Lo que piensan los franceses
Los vecinos de Francia, as¨ª como los extranjeros que les visitan, e incluso los que residen en ese pa¨ªs, no acaban de comprender lo que ocurre all¨ª. Se puede observar que en casi todos los sectores los franceses muestran su descontento por medio de huelgas, ocupaciones de f¨¢bricas, paralizaciones de aeropuertos o manifestaciones en la calle, pero al mismo tiempo existe una gran dificultad para encontrar una plaza en los hoteles, en los restaurantes, en los teatros, en los conciertos y en todos los lugares de diversi¨®n o de placer.Se oyen conversaciones en las que el poder o las instituciones son vilipendiadas, en las que cada uno describe una situaci¨®n en la que todo parece ir de mal en peor, pero al mismo tiempo se tiene la impresi¨®n de que esta crisis revela m¨¢s una suerte de melancol¨ªa y de siniestros vaticinios que un verdadero drama. Un observador brit¨¢nico, que por cierto no pasa por tener grandes simpat¨ªas a los franceses, acaba de escribir que hab¨ªa algo de lujoso en el estado de ¨¢nimo de la poblaci¨®n francesa.
No se trata de subestimar la importancia que tiene el desempleo. Pero hay que subrayar de inmediato que los franceses se acomodar¨ªan mejor a sus tres millones de parados si no pensaran que ese n¨²mero puede seguir aumentando sin que haya posibilidad de frenarlo. Tampoco es cuesti¨®n de ignorar que la pol¨ªtica de rigor presupuestario se ejerce en detrimento de ciertas categor¨ªas sociales y que esas categor¨ªas est¨¢n absolutamente decididas a no soportarlo m¨¢s. Pero tambi¨¦n hay que a?adir que, aunque tard¨ªas, las negociaciones destinadas a resolver los conflictos sociales han hecho grandes progresos recientemente. No es cuesti¨®n tampoco de desde?ar las crecientes dificultades de las clases medias, que de repente no pueden hacer frente a los pr¨¦stamos, los alquileres y las diversas obligaciones de la vida cotidiana. Pero tambi¨¦n aqu¨ª hay que precisar, para ser honestos, que estas mismas clases medias han sido arrastradas por un frenes¨ª de consumo que les ha conducido a un tren de vida que el fin del crecimiento econ¨®mico no les permite mantener. Hay nuevos problemas en las ciudades antes protegidas; en las escuelas, antes respetadas; en los hospitales, que fueron los mejores del mundo. Hay tambi¨¦n problemas bien conocidos con los agricultores, que tienen una caracter¨ªstica sobre la que hablaremos: los agricultores votan a la derecha contra la intervenci¨®n del Estado y se apresuran a reclamar esta intervenci¨®n cuando los precios agr¨ªcolas bajan demasiado. En resumen, el malestar franc¨¦s es real, innegable, pero si se hacen comparaciones, no est¨¢ en relaci¨®n con la situaci¨®n general del pa¨ªs.
A menudo se -dice que en Francia hay una crisis del Estado. Es verdad. Pero esto ocurre simplemente porque en Francia hay un Estado. Es una tradici¨®n secular de centralizaci¨®n que un historiador como Fernand Braudel ha explicado por el temor que siempre han tenido los hombres del poder a la fragmentaci¨®n de la naci¨®n y a la divisi¨®n de los franceses. Es sabido que Julio C¨¦sar fue el primero en considerar a los galos como d¨¦biles e ingobernables porque en ellos moraba el demonio de la divisi¨®n. La historia de Francia est¨¢ jalonada de guerras civiles por razones religiosas, ¨¦tnicas o simplemente corporativistas.. Los conflictos franco -franceses son tambi¨¦n numerosos y m¨¢s tr¨¢gicos que los conflictos con el exterior, al menos hasta 1870. Y paralelamente a estas convulsiones, hemos asistido a un incre¨ªble esfuerzo de uni¨®n en torno al Estado, frente a los feudalismos, los bastiones, las provincias. Todas las instituciones se han pensado en funci¨®n de la unificaci¨®n de un pa¨ªs que es el m¨¢s diverso y fragmentario que se pueda imaginar. Los cronistas de anta?o se hubieran re¨ªdo a carcajadas ante la idea de que un bret¨®n y un saboyano, que un normando y un provenzal, pudieran pertenecer a la misma naci¨®n y tener los mismos ideales. Francia es una de las naciones m¨¢s antiguas, y sus ra¨ªces siempre est¨¢n cuestionadas. De hecho, Francia es tambi¨¦n el producto de una voluntad que ha terminado por sacralizar al Estado. Tiene una tradici¨®n dirigista, que va desde Felipe el Hermoso hasta De Gaulle, pasando por Colbert y Napole¨®n. Los comunistas tuvieron ¨¦xito en cierto momento porque supieron integrar esta tradici¨®n (integraci¨®n tanto m¨¢s f¨¢cil cuanto que respond¨ªa a su proyecto autoritario). En Francia existe, pues, y ¨¦ste es el primer punto, una tendencia a responsabilizar al Estado de todo porque no se ha aprendido a vivir sin ¨¦l. En lo que a la derecha se refiere, ¨¦sta ha preconizado en un periodo reciente un liberalismo econ¨®mico, pero ha vuelto a introducir discretamente el dirigismo bautiz¨¢ndolo con el nombre de planificaci¨®n. De Gaulle dec¨ªa: "El plan es una ardiente obligaci¨®n". Y el ¨²nico autor del plan es el Estado.
