Empeoramos
En muchos a?os de lanzar augurios bienintencionados que los vientos hist¨®ricos se han empe?ado siempre en ridiculizar, s¨®lo he tenido el discutible gusto de ver cumplida una de mis profec¨ªas. Hace 10 a?os, en estas mismas p¨¢ginas, sostuve que la cruzada prohibicionista contra la droga no acabar¨ªa con su tr¨¢fico, sino que lo potenciar¨ªa; no reducir¨ªa la importancia de las mafias del narcotr¨¢fico, sino que les proporcionar¨ªa ingresos e influencia; no disminuir¨ªa el n¨²mero de delitos cotidianos vinculados con la adquisici¨®n de drogas ilegales, sino todo lo contrario. Pronostiqu¨¦ que cada vez ser¨ªan m¨¢s los encandilados por el oscuro prestigio de hacerse adictos y conquistar la corona de espinas del nuevo martirio social, y que las muertes por sobredosis seguir¨ªan en aumento constante (la aparici¨®n del sida como agravante no la prev¨ª: nadie es perfecto). Como resultados pol¨ªticos de la cruzada en marcha augur¨¦ la merma de libertades privadas y p¨²blicas, as¨ª como el nacimiento de otra intolerancia teol¨®gica, pero ahora con base sociom¨¦dica que legitimar¨ªa los ¨¢nimos persecutorios de la buena conciencia estatalizada. Lamento sinceramente haber tenido por una vez tanto tino como ar¨²spice... Me apresuro a declarar que tampoco este acierto se debe a mi inexistente genialidad como futur¨®logo, sino a las advertencias de m¨¦dicos como Thomas Szasz, economistas como Milton Friedinan y pol¨ªticos poco convencionales como Marco Pannella, combinadas con cierto sentido com¨²n. La base del razonamiento es sencilla y, hasta donde yo alcanzo, irrefutada: la verdadera adicci¨®n a las drogas il¨ªcitas (en cuanto fen¨®meno crimin¨®geno) no tiene fundamento qu¨ªmico, sino econ¨®mico. Y ese fabuloso negocio se basa en la prohibici¨®n misma de esos productos, que los sustrae a las comunes regulaciones y controles del mercado, asilvestrando hasta el delirio los beneficios que proporcionan, la tentaci¨®n que les sirve de propaganda y lo letal de sus efectos. Efectivamente, hay personas que solicitan atenci¨®n m¨¦dica para desintoxicarse tras el abuso de ciertas drogas (aunque en la mayor¨ªa de los casos sus problemas no son cl¨ªnicos, sino sociales, laborales, afectivos, etc¨¦tera, y poco se resuelve si no son enfocados de este modo). Pero empe?arse en resolver la delincuencia en torno a la droga a base de centros de desintoxicaci¨®n equivale a contratar fisioterapeutas para regenerar a carteristas y estafadores.
