'Comando Donosti'
POR MUCHOS que sean los motivos hist¨®ricos de desconfianza que algunos sectores de la poblaci¨®n vasca puedan esgrimir contra las Fuerzas de Seguridad del Estado, no es justo, cuando de enfrentamientos armados con terroristas se trata, mantener bajo sospecha la actuaci¨®n policial, atribuyendo a los agentes la carga de la prueba. Toda p¨¦rdida de vidas humanas es lamentable, pero carece de fundamento la acusaci¨®n de Herri Batasuna de que los guardias civiles que intervinieron el s¨¢bado en la operaci¨®n de captura del comando Donosti buscasen deliberadamente el "exterminio f¨ªsico" de sus componentes.En primer lugar, no es l¨®gico: la posibilidad de obtener de los activistas capturados informaciones que permitan nuevas detenciones o identificaciones hace que para las fuerzas de seguridad sea siempre preferible el apresamiento de los etarras con vida. Pero, adem¨¢s, la evidencia de que dos guardias civiles resultaron gravemente heridos -uno de ellos con riesgo de quedar inmovilizado de cintura para abajo- avala la versi¨®n oficial sobre la voluntad de morir matando de los miembros de un comando cuyo historial de cr¨ªmenes desde 1988 es impresionante y que durante m¨¢s de cuatro horas se negaron a entregarse. La realidad no suele parecerse, desgraciadamente, a la ficci¨®n a que nos han acostumbrado las pel¨ªculas del Oeste: el malo dispara primero, pero falla el tiro.
Es costumbre, por otra parte, que cada vez que se producen detenciones importantes de ETA, con o sin muerte de activistas, surjan voces que las consideren pol¨ªticamente inoportunas por coincidir con alguna circunstancia especial: un "torpedo contra la negociaci¨®n"; o bien, "un obst¨¢culo al entendimiento cuando mayores expectativas hab¨ªa". Se trata de apreciaciones no avaladas por la experiencia. Lo que ¨¦sta indica -y ello tanto en el plano interior como en el internacional- es, por el contrario, que los jefes terroristas s¨®lo se muestran dispuestos a renunciar a la violencia cuando a su derrota pol¨ªtica, habitualmente muy anterior, se une su debilitamiento operativo; es decir, cuando el creciente rechazo de la opini¨®n p¨²blica va acompa?ado de una mayor eficacia policial en la desarticulaci¨®n de comandos y sus redes de apoyo.
Esa misma experiencia aconseja cautela ante algunos movimientos que parecen estar produci¨¦ndose en el conglomerado ETA-HB. No porque no puedan ser importantes, sino porque otras veces se han vivido situaciones similares sin que de ellas se derivase consecuencia pr¨¢ctica alguna: la l¨®gica militar acababa imponi¨¦ndose a cualquier otra consideraci¨®n. La aceptaci¨®n por parte de HB de la autoridad de las instituciones para resolver el asunto de la autov¨ªa s¨ª es importante. Constituye un giro radical en los postulados de HB. Pero probablemente ello ha sido consecuencia, m¨¢s que de las discutibles concesiones del diputado general de Guip¨²zcoa -luego asumidas por su partido, el PNV-, de la firmeza de las dem¨¢s fuerzas democr¨¢ticas. En todo caso, y como m¨ªnimo, ese giro ser¨ªa fruto de la combinaci¨®n de ambas actitudes. Pues si son dignas de consideraci¨®n las razones de Arzalluz sobre la conveniencia de "apoyar los intentos de ETA y HB por salir del atolladero", es evidente que, sin la oposici¨®n firme de los dem¨¢s a ceder al chantaje, HB hubiera logrado su prop¨®sito de imponer su veto a las instituciones.
Por ello, si fuera cierto que en HB -y tal vez en ETA, aunque no es eso lo que indican su reciente escalada y los ¨²ltimos documentos internos difundidos- existen sectores deseosos de buscar una salida viable, la forma de ayudarlos no ser¨¢ nunca hacer concesiones que acrediten la eficacia de la violencia para obtener objetivos pol¨ªticos; mucho menos se los ayudar¨¢ cayendo en la tentaci¨®n del halago o del olvido interesado de la realidad de los cr¨ªmenes terroristas: lamentar la muerte de los miembros del comando Donosti no puede ser equivalente a dar por no ocurridos hechos como -entre otros muchos atribuidos a ese comando- el asesinato de la adolescente Coro Villamudria cuando su padre, polic¨ªa nacional, la llevaba al colegio. O la justificaci¨®n del mismo como una represalia por adelantado, dada la intenci¨®n de la ni?a de estudiar para polic¨ªa.
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