Crist¨®bal Col¨®n y la reina Isabel de Espa?a consuman su relaci¨®n
Col¨®n, un extranjero, sigue a la reina Isabel durante toda una eternidad sin perder enteramente la esperanza.?En qu¨¦ actitudes caracter¨ªsticas?
Orgulloso, aunque suplicante; la cabeza erguida y la rodilla doblada. Adulador, aunque intr¨¦pido; pose¨ªdo de cierta p¨ªcara vulgaridad, logra que se le tolere gracias a su encanto de embaucador. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, se van resaltando los aspectos zalameros de su postura; la chuler¨ªa de lobo de mar va menguando. Al igual que la suela de sus zapatos.
?De qu¨¦ tiene esperanzas?
Primero, las respuestas obvias: espera ser favorecido. Quiere atar el pa?uelo de la reina a su casco, como un caballero en una historia de amor. (No tiene casco). Tiene esperanzas de dinero contante y sonante, y de tres carabelas, la Ni?a, la Pinta y la Santa Mar¨ªa; de atravesar, en el a?o mil cuatrocientos noventa y dos, el oc¨¦ano azul. Sin embargo, a su llegada a la corte, cuando la reina le pregunt¨® personalmente qu¨¦ deseaba, se inclin¨® sobre su mano aceitunada y, con los labios a un mil¨ªmetro de la gran sortija del poder, murmur¨® una ¨²nica y peligrosa palabra:
"Consumaci¨®n
?Estos execrables extranjeros! ?Qu¨¦ atrevimiento! ?Consumaci¨®n, nada menos! Y luego la sigui¨® a todas partes, mes tras mes, como si tuviera alguna posibilidad. Sus toscas ep¨ªstolas, sus desafinadas serenatas bajo sus balcones, oblig¨¢ndole a cerrarlos, y cerrando el paso a la refrescante brisa. Ten¨ªa mejores cosas en que ocuparse, todo un mundo que conquistar, etc¨¦tera, etc¨¦tera, ?qui¨¦n se cre¨ªa que era? Los extranjeros pueden ser tercos. Y tambi¨¦n, debido a problemas ling¨¹¨ªsticos, pueden no entender una sugerencia. Sin embargo, no hay que olvidarlo, es de 'r¨ªgueur' tener algunos extranjeros alrededor de uno. Le dan al lugar cierto tono cosmopolita. Con frecuencia son pobres y, consecuentemente, est¨¢n dispuestos a realizar diversos trabajos necesarios, aunque sucios. Adem¨¢s, son una advertencia contra la auto complacencia; su existencia en nuestro entorno nos re cuerda que hay lugares en los que (a pesar de que resulte dif¨ªcil aceptarlo) a nosotros mismos nos considerar¨ªan extranjeros. ?Pero hablarle as¨ª a la reina! Los extranjeros olvidan su lugar (porque lo han abandonado). Si se les deja, empiezan a considerarse iguales a nosotros. Es un riesgo ¨ªnevitable. Introducen en nuestras costumbres austeras sus zalamer¨ªas italianizantes. No hay m¨¢s remedio que hacerse los sordos y mirar para otra parte. Normalmente no tienen malas intenciones, y se sobrepasan ¨²nicamente en muy pocas ocasiones. La reina, t¨¦nganlo seguro, sabe cuidarse ella misma.
Col¨®n, en la corte de Isabel, se ve muy pronto cargado con fama de loco. Sus ropas tienen un colorido excesivo, y bebe, tambi¨¦n, de manera excesiva. Cuando Isabel obtiene una victoria militar, la celebra con once d¨ªas de c¨¢nticos religiosos y con la m¨²sica austera de los sacerdotes. Col¨®n va de un lado para otro por los alrededores de la catedral blandiendo un odre de vino. Es una org¨ªa andante.
Miradle, borracho, con la enorme y desgre?ada cabeza llena de tonter¨ªas. Un tonto al que le brillan los ojos por el sue?o de un para¨ªso dorado m¨¢s all¨¢ del conf¨ªn occidental de las cosas.
"Consumaci¨®n".
La reina juega con Col¨®n.
Durante la comida, le promete todo lo que ¨¦l desea y esa misma tarde le da como por muerto, mir¨¢ndole sin verle.
El d¨ªa del santo de Col¨®n, la reina le llama a su gabinete m¨¢s ¨ªntimo, despide a sus doncellas, le permite que le haga la trenza y' durante unos instantes, que le acaricie los pechos. Luego llama a la guardia. Lo destierra a los establos y las porquerizas durante cuarenta d¨ªas. El se sienta abatido sobre la paja mordisqueada por las caballer¨ªas mientras sus pensamientos se alejan al lejano y fabuloso oro. Sue?a con los perfumes de la reina, aunque despierta, con n¨¢useas, en una pocilga.