Es muy superficial, en efecto, creer que las nacionalizaciones pertenecen exclusivamenteal patrimonio socialista. Las m¨¢s importantes tuvieron lugar, tras la II Guerra Mundial, bajo el Gobierno dirigido por De Gaulle. En cuanto a las empresas privadas, siempre han considerado normal recurrir a la ayuda del Estado cuando su gesti¨®n desfallec¨ªa e imputar todas las responsabilidades a ese mismo Estado si les faltaba su ayuda. En resumen, la conversi¨®n del estatismo franc¨¦s a las leyes del capitalismo se realiza entre convulsiones y des¨®rdenes. Pero es el hecho de que esta conversi¨®n se vuelva m¨¢s clara el que hace que los efectos se experimenten m¨¢s vivamente. ?ste es el segundo punto: cuando un empresario lleva a cabo un despido, los trabajadores privados de su empleo est¨¢n dispuestos a negociar con el jefe, pero no aceptar¨¢n ning¨²n acuerdo hasta que no reciban el arbitraje del Estado. Ahora bien, hasta estos ¨²ltimos a?os, para tales negociaciones, las organizaciones sindicales, aunque no tan poderosas como en Alemania, eran, sin embargo, representativas y, por tanto, responsables. Una de las razones del malestar franc¨¦s es que desde la decadencia del comunismo, y de eso hace ya varios a?os, las fuerzas que defend¨ªan los acuerdos marco han desaparecido. Se sab¨ªa que el maestro y el cura ya no ten¨ªan su antigua autoridad. Pero los sindicatos procuraban a sus afiliados, as¨ª como a todos los obreros, la garantia de un recurso y la vaga esperanza de un proyecto. Se defend¨ªan contra las agresiones del presente y so?aban con la esperanza de un porvenir mejor. La fuerza sindical m¨¢s importante, la CGT, ligada al partido comunista, salvaba al obrero, al empleado y a los cuadros medios de su soledad. De pronto, nos hemos encontrado ante un Estado criticado por sus intervenciones, una pol¨ªtica de rigor presupuestario acompa?ada de conservadurismo social y un sindicalismo privado de responsabilidades. Entonces se ha pensado que el ¨²nico re curso que queda iba era el "cada uno para s¨ª mismo", lo cual lleva al corporativismo, a las manifestaciones sectoriales y, en
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definitiva; a la ocupaci¨®n de la calle. Estos dos recursos han sido evidentemente favorecidos por la irrupci¨®n del fen¨®meno medi¨¢tico. Antes, id¨¦ntica situaci¨®n habr¨ªa suscitado el hundimiento de la revuelta, o una generalizaci¨®n de los disturbios. Hoy, cada categor¨ªa socio-profesional ha comprendido que hay que manifestarse para que el telediario de las ocho de la tarde se haga eco. Y para rizar el rizo, la difusi¨®n a diario por la televisi¨®n de estas manifestaciones se suma al malestar general y da la impresi¨®n de que el pa¨ªs. va a la deriva. Otra forma m¨¢s de volver al Estado: "No estamos, gobernados". Dicho de otro modo, necesitamos un Gobierno que solucione cada uno de nuestros problemas.
Est¨¢ tambi¨¦n el decorado de fondo. Yo lo resumir¨ªa as¨ª, y esto vale para todas las democracias Occidentales e incluso para todo el planeta: cuando se les consulta, la mayor¨ªa de los franceses piensan que ma?ana no ser¨¢ mejor que hoy y que hoy es peor que ayer. Este es un fen¨®meno muy interesante, ya que, si se analizan las cosas en detalle, hoy hay una cantidad considerable de situaciones que constituyen un progreso con respecto al pasado. ?C¨®mo se explica esto? Primero, por el hecho de que los equipos socialistas en el poder no han conseguido persuadir a los franceses de que lo han hecho mejor que los conservadores. Se dice que hay problemas que revelan una fatalidad o que, en todo caso, escapan al savoir-faire de los pol¨ªticos. Adem¨¢s, pocos estiman que, al menos en una primera fase, la supresi¨®n de las fronteras en Europa vaya a mejorar la vida cotidiana de los europeos y, en todo caso, de los franceses. A todo esto se a?ade ese miedo que comienza a generalizarse de una inmigraci¨®n cada d¨ªa m¨¢s masiva que nadie cree que se vaya a poder encauzar. "El problema de la inmigraci¨®n no est¨¢ detr¨¢s de nosotros, sino delante, ha declarado el presidente en ejercicio de la CE. Finalmente, hay que reconocer que si el fin del comunismo es el fin de la utop¨ªa, tambi¨¦n es el comienzo de las revoluciones individuales.
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