El continente sigue aislado
Los brit¨¢nicos recelan de la fe europe¨ªsta del resto de la Comunidad
El continente est¨¢ otra vez aislado. En esta ocasi¨®n no es la niebla, sino la uni¨®n europea la que obstruye el canal de la Mancha. Pero la actitud de los brit¨¢nicos sigue siendo la misma: una equilibrada combinaci¨®n de orgullo y pragmatismo que les ha dado buen resultado en los ¨²ltimos siglos. El ciudadano brit¨¢nico no es antieuropeo. Al contrario, tiende a creer -y no se equivoca del todo- que la vida es mejor en el continente, desde los salarios hasta el clima, pasando por los ferrocarriles.
Lo que el brit¨¢nico no entiende es a qu¨¦ viene esta repentina pasi¨®n continental por la uni¨®n europea, ni encuentra razones convincentes para sustituir sus viejas y conocidas instituciones por una nueva superestructura continental. El Reino Unido camina desde hace tiempo, desde el refer¨¦ndum de hace 16 a?os, hac¨ªa la integraci¨®n europea. No hay diferencia con los dem¨¢s pa¨ªses comunitarios en cuanto al objetivo global. Las discrepancias est¨¢n en c¨®mo se logra ese objetivo, si con una federaci¨®n de tipo napole¨®nico o, como ellos prefieren, con una estrecha cooperaci¨®n intergubernamental.Los puntos de partida tambi¨¦n son muy distintos. Los dem¨¢s pa¨ªses comunitarios se han invadido y maltratado mutuamente a lo largo de la historia, y han establecido as¨ª, para bien y para mal, estrechos v¨ªnculos. Son pa¨ªses que han sufrido graves fracturas institucionales durante este siglo y que, perdidos y olvidados sus antiguos imperios, s¨®lo se tienen a s¨ª mismos.
No es ¨¦se el caso del Reino Unido, que no ha sufrido invasiones desde hace 10 siglos, que conserva las mismas normas constitucionales, no escritas, desde Oliver Cromwell, y que mantiene m¨¢s relaciones econ¨®micas con EE UU que con Europa (el 64% de la inversi¨®n brit¨¢nica se dirige fuera de la CE). Adicionalmente, la Commonwealth, construida con los restos del reciente imperio, aun significa algo para los brit¨¢nicos.
?stas son algunas de las causas profundas de la desconfianza de los brit¨¢nicos ante Maastricht, reflejada claramente en las encuestas. Es indudable que s¨ª hoy se celebrara un refer¨¦ndum en el Reino Unido, el no a la uni¨®n europea -en los t¨¦rminos planteados ante la cumbre obtendr¨ªa un triunfo resonante. De ah¨ª que el primer ministro, John Major, rechace obstinadamente la convocatoria de una consulta popular, y que su antecesora en el cargo Margaret Thatcher la reclame una y otra vez.
John Major sabe que la uni¨®n europea no es popular entre los votantes, especialmente los de su partido. Y sabe que el acuerdo de Maastricht, si lo hay, no le conviene a los conservadores. ?stos temen que los ¨¦xitos antisindicales de la d¨¦cada thatcherista sean echados por tierra y sustituidos por una Carta Social elaborada en Bruselas. La pol¨ªtica exterior tejida por sucesivos inquilinos de Downing Street, con una intensa vocaci¨®n ultramarina centrada en Estados Unidos, en las antiguas colonias y, ¨²ltimamente, extendida hacia Jap¨®n, se ver¨¢ supeditada a ajenos intereses centroeuropeos.
Entre dos fuegos
Pero Major y los conservadores se encuentran entre dos fuegos: el Reino Unido no puede quedarse al margen de Europa, y menos cuando Washington, el tutor tradicional de Londres, se muestra crecientemente atra¨ªdo por Alemania. La soluci¨®n perfecta desde el punto de vista brit¨¢nico ser¨ªa congelar, o poco menos, la actual situaci¨®n comunitaria. Vista desde el continente, sin embargo, la CE no se percibe como una estructura, sino como un proceso. Es la teor¨ªa de la bicicleta: o pedalear o caerse. Y si los otros 11 van adelante, el Reino Unido o sigue con ellos o se queda en la cuneta.
La contradicci¨®n europea que sufren Major y los conservadores podr¨ªa costarles las pr¨®ximas elecciones primaverales y llevar al poder a los laboristas.
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