Como en el caso de otros delitos en los que se da total complicidad entre quien los comete y quien los padece, por ejemplo la prostituci¨®n, la voluntad de las supuestas v¨ªctimas hace las infracciones de este g¨¦nero inextirpables. La polic¨ªa entonces se limita a administrar el delito que no puede suprimir, confin¨¢ndolo en ciertos barrios, limit¨¢ndose por lo general a controlarlo y a veces persigui¨¦ndolo con denuedo inversamente proporcional al status social de los infractores. Las mesnadas de voluntarios aparecidas en barrios perif¨¦ricos de algunas ciudades espa?olas, con m¨¦todos semejantes a los del Ku Klux Klan, intentan ahuyentar de sus territorios este comercio, pr¨®spero pero peligroso y de mala nota. No son prima facie racistas, y hacen a su modo algo parecido a lo que pretenden los ricos en sus zonas residenciales con guardias de seguridad privados. Pero la caza del enemigo p¨²blico es un deporte peligroso, y pronto se mezcla no s¨®lo la xenofobia, sino el odio al raro, al forastero, al irregular en cualquier sentido, etc¨¦tera. El entusiasmo de los patrulleros indica que est¨¢n dando suelta a algo m¨¢s que al inter¨¦s por su seguridad. Y los chavales, que viven en un sistema en el que cada vez se participa menos y en el que participan menos, aprender¨¢n, si Dios no lo remedia, en esos somatenes que la democracia es coger una estaca y salir a buscar viciosos.?Qu¨¦ hacer? La derecha lo tiene claro: la culpa de todo estriba en la supuesta permisividad socialista en cuesti¨®n de drogas blandas (aquellos polvos, estos Iodos, etc¨¦tera), y no hay m¨¢s soluci¨®n que la represiva, aunque la represi¨®n deba ser a la vez policial y terap¨¦utica, que por algo estamos en el siglo XX. Ya saben ellos que el problema va a seguir estando ah¨ª, pero en el fondo no viene mal porque es una coartada para aumentar el autoritarismo y derivar sobre chivos expiatorios a medio camino entre el pecado y el delito las insatisfacciones sociales. Otros, un poco m¨¢s esclarecidos, se empe?an en gritar que hay que ir contra los grandes traficantes, investigar los bancos, etc¨¦tera. ?Como si los narcotraficantes hubiesen inventado las drogas ilegales en lugar de haberse aprovechado de su ilegalidad! ?Como si hubiese medida mejor para acogotar a los que se lucran de la prohibici¨®n que suprimirles de una vez por todas esa fuente de beneficios! Por fin tenemos a quienes, comprendiendo que despenalizar es la ¨²nica soluci¨®n a largo plazo del problema, arguyen que se trata de cosa dificil¨ªsima, por requerir un consenso internacional, y que no se puede pedir a la gente preocupada por su seguridad que espere tanto. De acuerdo, pero ?no puede al menos comenzar a plantearse p¨²blicamente en foros nacionales e internacionales el asunto?, ?no puede dejarse de decir majader¨ªas sobre que la legalizaci¨®n nada resolver¨ªa, como si no supi¨¦semos que la persecuci¨®n lo est¨¢ causando todo?, ?no se puede al menos intentar el reparto de ciertas drogas y suced¨¢neos a quienes es obvio que de otro modo delinquir¨¢n para conseguirlas, con las restricciones y controles que se consideren oportunos?
La soluci¨®n brindada por el Gobierno en forma de nueva ley de seguridad ciudadana se parece m¨¢s a lo que pide la derecha que a ninguna otra cosa. Es una concesi¨®n al populismo, que por lo visto es el sustituto de un socialismo ya sin savia. Lo ha expresado muy bien Felipe Gonz¨¢lez: como en la calle parece reinar la ley de la selva, ¨¦l se ofrece para tocar el tamtam. La actitud contraria a la nueva ley poco tiene que ver con la intelectualidad de los cr¨ªticos ni con la escasez entre ellos de alba?iles (aunque en efecto la extensi¨®n de los estudios superiores colaborar¨ªa a disminuir las perspectivas pol¨ªticas de Rodr¨ªguez Ibarra y dem¨¢s miembros del clan del oso cavernario). Se trata sencillamente de que no nos creemos que un aumento de la impunidad de la polic¨ªa signifique aumento de su eficacia. Escarmentados por el caso GAL, por el caso Nani, por el caso Corroto, etc¨¦tera, ya no se f¨ªa uno. Despu¨¦s de o¨ªr a Barrionuevo pronunciando ante el tribunal su sentida declaraci¨®n de amor a Jos¨¦ Amedo y tras ver a Paesa en la calle tan campante, cuantas m¨¢s garant¨ªas judiciales tengamos frente a la acci¨®n policial, mejor. No podemos olvidar que hay fondos reservados incontrolables que se nos pueden poner en contra el d¨ªa menos pensado. ?Qu¨¦ reprochamos, en resumen, a quienes tan bien nos quieren que empiezan por hacernos llorar? Lo que objet¨® Georges Bernanos a otros parecidos hace tiempo: "Lo que vuestros antecesores llamaban libertades, vosotros lo llam¨¢is ahora des¨®rdenes y fantas¨ªas".
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