El juego de la emoci¨®n
Jonathan Demme es uno de los guardianes del fuego sagrado del, insuperable y ¨²ltimamente muy escaso, gran cine estadounidense. Hay quien cree que, pel¨ªcula tras pel¨ªcula, Demme se est¨¢ convirtiendo en parte del pu?ado de cineastas que han sido capaces no solo de sostener viva la identidad del cine estadounidense cl¨¢sico, sino en ocasiones de acentuarla y llevarla por encima de sus formidables obras pasadas.La creaci¨®n de emociones encadena y en crescendo, es una conquista que el cine no comparte con ninguna otra aventura de la imaginaci¨®n: es terreno s¨®lo suyo. Y El silencio de los corderos es una primorosa antolog¨ªa en este alarde de la inventiva, en el que Demme y sus actores nos devuelven a los adultos de hoy la capacidad, perdida en alg¨²n rinc¨®n de nuestra infancia, dejugar con el v¨¦rtigo del miedo, con el horror, con la transgresi¨®n, con lo abominable en estado puro, y hacer de estos negros ingredientes de las pesadillas una filigrana gozosa, de tiral¨ªneas, tensa y al mismo tiempo llena de esquinas, repleta su trastienda de un sutil e irresistible humor.
El silencio de los corderos
Direcci¨®n: Jonathan Demme. Basada en la novela de Thomas Harris. Gui¨®n: Ted Tally. Int¨¦rpretes: Jodie Foster, Scott Glenn, Anthony Hopkins. Estreno en Madrid cines: Madrid 4, Fuencarral (V.O.) y Rosales (V.O.)
Por ejemplo: el final feliz de esta -literalmente espantosa- historia, es un vuelo humor¨ªstico que est¨¢ hoy al alcance de muy pocos cineastas y no viene mal recordar que nada hay m¨¢s complejo que el humor, que es asunto muy serio y que poco tiene que ver con la gracia, el chiste o la risa. En manos de Demme, como lo era en las de Hitchcock, el humor es un taladro capaz de penetrar en las negruras m¨¢s impenetrables, enrarecidas y viciadas, del comportamiento humano -la demencia y la perversidad, cuando alcanzan grados impensables por desmedidos- con la soltura y frescura con que una mano entra en un agua. Por ello El silencio de los corderos, que aparentemente es un aparatoso artificio de atroces truculencias destinado, una vez visto, al basurero del olvido, se convierte en cine de ese que se pega tozudamente a la memoria.
Todo es exceso en este brutal y gozoso filme; todo est¨¢ fuera de la medida y no digamos de la mesura: es lo desmesurado sin m¨¢s. Para oficiar un ritual de esta especie no cabe un actor cualquiera: solo quien domina a la perfecci¨®n la medida puede, vulnerando sus propios l¨ªmites, representar lo desmedido. Anthony Hopkins -uno de los maestros del teatro brit¨¢nico- es uno de ellos y ah¨ª aparece, tras el jadeo -no olvidar este primer signo sonoro e indirectamente er¨®tico de la pel¨ªcula, que prelud¨ªa y prepara la inteligibilidad de una escena posterior b¨¢sica en la intriga- de Jodie Foster. Es Hopkins un actor fuera de lo com¨²n o si se quiere descomunal. Hacer creible su abracadabrante personaje es una haza?a impagable, un rizo del genio de la representaci¨®n: la conversi¨®n del mito de la bestia en sue?o de temblor, pero de un temblor ir¨®nico, relajante, amistoso.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.