La Montera

Sent¨ªa una gran curiosidad (no malsana) al acceder el otro d¨ªa por la calle de la Montera, debido a la pol¨¦mica situaci¨®n que se ha creado con las prostitutas all¨ª instaladas. Por las noticias que hab¨ªa escuchado en televisi¨®n, la dotaci¨®n policial era abundante y no se permit¨ªa la presencia de ¨¦stas en la calle.Seg¨²n fui avanzando en mi recorrido pude comprobar presencia policial m¨¢s que otras veces, pero cu¨¢l no ser¨ªa mi sorpresa al ver a dichos agentes con las perseguidas en total armon¨ªa, no hab¨ªa rastro de violencia (de lo cual me alegr¨¦). Otras deambulaban por las calles adyacentes en la b¨²squeda incesante de posibles compradores de esa mercanc¨ªa de la que ellas son portadoras.

Algunos clientes permanec¨ªan impasibles, otros regateaban o eleg¨ªan, todo segu¨ªa en perfecta calma y armon¨ªa. Los viandantes segu¨ªamos nuestro caminar; unos apresurados, otros mirando escaparates, cada cual seg¨²n la urgencia de su momento, pero en ning¨²n caso me pareci¨® advertir temor en la gente ni en m¨ª misma. No s¨¦ por qu¨¦ algunas autoridades se empe?an en asustarnos haci¨¦ndonos creer que la ciudad est¨¢ llena de delincuentes nada m¨¢s.

Otras veces son personas timoratas las que dan la voz de alarma, acusando de peligrosidad a personas que, en mi opini¨®n, me parecen menos peligrosas que una mosca. Las pude observar, y no era la primera vez que lo hac¨ªa; eran chicas j¨®venes (la mayor¨ªa) y en sus rostros estaba reflejo el dolor, el envejecimiento prematuro, la enfermedad, todo menos peligrosidad.-