Sigue grave el minero muerto ayer
Entre las numerosas erratas de prensa que recuerdo haber le¨ªdo, la que encabeza este art¨ªculo es, sin lugar a dudas, la m¨¢s espectacular. Apareci¨® hace a?os en portada en un peri¨®dico de Le¨®n de cuyo nombre no quiero acordarme (por respeto y porque hay dos) y le cost¨®, al parecer, el puesto a su despistado autor. Grave injusticia, me temo, por cuanto, con su despiste, el defenestrado y an¨®nimo periodista acababa de hacer el mejor diagn¨®stico del futuro de la miner¨ªa espa?ola, y especialmente de la del carb¨®n. ?O qu¨¦ es, si no, lo que, con eufemismos y medias palabras, vienen diciendo en los ¨²ltimos tiempos los responsables pol¨ªticos del sector?Entre los 4 y los 12 a?os -es decir, toda mi infancia-, viv¨ª en un pueblo minero de la cuenca de Sabero, en Le¨®n. Olleros, que as¨ª se llamaba el pueblo (y espero que se siga llamando mucho tiempo), era, por los a?os cincuenta y sesenta, que fue cuando yo viv¨ª all¨ª, un bullicioso y pr¨®spero n¨²cleo minero en el que se hacinaban m¨¢s de 3.000 personas y al que arribaban cada semana nuevas familias procedentes de toda Espa?a, y aun de algunos pa¨ªses diel extranjero. Eran tiempos de prosperidad. Las minas daban trabajo, corr¨ªa el alcohol y el dinero y, aunque no pasaba un mes sin que el gris¨² se cobrase la vida de alg¨²n minero (entre mis recuerdos de aquellos a?os, uno de los m¨¢s presentes es el de los entierros), la gente estaba contenta porque, mientras tanto al menos, pod¨ªa seguir viviendo, cuesti¨®n nada f¨¢cil entonces por aquellas monta?as y en aquel tiempo. Pero nadie se preocup¨® del futuro, ni siquiera muchas veces del presente, pese a que ya se ve¨ªan los negros y acechantes nubarrones que empezaban a cernerse sobre ellos. Los empresarios estaban ocupados en rentabilizair a toda prisa el buen momento del carb¨®n (y en invertir sus ganancias en negocios m¨¢s limpios y duraderos), los pol¨ªticos les dejaban hacer (entre otras muchas razones, porque tambi¨¦n eran empresarios o accionistas de las minas muchos de ellos), los sindicatos no exist¨ªan todav¨ªa (a¨²n recuerdo, hacia 1964, el primer conato de huelga, que se sald¨® con varios detenidos y con la Guardia Civil ocupando el pueblo) y los mineros bastante hac¨ªan con sobrevivir a la silicosis y a las penosas condiciones de trabajo en que ten¨ªan que desenvolverse. As¨ª las cosas, nadie se preocup¨® entonces de reinvertir en las minas parte de sus beneficios para que ¨¦stas pudieran seguir rindiendo, de promover la agrupaci¨®n de las peque?as compa?¨ªas en grandes cotos mineros que las hicieran m¨¢s competitivas y viables, de instalar en las cuencas industrias secundarias del carb¨®n que provocasen un efecto econ¨®mico en cadena ni, por supuesto, de crear otras empresas alrededor de las minas que pudiesen un d¨ªa servirles de alternativa cuando al carb¨®n le llegaran peores tiempos. Y as¨ª, cuando ¨¦stos llegaron -y el peor, sin duda alguna, es el que estamos viviendo-, aquel floreciente mundo se vino abajo como un castillo de arena.
Sin embargo, y pese a lo que ahora digan, pol¨ªticos y empresarios ya sab¨ªan entonces que el carb¨®n espa?ol ten¨ªa sus d¨ªas contados y que nuestra floreciente miner¨ªa era un gigante de barro que s¨®lo se sosten¨ªa en pie merced a la autarqu¨ªa econ¨®mica y pol¨ªtica en la que nuestro pa¨ªs segu¨ªa viviendo. Cualquier ingeniero sabe -y lo sab¨ªa ya entonces- que en las cuencas espa?olas se est¨¢n explotando capas de hasta 50 cent¨ªmetros de potencia, cuando en cualquier pa¨ªs avanzado se desechan normalmente las menores de 90. Cualquier ingeniero sabe -y lo sab¨ªa ya entonces- que nuestras minas son costosas de explotar, y enormemente peligrosas para los mineros, por la excesiva irregularidad y dificultad de los yacimientos. Cualquier ingeniero, en fin, sabe -y lo sab¨ªa ya entonces (o deber¨ªa al menos saberlo)- que el avance del gas y del carb¨®n extranjeros, mucho m¨¢s competitivos, iban a hundir al nuestro en poco tiempo. Sin embargo, nadie hizo nada por adelantarse a los acontecimientos. Espa?a entr¨® en Europa y el Estado sigui¨® limit¨¢ndose a subvencionar las p¨¦rdidas de la gran cuenca asturiana (m¨¢s por razones pol¨ªticas que por consideraciones econ¨®micas o estrictamente mineras), mientras dejaba el resto de las minas en manos de empresarios sin escr¨²pulos -salvo honrosas y contadas excepciones- o simples aventureros (la explotaci¨®n de los extranjeros adquiere en algunas zonas tintes de esclavitud y todav¨ªa existen minas en Espa?a en las que se trabaja con mulas y m¨¦todos de la Edad Media), sin atreverse a iniciar la necesaria reconversi¨®n que ahora se quiere hacer de golpe y por la fuerza.
Se quejan nuestros pol¨ªticos de que la gente no entienda que la reconversi¨®n es necesaria para la reindustrializaci¨®n de las cuencas y de que los mineros se resistan a aceptarla, cuando ¨¦stos lo ¨²nico que dicen es que la reindustrializaci¨®n tendr¨ªa que ser previa. Se quejan los empresarios de estar descapitalizados para acometer por sus propios medios las fuertes inversiones necesarias para la mejora de las minas y el saneamiento de sus empresas, cuando todos reconocen en privado que en los ¨²ltimos a?os han ganado con las minas gran cantidad de dinero. Se quejan los sindicatos de que los mineros ya no les sigan, cuando ellos son responsables tambi¨¦n de lo que est¨¢ sucediendo, indirectamente al menos, por haber ignorado la gran cuesti¨®n de fondo y limitado sus exigencias a las medidas de seguridad y a los aumentos de sueldos. Todo el mundo se queja, pero nadie mueve un dedo. Y menos se decide a coger el toro por los cuernos. Mientras tanto, cada d¨ªa se pierden nuevos puestos de trabajo y se empobrecen m¨¢s los pueblos de las cuencas, cada semana se convocan nuevos paros y se anuncian nuevas huelgas, y cada mes se cierran nuevos pozos e, incluso, minas enteras (para finales de este a?o, por ejemplo, la de mi a?orado Olleros, que quedar¨¢ as¨ª convertido en un pueblo fantasma, lo mismo que tantos otros, si es que nadie lo remedia). Mientras tanto, con los mineros atrincherados en su. desesperaci¨®n y con los empresarios bati¨¦ndose en desbandada o sac¨¢ndole el ¨²ltimo jugo a las minas vendiendo como propio carb¨®n fraudulentamente importado del extranjero, los pol¨ªticos siguen cruzados de brazos y se limitan a decir, como aquel periodista de la errata, que contin¨²a muy grave un mundo que todos saben que ya est¨¢ muerto.
es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.