Sangre y suelo
EL GOBIERNO espa?ol acaba de restringir el derecho de asilo, y, consecuentemente, las ayudas econ¨®micas y sanitarias que comporta, a los ciudadanos de los pa¨ªses ex comunistas del Este que pugnan por establecerse en Espa?a. Pretexto oficial: que esos pa¨ªses son ahora democr¨¢ticos y, por tanto, sus ciudadanos no podr¨¢n alegar motivos pol¨ªticos para afincarse en Espa?a. Pero la realidad subyacente es la inquietud suscitada en la Administraci¨®n por el volumen que esa emigraci¨®n ha adquirido en los ¨²ltimos tres anos, y que en 1991 se elevar¨¢ a 14.000 personas.La pretensi¨®n de contener con medidas administrativas la fuerte presi¨®n demogr¨¢fica que desde el Sur y el Este soporta la Europa comunitaria parece poco realista. De una u otra forma, el asalto a la muralla europea no dejar¨¢ de producirse mientras las condiciones sociales de pa¨ªses como Rumania o Albania, de un lado, y Marruecos o Argelia, de otro, sean las que son. La exigencia de visado a los ciudadanos magreb¨ªes ha producido un fen¨®meno previsible: el abordaje de las playas andaluzas por emigrantes marroqu¨ªes que, jug¨¢ndose la vida a bordo de peque?as embarcaciones, pretenden eludir de ese modo las consecuencias de una eventual negativa en la concesi¨®n -discrecional- del documento correspondiente. Si tantas personas corren esos riesgos es porque existen profundas causas demogr¨¢ficas, sociales, vitales, que les impulsan a hacerlo.
Tampoco evocaciones de indudable marchamo xen¨®fobo, como las que acaba de lanzar en Francia el ex presidente Giscard d'Estaing, ayudan a encauzar razonablemente el problema. Causa asombro que un pol¨ªtico con pasado de estadista y que no renuncia a jugar un relevante papel en el futuro pol¨ªtico de su pa¨ªs pretenda hacer prevalecer el derecho de sangre, propio de sociedades tribales, sobre el del suelo, en el que, en definitiva, se sustentan la movilidad y el libre intercambio que han hecho posible el desarrollo de las sociedades modernas. Calificar de invasi¨®n extranjera el fen¨®meno social y humano de la emigraci¨®n, como ha hecho Giscard en lenguaje apenas diferenciado del que acostumbra a utilizar el ultraderechista Le Pen, puede avivar los latentes odios raciales en un pa¨ªs como Francia, en el que una tolerante y humanitaria tradici¨®n de acogida de emigrantes y perseguidos pol¨ªticos ha ido configurando, a trav¨¦s de los anos, una sociedad en gran medida multi¨¦tnica.
Aunque las cifras apocal¨ªpticas manejadas en un principio -se ha hablado de 50 millones de sovi¨¦ticos prestos a lanzarse sobre Europa occidental- no se han confirmado, la realidad es que una masa de varios millones de personas va a intentar emigrar del Este al Oeste del continente en los pr¨®ximos a?os. Y ello se suma a la corriente migratoria que desde los a?os sesenta llega del Tercer Mundo, sobre todo de ?frica del Norte, que es la que, hasta ahora, m¨¢s afecta a los espa?oles. La pol¨ªtica espa?ola actualmente en curso, consistente en regularizar la situaci¨®n de los emigrantes para fijar luego cupos de entrada de acuerdo con las necesidades de mano de obra en los diferentes sectores econ¨®micos, constituye un paso adelante. Pero una pol¨ªtica de emigraci¨®n a largo plazo debe ser completada con otras medidas. Entre otras, una acci¨®n exterior que saque el m¨¢ximo partido a la pol¨ªtica comunitaria de inversiones y que fomente el desarrollo aut¨®nomo y la democratizaci¨®n interna de esos pa¨ªses. Ante un problema que est¨¢ a la vuelta de la esquina, y cuya soluci¨®n entra?a cargas y dificultades, Europa no puede cruzarse de brazos.
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