba que los Balcanes comenzaran en Jesenice, en Dravograd o en Murska Sobota. ?Pero qu¨¦ lector adulto une actualmente realidad y Balcanes?

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Nunca, en ninguna parte de Bosnia-Herzegovina, tampoco en Kosovo, me vino a la cabeza esa est¨²pida palabra, y menos a los labios. Qu¨¦ triste es, y tambi¨¦n qu¨¦ irritante, que alguien como Milan Kundera separe todav¨ªa hoy -hace tan s¨®lo un par de semanas, en un llamamiento para "salvar a Eslovenia" [v¨¦ase EL PA?S del 13 de julio pasado]- a Eslovenia, junto con Croacia, del balc¨¢n serbio y la incruste ciegamente en esa fantasmag¨®rica Centroeuropa, cuyos se?ores imperiales quisieron tambi¨¦n descalificar, llam¨¢ndole jerigonza b¨¢rbara, al checo en el que posteriormente cre¨® Jan Sk¨¢cel von Brno los salmos po¨¦ticos m¨¢s tiernos de] siglo XX.

No, Eslovenia en Yugoslavia y con Yugoslavia. No, para tu hu¨¦sped, t¨² no fuiste Este, ni Sur, y no digamos ya balc¨¢nica; significabas una tercera cosa, o una novena, innombrable pero, a cambio, real como una f¨¢bula.

Y ahora la f¨¢bula protoeslovena del Pa¨ªs Noveno retrocede de a?o en a?o ante la charlataner¨ªa fantasmag¨®rica de Centroeuropa. Ese fantasma erraba tambi¨¦n en los pa¨ªses vecinos, pero en Eslovenia el fantasma se aferr¨® a la realidad. Y los que lo paseaban por el pa¨ªs no eran precisamente seres dudosos, sino lo que habitualmente se denomina "cabezas claras", "reflexivos", "serenos"; cient¨ªficos, poetas, pintores.

A partir de la mitad de la d¨¦cada pasada, se reun¨ªan una vez al a?o en la calc¨¢rea meseta eslovaca, en Lipica; al principio, sin m¨¢s fin que el arte y la hermosa perorata (y el holgar). Pero, de a?o en a?o, el originario leerse manuscritos se fue evaporando en un vivo defil¨¦e de cientos de cabezas, en el que se volvi¨® imposible escuchar un solo poema. El centro del evento iba constituy¨¦ndolo el fantasma adecuado, bajo cuyo hechizo mis amigos del a?o anterior adquirieron -bajo los focos, ante los micr¨®fonos, y con traducci¨®n simult¨¢nea para los participantes h¨²ngaros, polacos, serbios (aunque cada vez en menor n¨²mero); luego, tambi¨¦n lituanos, sajones, francfortianos, parisienses, milaneses- la sonoridad de los locutores de radio, el palpitar de los comentaristas de televisi¨®n, el gesto astuto de los pol¨ªticos tras grandes decisiones. S¨®lo al caer la tarde, reunidos en torno a una copa de vino, los volv¨ªa a reconocer como individuos; pero con creciente frecuencia, ni siquiera ya en esos momentos.

Eso comenz¨® algunos a?os despu¨¦s de la muerte de Tito, y tengo ahora la impresi¨®n de que la mayor¨ªa de los pueblos septentrionales de Yugoslavia han consentido que se les persuadiera desde fuera del desmoronamiento de su Estado. Es evidente que el desmembramiento del llamado "imperio de Tito" no fue para un solo esloveno una experiencia personal (en cualquier caso, yo no me he encontrado nunca a ninguno para el que lo fuera). Hac¨ªa tiempo que el comunismo era s¨®lo leyenda; la praxis en Eslovenia, tanto en la cultura como, sobre todo, en la econom¨ªa, era liberal. S¨®lo con enojo y a la fuerza pude tragar el ver c¨®mo los medios de comunicaci¨®n occidentales convert¨ªan en h¨¦roe a un tipo que anclaba por Liubliana con el cartel "Doy la vida, pero no la libertad". Los eslovenos eran tan libres como nosotros, dentro de unas leyes que, desde hac¨ªa tiempo, no se aplicaban como las de un Estado autoritario (con excepciones, igual que entre nosotros): libertad de empresa, libertad de domicilio, libertad de hablar y escribir. Y la injusticia de la direcci¨®n serbia, y la retirada f¨¢ctica de la autonom¨ªa de Kosovo sobre los albaneses, no se hab¨ªa dado a¨²n.

