No es eso, don Gregorio, no es eso
Don Gregorio Peces-Barba ha escrito un art¨ªculo, titulado La autorregulaci¨®n period¨ªstica (El Sol, 4 de agosto de 1991), en el que da un toque de atenci¨®n sobre el peligro de que se extienda la idea, sostenida, al parecer, por el presidente del Gobierno y el presidente del Tribunal Constitucional, nada menos, de que sean los periodistas los que regulen la libertad de expresi¨®n; lo que supondr¨ªa una sustitu¨®n ileg¨ªtima o usurpaci¨®n del poder legislativo del Estado, y, en consecuencia, la norma que por tal procedimiento se produjera ser¨ªa, seg¨²n el ilustre jurista, "antimoderna, antidemocr¨¢tica, antisocial e inconstituciona".Tras justificar tan contundentes adjetivos, el ilustre rector de la Universidad Carlos III manifiesta su desacuerdo con el principio de que "la mejor ley de prensa es la que no existe", y propone como "soluci¨®n menos mala" una ley org¨¢nica, a preparar por el procedimiento de las Royal Commissions brit¨¢nicas, esto es, por una comisi¨®n t¨¦cnica de profesores y otros especialistas con autoridad cient¨ªfica y respetabilidad personal.
Repuesto de la perplejidad en que me sumi¨® este art¨ªculo, que he tenido que releer varias veces, ya que algunas erratas desfiguran el pensamiento del autor, me dispongo a analizar sus tesis con los conocimientos que tengo del asunto.
Nada hay que objetar a la en¨¦rgica reacci¨®n con que el se?or rector rechaza el disparatado concepto de autorregulaci¨®n referido, salvo una cosa: que tal forma de autorregulaci¨®n es absolutamente original, no tiene precedentes en ninguna parte del mundo; y, que yo sepa, a ninguna de las personas que de este tema se han ocupado en Espa?a -entre las que me encuentro- se le ha ocurrido semejante inepcia.
No s¨¦ lo que han hablado o escrito al respecto el jefe del Gobierno, el presidente del Tribunal Constitucional y Luis Carandell, citados por Peces-Barba en su alarmado art¨ªculo, pero no puedo creer que cabezas tan claras hayan alumbrado o sostenido la idea de convertir a los periodistas en legisladores de su oficio. Por la misma raz¨®n, "que los conductores se apropien de los autobuses y organicen los itinerarios por su cuenta", como dice con gracejo y oportunidad el profesor Enrique de Aguinaga (Abc, 24 de septiembre de 1991). ?Nos valga el cielo, don Gregorio, hasta ah¨ª pod¨ªamos llegar!
La autorregulaci¨®n period¨ªstica no es eso, es otra cosa seria, bien tra¨ªda a la arena period¨ªstica con vocaci¨®n y capacidad de enamblarse en la estructura del Estado democr¨¢tico y que ha demostrado durante largo tiempo su utilidad. Se practica en diferentes formas y pa¨ªses como un sistema de relaciones entre los profesionales del periodismo, presididas por usos y reglas tradicionales, voluntariamente establecido por las organizaciones period¨ªsticas con objeto de corregir, en lo posible, los errores y excesos que se cometan en el ejercicio de la libertad de prensa y ofrecer, a la vez, satisfacci¨®n al perjudicado sin que tenga necesidad de pedirla a los tribunales ordinarios de justicia.
Este sistema tiene un aspecto preventivo que exhorta a los periodistas al cumplimiento de la ley positiva y las normas ¨¦ticas contenidas en c¨®digos deontol¨®gicos elaborados dentro del propio sistema; y otro aspecto reparador, que se manifiesta en el juego de ¨®rganos de conciliaci¨®n y de enjuiciamiento con facultades de resolver.
El funcionamiento de este sistema no invade el ¨¢mbito de los poderes legislativo y judicial del Estado, ni resta protecci¨®n a los derechos de los ciudadanos. Muy al contrario, invita a los periodistas a poner freno a sus pasiones y rigor en su pluma, record¨¢ndoles la virtud plat¨®nica de la templanza (sofrosine), o lo que hoy llamamos moderaci¨®n. Y el fin ¨²ltimo de estas operaciones de autocontrol (que no otra cosa son, sino controles de calidad, individuales y colectivos) es contribuir a hacer m¨¢s grata y vividera la sociedad a la que pertenecemos y nos pertenece.
