El mal ejemplo
SEG?N UN estudio publicad¨® el pasado s¨¢bado en EL PA?S, las ausencias de diputados de los plenos celebrados en el Congreso no s¨®lo afectan a los parlamentarios de tropa, sino tambi¨¦n, y de manera escandalosa, a buena parte de la oficialidad. Y si tal vez hay razones para disculpar, en atenci¨®n a sus otras ocupa ciones institucionales, la no presencia cotidiana de los miembros del Ejecutivo que son a la vez diputados, cuesta m¨¢s trabajo aceptar ausencias tan sistem¨¢ticas como las de Jos¨¦ Mar¨ªa Beinegas (cuya marca es de un 89% de faltas en lo que va de a?o) o las de Alfonso Guerra, Adolfo Su¨¢rez o Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar (que su peran el 75%).Es cierto que la complejidad de relaciones que caracteriza a la sociedad contempor¨¢nea favorece que una parte creciente de las decisiones pol¨ªticas tienda a ser adoptada en otros foros y entre interlocutores diferentes a los estrictamente parlamentarios (sindicatos y patronales, responsables definanzas de las comunidades aut¨®nomas o barones del partido mayoritario). Pero, aparte de que eseprotagonismo extraparlamentario resulte discutible, llama la atenci¨®n que sean algunas de las personas que con m¨¢s ¨¦nfasis han elevado la voz contra la aton¨ªa pol¨ªtica del Parlamento o contra losintentos de sustituci¨®n de los partidos por otras corporaciones representativas de intereses particulares quienes encabecen la clasificaci¨®n de incumplimientos en la materia. Que personas muy representativas de algunas de las principales corrientes de opini¨®n ofrezcan un ejemplo tan negativo es desmoralizador para los dem¨®cratas y estimulante para quienes, desde diferentes populismos, pugnan hoy en toda Europa por desacreditar como un lujo in¨²til y caro el sistema parlamentario.
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