Un 'victorino' de bandera
Mart¨ªn / Mu?oz, Mendes, OlivaToros de Victorino Mart¨ªn, muy desiguales de presencia aunque con trap¨ªo, excepto segundo; varios escobillados, tercero sospechoso de pitones; flojos; cumplieron en varas, nobles primero, cuarto y sexto.
Emilio Mu?oz: bajonazo descarado, rueda de peones y dos descabellos (bronca); pinchazo hondo bajo y tres descabellos (palmas y pitos). V¨ªctor Mendes: pinchazo hondo, rueda insistente de peones y descabello (ovaci¨®n y salida al tercio); pinchazo, estocada y rueda de peones (vuelta). Emilio Oliva: pinchazo trasero bajo, otro bajo perdiendo la muleta, tres pinchazos -aviso con retraso-, pinchazo descaradamente bajo, media estocada ca¨ªa tendida, rueda de peones y descabello (silencio); estocada corta trasera descaradamente baja, pinchazo, estocada ca¨ªda -aviso- y descabello (vuelta).
Plaza de Vista Alegre, 22 de agosto. Sexta corrida de feria. Cerca del lleno.
Reaparec¨ªan ayer los victorinos en Espa?a. Bueno, s¨ª, se hab¨ªan lidiado hace unos d¨ªas en La Coru?a, pero esta es plaza a¨²n sin solera y por tanto la reaparici¨®n que importaba era la de Bilbao, plaza cl¨¢sica, feria de primera categor¨ªa (o eso dicen), con luz y taqu¨ªgrafos. En consecuencia, la corrida despert¨® mayor expectaci¨®n que ninguna otra. En realidad no acudi¨® m¨¢s gente al coso, pues hab¨ªa la misma que el d¨ªa anterior, pero llevaba una enorme ilusi¨®n. Se ve¨ªa en las caras. El p¨²blico ten¨ªa puestas sus esperanzas en la proverbial emoci¨®n.de los victorinos, su casta y su bravura y la verdad es que, en eso sali¨® defraudado: no hubo emoci¨®n; ninguna.En cambio hubo un gran toro, un toro de vacas.
El toro de bandera fue el sexto. Flojito, apenas pudo soportar vara y media, pero en el resto de los tercios se comport¨® con una boyant¨ªa excepcional. Emilio Oliva le peg¨® muchos pases, y pegar muchos pases no era lo que estaba pidiendo a gritos (quiz¨¢ deber¨ªamos decir mugidos, pero no mugi¨® nunca jam¨¢s) el torito de bandera.
?nicamente muletas de arte habr¨ªan podido corresponder a la pastue?a, dulce, maravillosa embestida del victorino. Un Curro -versi¨®n Romero o versi¨®n V¨¢zquez, seg¨²n hubiera salido la luna-, un Pepe Luis -padre o hijo, igual habr¨ªa dado para pasaportar el toreo a la gloria-, ese se?or Chenel, le llaman Anto?ete, que estaba all¨ª cerquita, en el callej¨®n, y no se perd¨ªa detalle, emergiendo desde el burladero; ¨¦l, su pelo cano, su p¨ªtillo en la boca, su concierto de toses. Algunas otras muletas art¨ªsticas habr¨ªan valido tambi¨¦n. No muchas, claro. Pero cuando se cr¨ªa en las dehesas un toro as¨ª, hay que llevarlo a donde lo sepan torear, y si de eso no queda, o la plaza ya est¨¢ ocupada por los pegapases, se le deja en la dehesa, rodeado de vacas simp¨¢ticas, rubias y con los ojos azules, para que acabe sus d¨ªas a gusto, bien servido, en paz y felicidad.
Dos toros hubo en la tarde victorina, desde luego no tan maravillosos, que tampoco encontraron la muleta adecuada. Fueron para Emilio Mu?oz, y los desaprovech¨®. Emilio Mu?oz no entendi¨® (o no quiso ni ver) uno de ellos, a pesar de que le humillaba con servil sumisi¨®n, mientras con el otro se faj¨®, se retorci¨®, peg¨® pases, mas retiraba la muleta demasiado pronto y todos ellos se quedaban a mitan y tres cuar-. tos de la largura y de la profundidad que han de tener las suertes del toreo cabalmente ejecutadas.
Los tres victorinos restantes sacaron complicaciones diversas. V¨ªctor Mendes, banderillero f¨¢cil y s¨®lo eso con los de su lote, estuvo muy pundonoroso en sus respectivas faenas de muleta, y alcanz¨® cierta importancia la primera porque al toro reacio le obligaba a seguir el enga?o, cit¨¢ndole desde la distancia adecuada y aguantando lo que se deb¨ªa aguantar. Emilio Oliva tuvo un tercer victorino tardo y prob¨®n, al que porfi¨® mucho y cuando consegu¨ªa que se arrancara, no le quitaba la pa?osa de delante, para encelarlo, y eso tuvo m¨¦rito tambi¨¦n.
"Los buenos toros descubren a los malos toreros", dice el t¨®pico taurino, y lo acontecido ayer en el moreno ruedo de Vista Alegre lo confirma. Mucho se habr¨¢ de hablar de ese desencuentro sl atardecer de un d¨ªa lluvioso en el que un torero se encontr¨® con el toro de su vida y lo dej¨® pasar de largo; mucho se habr¨¢ de hablar de ese toro de casta excepional que parti¨® de la dehesa buscando la muleta de un artista, y acab¨® ferozmente abatido a bajonazos. El toro se llamaba Escudero. Un dato que no sirve para nada ahora, de acuerdo, pero alg¨²n d¨ªa alguien lo necesitar¨¢ para escribir la historia de aquel torito bueno, nacido en las dehesas extreme?as y muerto en Bilbao sin pena ni gloria.
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