Durante un tiempo tom¨¦ el creciente deslizarse de tantos eslovenos de su gran Yugoslavia "hacia Centroeuropa", o "hacia Europa", o "hacia el Occidente", como una mera veleidad. O¨ªa, cada vez con m¨¢s frecuencia y cada vez menos afectado, en boca de conocidos pero tambi¨¦n de absolutos desconocidos -en las calles y puentes de Liubliana o Maribor, donde los r¨ªos fluyen, igual que desde siempre, hacia el Danubio, en Belgrado- que eslovenos y croatas deber¨ªan erigir en la frontera del Sur un "muro" m¨¢s alto a¨²n que el de Berl¨ªn -todav¨ªa exist¨ªa ¨¦ste-, "de dos pisos de alto", contra serbios, bosnios, etc¨¦tera. Y cuando preguntaba por qu¨¦ razones, me soltaban s¨®lo est¨²pidos t¨®picos: "?sos de abajo no trabajan; los del Sur son vagos, nos quitan a los del Norte las viviendas; nosotros trabajamos y ellos comen". Puede que parte de eso sea comprensible, pero no expresado de ese modo, pues no se o¨ªa ni una sola palabra sobre la ventajosa situaci¨®n en el transporte y el comercio, sobre la mayor fertilidad del suelo. Con toda seguridad hab¨ªa una desproporci¨®n creciente entre el Norte y el Sur en el sost¨¦n de las cargas del Estado, lo mismo que en otros sitios. Ahora bien, ?c¨®mo pod¨ªa servir eso de motivo para desligarse veleidosa, precipitada y testarudamente de] cielo, todav¨ªa amplio, que, a pesar de todo, cubr¨ªa una bien fundamentada Yugoslavia? ?Motivo o mera excusa?

Nada, absolutamente nada, instaba hasta entonces en la historia de Eslovenia a la conversi¨®n en Estado. Nunca, jam¨¢s, tuvo el pueblo esloveno algo parecido a un espacio estatal. Y el Estado esloveno, en todo caso hasta el violento poder de los bombarderos y los tanques, nunca fue ni un asomo de idea (Yugoslavia s¨ª lo fue). ?Puede crecer ahora, s¨®lo de la violencia y la resistencia, una idea as¨ª, con capacidad de supervivencia a largo plazo? ?Es posible hoy -mejor, ?es necesario?- para un pa¨ªs y un pueblo declararse Estado (con toda la parafernalia de blasones, banderas, festividades, l¨ªmites), cuando no se ha llegado a ello por propio impulso, sino exclusivamente como reacci¨®n contra algo, algo de fuera, algo, adem¨¢s, que era enojante o inc¨®modo, pero no opresor o que clamase al cielo?

"Slovenski narod, narod trplenja" ("pueblo esloveno, pueblo del sufrimiento"), se dec¨ªa, con raz¨®n, hasta el final de la II Guerra Mundial. Posteriormente, ning¨²n esloveno de la federaci¨®n de Yugoslavia pod¨ªa con justicia pensar lo mismo. ?Es esto la neomodernidad: la fundaci¨®n de Estados por mero ego¨ªsmo, o incluso por puro, por m¨¢s que sea comprensible, malhumor frente al pa¨ªs hermano? (No, nada de primos, como se ha dicho; hermanos).

?No se ha dejado con-vencer el pueblo esloveno al juego del Estado, algo para lo que no puede haber justificaci¨®n alguna, sino ¨²nicamente excusas como el eslogan, especialmente imb¨¦cil en esta ocasi¨®n, que dice "small is beautiful"? Ese tornar en serio el juego de la proclamaci¨®n del Estado, ?no apunta tambi¨¦n a que la poblaci¨®n reaccion¨® con m¨¢s cr¨ªtica que entusiasmo?

Veo crecer las nuevas fronteras de Yugoslavia mucho m¨¢s hacia dentro que hacia afuera; hacia la interioridad de cada uno de los actuales pa¨ªses, creciendo como rayas o cinturones de irrealidad; creciendo hacia el centro hasta que, pronto, no haya ning¨²n pa¨ªs, ni esloveno, ni croata, lo mismo que ocurre con Montecarlo o Andorra. S¨ª, temo no poder saborear un d¨ªa tierra alguna en la Rep¨²blica de Eslovenia. Como en Andorra, donde las calles comerciales arrancadas a los pe?ascos de los Pirineos han ahogado el ¨²ltimo trozo de horizonte, todo sabor de territorio, de tierra, de espacio, lugar y realidad.