A la reina le gusta jugar con Col¨®n.
Y complacer a la reina, se recuerda Col¨®n a s¨ª mismo, puede ayudarle a conseguir sus prop¨®sitos. Los cerdos hozan a sus pies. Aprieta los dientes de rabia. "Es bueno complacer a la reina".
?Le atormenta simplemente por juego?
O porque es extranjero y no est¨¢ acostumbrada a su manera de comportarse y de hablar.
O porque su dedo anular, a¨²n caliente con el recuerdo de sus labios, de su aliento, ha quedado -?c¨®mo decirlo?- tocado. De sus dedos surgen tent¨¢culos de calor que se extienden hacia el coraz¨®n. Se han despertado sentimientos turbulentos.
O porque se encuentra dividida entre la posibilidad de aceptar sus planes con el abandono de una amante, y la opci¨®n m¨¢s convencional, y placentera en una forma diferente (maliciosa), de destruirle ri¨¦ndose, al Final, tras muchos preliminares, en su cara est¨²pida y suplicante.
Col¨®n se consuela con las diversas posibilidades. Pero no todas las posibilidades resultan consoladoras.
Es una monarca absoluta. (Su marido es un cero a la izquierda: un vac¨ªo que no podr¨ªa ser m¨¢s fr¨ªo. No volveremos a mencionarlo). Es tina mujer acostumbrada a que le besen el anillo Para ella no tiene la menor importancia. Los halagos no le resultan ajenos. Sabe resistirse a ellos sin esfuerzo. Es una tirana que cuenta entre sus posesiones un s¨¦quito privado de cuatrocientos diecinueve bufones, algunos con deformaciones grotescas, otros tan hermosos como un amanecer. ?l, Col¨®n, no es m¨¢s que su buf¨®n cuatrocientos veinte. Es su payaso, su pulga circense. Es un gui¨®n que resulta igualmente convincente.
O bien le comprende, comprende sus sue?os de un mundo m¨¢s all¨¢ del final del mundo de una manera tan profunda que le asusta, y se inclina en un principio hacia el sue?o, pero luego se aleja.
O no le comprende en absoluto, ni se preocupa por comprenderle.
Elijan lo que quieran. Lo que s¨ª es seguro es que ¨¦l no le comprende a ella. S¨®lo los hechos est¨¢n claros. Ella es Isabel, la reina conquistadora. El es su hombre invisible (si bien estridente, multicolor, bebedor).
"Consumaci¨®n".
Los apetitos sexuales del var¨®n disminuyen; los de la mujer siguen aumentando con el paso de los a?os. Isabel es la ¨²ltima esperanza de Col¨®n. Se est¨¢ quedando sin posibles mecenas, sin palabras con que vender su Idea, sin coqueter¨ªa, sin pelo, sin fuerza. Pasa el tiempo. Isabel cabalga, ganando batallas, expulsando a los moros de sus bastiones, con sus deseos aumentando semana tras semana. Cuanto m¨¢s tierra engulle, cuantos m¨¢s guerreros traga, m¨¢s hambre tiene. Col¨®n, consciente de irse empeque?eciendo lentamente por dentro, se ri?e a si mismo. Deber¨ªa ver las cosas tal corno son. Deber¨ªa recobrar el juicio. ?Qu¨¦ posibilidades tiene aqu¨ª? Algunos d¨ªas le hace limpiar letrinas. Otros d¨ªas le toca lavar hombres, y despu¨¦s de una batalla los cuerpos no est¨¢n muy limpios. Los soldados que van al combate llevan pa?ales bajo la armadura porque el miedo a la muerte puede aflojarles las tripas, como siempre sucede.
Col¨®n no est¨¢ hecho para este tipo de trabajo. As¨ª no va a ninguna parte. Se, dice a s¨ª mismo que tiene que dejar a Isabel, de una vez por todas.
Pero hay problemas: su avanzada edad, la falta de mecenas. En cuanto se vaya, tendr¨¢ que olvidar el viaje a Occidente. No le ha atra¨ªdo nunca el cuerpo de opini¨®n filos¨®fica que afirma que la vida es absurda. Es un hombre de acci¨®n, que se muestra en su verdadero ser en sus obras.