Antecedente sueco
Las formas actuales de autorregulaci¨®n period¨ªstica, tienen su antecedente directo en el Consejo de Prensa sueco, establecido en 1916 por las asociaciones profesionales de la prensa de aquel pa¨ªs. Era este consejo un ¨®rgano autodisciplinario que tend¨ªa, por un lado, a preservar y enaltecer el prestigio de la prensa y su credibilidad y, por otro, a ofrecer al ciudadano un instrumento eficaz de defensa, contra eventuales excesos de los peri¨®dicos. La experiencia sueca fue satisfactoria y se extendi¨® a otros pa¨ªses. En Europa son particularmente interesantes los casos del Reino Unido y Alemania Occidental, pa¨ªses que establecieron, cada uno con sus peculiaridades, sus consejos de prensa en 1953 y 1956, respectivamente. Los consejos de prensa han venido a ser la versi¨®n moderna y solvente de la autorregulaci¨®n period¨ªstica. Verdaderos guardadores de las esencias y de la moral del oficio period¨ªstico. Su s¨ªmbolo es un perro de doble cabeza (watch dog), el cual ladra con una cabeza hacia el exterior del consejo, alertando de los peligros que acechan a la libertad de prensa, y con la otra ladra hacia el interior, denunciando los abusos que se cometen en el ejercicio de dicha libertad.
Ha de subrayarse el car¨¢cter voluntario de los consejos de prensa y su total independencia del Estado, y un prop¨®sito que les anima y rejuvenece: el de evitar a ultranza la promulgaci¨®n de leyes coercitivas. Sabemos muy bien cu¨¢n dificil es recuperar la libertad una vez que se pierde bajo el yugo de leyes prohibitivas.
El a?o pasado se reestructur¨® a fondo el Consejo de Prensa brit¨¢nico (The Press Council, ahora llamado The Press Complaints Commission) para hacerlo m¨¢s agil y eficaz en la resoluci¨®n de las quejas crecientes que, seg¨²n dec¨ªan los gobernantes, alzaba la sociedad contra la prensa. El Gobierno de la se?ora Thatcher hab¨ªa hecho llegar a los editores este mensaje: "O se autorregulan ustedes mejor o los regulamos". Entendida as¨ª, como es en realidad, la regulaci¨®n period¨ªstica, ya no hay motivo para que el rector Peces-Barba la rechace como "salida altamente inconveniente".
Y tampoco hay raz¨®n para rechazar la tesis que expresa el proverbio: "La mejor ley de prensa es la que no existe", si se entiende correctamente. Lo he explicado muchas veces. No es pretender el ideal de la libertad irrestricta.No es negar las limitaciones que a la libertad de prensa, como a todo derecho, le corresponden. Mi derecho a la libertad termina donde empieza el derecho a la libertad del otro. Lo que se pretende es que la tipificaci¨®n de conductas indeseables y sus sanciones se lleven a donde tienen que estar, es decir, a las leyes generales, a los c¨®digos ordinarios, nunca a leyes especiales; porque se ha demostrado hasta la saciedad que cada vez que se ha promulgado una ley de prensa, se he perjudicado a la prensa, a la libertad y, en definitiva, al bien com¨²n.
Recapitulemos. Si la autorregulaci¨®n period¨ªstica no es esa f¨®rmula grotesca o esperpente, contra la que Peces-Barba, ese esforzado y noble luchador por la causa de la libertad, arremeti¨® con tanto br¨ªo; si el principio de que "la mejor ley de prensa es niriguna" no implica vac¨ªo legal ni el, arbitrio judicial que seguir¨ªa a ¨¦ste; si tenemos a punto la legislaci¨®n penal, civil y administrativa para defendemos de los posibles abusos que pueda cometer la prensa; si resulta que, despu¨¦s de la Constituci¨®n, que nos limpi¨® el honzonte de la libertad eliminando el espeso tejido de leyes, decretos y ¨®rdenes que lo entenebrecieron, se han promulgado m¨¢s de 10 leyes especiales y numerosos decretos, ¨®rdenes y resoluciones, am¨¦n de otras disposiciones de ¨¢mbito auton¨®mico, cuyo conjunto da cuerpo a un volumen reci¨¦n publicado por la Direcci¨®n General de Medios de Comunicaci¨®n Social, ?qu¨¦ falta nos hace otra ley de prensa?
Podr¨ªa recordar a este respecto que lo que la Royal Commission on the Press recomend¨® para mejorar las relaciones sociales, pol¨ªticas y jur¨ªdicas derivadas del ejercicio del periodismo fue precisamente la autorregulaci¨®n.
Y es que hay que reconocer que el resorte ideal para mejor¨¢r los usos y la calidad period¨ªstica es el que estimula directamente la responsabilidad de los periodistas. Y este resorte es m¨¢s obediente a la autorregulaci¨®n que al imperio de la ley.
En todo caso, creo que es hora ya de moderar el af¨¢n legislador, que nos pierde, en materia de prensa, recordando lo que dec¨ªa el poeta: "No la toqu¨¦is ya m¨¢s, que as¨ª es la rosa".
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