A veces se dice que el Estado de Eslovenia es s¨®lo un estadio en el camino hacia una Yugoslavia totalmente distinta y renovada. Pero ?qui¨¦nes son los que pueden hacer retroactivo un hecho que discurre bajo el nombre de independencia o libertad? Un hecho que aparece m¨¢s inamovible por el peso adicional del doble plomo que lo carga: por una parte, el de los tanques y las bombas -que no desaparecer¨¢n nunca de las mentes de los eslovenos, sobre todo de las de los ni?os de 1991-, y, en segundo lugar, por el del comportamiento de los aduaneros eslovenos, much¨ªsimos de los cuales, en mi opini¨®n, estaban dispuestos a matar en un abrir y, cerrar de ojos, a diferencia de sus compa?eros de igual edad que, de repente, jugaban por obligaci¨®n a la guerra. Eso no lo manifiestan s¨®lo las cifras -tan desiguales- de muertos en uno y otro bando, sino que lo dicen tambi¨¦n las im¨¢genes; por ejemplo, la del soldado federal que sale con una bandera blanca de un puesto fronterizo rodeado de gente y que inmediatamente es eliminado por alguien a quien no se ve, o la del soldado que vuelve resplandeciente a casa y narra al diario austriaco Tagblatt, que resplandec¨ªa con ¨¦l, su "primer muerto, un macedonio de 18 a?os". Ese ciego matar rabioso y esos gestos asesinos, ?c¨®mo se borrar¨¢n nunca de la mente de quien los haya visto con sus propios ojos? ?Tiene: ahora aquella Yugoslavia, que con el fin de la II Guerra Mundial parec¨ªa haber escapado a eso que se llama "la maldici¨®n de la historia", su maldici¨®n particular?

Hace muy poco me vino una pizca de esperanza, al tiempo que un impulso a la risa -como si esperanza e irrisoriedad tuvieran que ir en este caso juntas- , paseando por Par¨ªs con un colega esloveno, quien, estando tristemente de acuerdo con la transformaci¨®n en su pa¨ªs, intentaba transponer al eslovaco el lenguaje militar serbio que le era familiar de su ¨¦poca de mili. No lo logr¨®. Lo que en el primer idioma resonaba, trompeteaba, restallaba absolutamente familiar y natural, en su idioma materno perd¨ªa cualquier ritmo, se resist¨ªa a ser dicho en alto, se combaba instintivamente, como en Kafka los ni?os que corren "bajo el viento"- fuera de la verticalidad, perd¨ªa el paso con cada s¨ªlaba, se sal¨ªa del aire marcial, se ahuecaba y desembocaba en melod¨ªa, hasta que el hablante abandon¨®, divertido y aceptando el destino, su intento de dar ¨®rdenes en esloveno.

Fue ese mismo hijo encanecido de Eslovenia -el que, hac¨ªa tan s¨®lo un par de semanas, hab¨ªa sido testigo, en la monta?a sagrada de Nano, junto a su sobrina de 10 a?os a la que flevaba de la mano, del estruendo de las bombas quien me dijo: "En toda la historia de Eslovenia, s¨¦lo la madre estaba siempre a mano. Nuestro padre siempre dorm¨ªa. En el interior de la monta?a, ya sabes. Como mucho aparec¨ªa brevemente, como un son¨¢mbulo, hoy, aqu¨ª, ma?ana all¨ª, ya sabes, rey del Noveno Pa¨ªs, para desaparecer de nuevo inmediatamente. Ahora, el padre ha despertado". Y el narrador empez¨® a esbozar reprimidamente una sonrisa y sigui¨® as¨ª durante todo el trayecto hacia su casa en la Avenue du G¨¦n¨¨ral Leclerc, cada vez menos el hijo de Eslovenia y cada vez m¨¢s el gnomo t¨ªpico de aquellas tierras: ?Acaso no habr¨¢ sido ¨¦se siempre el deseo de sus hijos?

Traducci¨®n: Luis Meana.

Peter Handke es novelista y poeta austriaco.

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