Sin embargo, sin la posibilidad de la traves¨ªa tendr¨¢ que aceptar el sinsentido de la vida. Ya esto ser¨ªa una derrota. Invisible envuelto en c¨¢lidos colores tropicales, despechado, mantiene, siguiendo los pasos de la reina, la esperanza del ¨¦xtasis de su mirada.
"La b¨²squeda de dinero y mecenazgo", dice Col¨®n, "no es muy diferente de la b¨²squeda del amor".
Ella es omnipotente. A sus pies caen castillos. Han expulsado a los jud¨ªos. Los moros preparan su rendici¨®n. La reina est¨¢ en Granada, cabalgando al frente de sus ej¨¦rcitos. Apabulla. Nada de lo que desea se le ha negadojam¨¢s. Todos sus sue?os son profec¨ªas. Actuando con informaci¨®n recibida en sue?os, traza sus invencibles planes de batalla, desbarata las conspiraciones de asesinos, averigua las infidelidades y corrupciones con las que chantajea a susfleles (para asegurarse su apoyo) y a sus oponentes (para asegurarse el suyo). Los sue?os le ayudan a predecir el tiempo, a negociar tratados, y a invertir astutamente en el comercio. Come como un caballo y no engorda ni un gramo. La tierra adora su pisada. Sus sombras huyen ante el brillo de sus ojos. Su rostro es una f¨¦rtil pen¨ªnsula sobre un mar de cabellos. Sus pechos albergan tesoros inagotables. Sus orejas son delicados signos de interrogaci¨®n, que sugieren cierta incertiduir,,bre. Sus piernas.... sus piernas no son tan grandes.
Est¨¢ llena de ¨ªnsatisfacciones.
No hay conquista que le satisfaga, ninguna cumbre de ¨¦xtasis es lo bastante alta.
Vean: a las puertas de la Alhambra se encuentra Boabdil el Desafortunado, el ¨²ltimo sult¨¢n del ¨²ltimo reducto, de todos los siglos de la Espa?a ¨¢rabe. Contemplen: ahora, en este instante, le entrega las llaves de la ciudadela: ?ahora! Y cuando el peso de las llaves cae de sus manos a las de ella, ¨¦sta... bosteza.
Col¨®n pierde toda esperanza.
Mientras Isabel entra triunfal e indiferente en la Alhambra, ¨¦l ensilla su mula. Mientras ella holgazanea por el Patio de los Leones, ¨¦l parte en medio de una locura de l¨¢tigos, codazos, cascos, todo ello r¨¢pidamente oscurecido por una nube de polvo. La invisibilidad le llama. Entrega su voluntad. Sabedor de que est¨¢ abandonando su destino, lo abandona. Se aleja de la reina Isabel cabalgando con una furia desesperada, cabalga d¨ªa y noche, y, cuando muere la mula bajo su peso, se echa al hombro sus rid¨ªculos bolsos de gitano, los colores chillones amortiguados por la suciedad, y camina. A su alrededor se extiende la f¨¦rtil llanura que los ej¨¦rcitos de la reina han conquistado. Col¨®n no ve nada, ni la fertilidad de la tierra ni la repentina esterilidad de los castillos conquistados que miran desde lo alto de sus pin¨¢culos. Los fantasmas de las civilizaciones derrotadas fluyen desapercibidos por los r¨ªos cuyos nombres, Guadalesto y Guadaleso, conservan cierto eco del pasado aniquilado. En el cielo, los giros arabescos de los pacientes moscardones. Los judios pasan junto a Col¨®n en largas columnas, aunque la tragedia de su expulsi¨®n no le hace mella. Alguien intenta venderle una espada de Toledo; rechaza al hombre con la mano. Tras haber perdido sus propios sue?os de barcos, Col¨®n abandona a los jud¨ªos a los barcos de su exilio, que aguardan en el puerto de C¨¢diz. El cansancio le priva de sus sentidos. Este viejo mundo es demasiado viejo y el nuevo mundo es una tierra no hallada."La p¨¦rdida de dinero y mecenazgo", dice Col¨®n, "es tan amarga como el amor no correspondido".
Camina agotado, m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites de la resistencia y de las fronteras de su ser, y en cierto punto de este camino pierde el equilibrio, se cae del borde de la cordura mental, y aqu¨ª, m¨¢s all¨¢ del borde de su mente, ve, por primera y ¨²nica vez en su vida, una visi¨®n.
Es el sue?o de un sue?o. Sue?a con Isabel, que explora l¨¢nguidamente la Albambra, la gran joya que ha arrebatado a Boabdil, el ¨²ltimo de los Nasrid. Est¨¢ mirando en el interior de una gran fuente de piedra sostenida por leones de piedra. La fuente est¨¢ llena de sangre, y en ella ve (Col¨®n sue?a que ella ve) una visi¨®n.
La fuente le muestra que todo, todo el mundo conocido, es ahora suyo; tiene a todos en sus manos, para hacer con ellos lo que quiera. Y cuando se da cuenta de ello (sue?a Col¨®n), la sangre se cuaja inmediatamente y se convierte en un fango espeso y ponzo?oso. Despu¨¦s de lo cual, la Isabel del sue?o de agotamiento y venganza de Col¨®n se siente conmovida en lo m¨¢s profundo de su ser al darse cuenta de que jam¨¢s,jam¨¢s, JAM?S, se sentir¨¢ satisfecha por la posesi¨®n de lo conocido. Solo lo desconocido, puede que incluso lo desconocible, puede satisfacerla. Y en ese momento se acuerda de Col¨®n (contempla ¨¦l en su sue?o), el hombre invisible que sue?a con penetrar en el mundo invisible, el mundo desconocido y quiz¨¢ desconocible de m¨¢s all¨¢ del borde de las cosas, m¨¢s all¨¢ de la fuente de lo cotidiano, m¨¢s all¨¢ de la espesa sangre del mar. En este amargo sue?o, Col¨®n hace que por fin Isabel vea la verdad, consigue que acepte que ella le necesita tanto como ¨¦l a ella. ?S¨ª! ?Ahora lo sabe! Debe, debe, debe darle el dinero, los barcos, lo que haga falta, y ¨¦l debe, debe llevar su bandera y su favor m¨¢s all¨¢ del fin del fin de la tierra, hacia la exaltaci¨®n y la inmortalidad, uni¨¦ndola para siempre a ¨¦l con lazos m¨¢s dif¨ªciles de romper que los de cualquier amor mortal, con los severos y divinizantes lazos de la historia.
"Consumaci¨®n".
Isabel, en el salvaje sue?o de Col¨®n, se rasga el cabello, sale corriendo del Patio de los Leones, y llama a gritos a sus heraldos. "Encontradle", ordena. Pero Col¨®n, en su sue?o, se niega a ser encontrado. Se envuelve en la polvorienta capa de su invisibilidad, y los heraldos cabalgan por aqu¨ª y por all¨¢ en vano. Isabel chilla, suplica, implora.
?Perra, perra! ?Qu¨¦ te parece ahora?, se r¨ªe Col¨®n. Al ausentarse de su corte, por esta invisibilidad final y suicida, le ha negado el deseo de su coraz¨®n. Le est¨¢ bien empleado. ?Perra! Asesin¨® sus.esperanzas. Aqu¨ª tiene. Al hacerlo, tambi¨¦n ella ha perdido presencia. Justicia po¨¦tica. Es perfectamente justo.
Al final del sue?o, ¨¦l permite que sus mensajeros lo encuentren. El ruido de las pisadas de sus caballos, el fren¨¦tico movimiento de brazos. Le suplican, le adulan, le ofrecen sobornos. Pero es demasiado tarde. S¨®lo queda la dulce alegr¨ªa del autosacrificio de asesinar la posibilidad. Responde a los heraldos moviendo la cabeza de un lado para otro. No.
Recupera el sentido. Est¨¢ de rodillas en las f¨¦rtiles llanuras, esperando la muerte. Oye las pisadas de caballos que se acercan y alza los ojos, esperando casi ver al ¨¢ngel exterminador cabalgando hacia ¨¦l como un conquistador, con las alas negras, y el aburrimiento en el rostro.
Los heraldos de Isabel lo rodean. Le ofrecen comida, bebida, un caballo.
"?Buenas noticias!", gritan, "La reina te llama. Tu viaje: unas noticias maravillosas. Ha tenido una visi¨®n y se ha asustado".
Todos sus sue?os son profec¨ªas.
"Sali¨® corriendo del Patio de los Leones llam¨¢ndote a gritos", le informan los heraldos. "Te quiere enviar m¨¢s all¨¢ de la fuente del mundo conocido, m¨¢s all¨¢ de la espesa sangre del mar. Te espera en Santa Fe. Debes acudir inmediatamente".
Se levanta, como un amante correspondido, como un novio el d¨ªa de su boda. Abre la boca, y lo que est¨¢ a punto de salir de ella es una amarga negativa: no.
-S¨ª", dice a los heraldos. S¨ª. ir¨¦.
Traducci¨®n de R. Palencia.
Shalman Rushdle / Altken & Stone.
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