Ronda de santos
En un reciente seminario celebrado en C¨¢diz sobre la obra de Jos¨¦ Mart¨ª, las r¨¦plicas echaron chispas cuando algunos universitarios de la Pen¨ªnsula nos atrevimos a insistir sobre el contenido democr¨¢tico del pensamiento del ap¨®stol cubano y sobre su enfoque reformador en el terreno de las relaciones sociales. Al ser dogma del r¨¦gimen la inmaculada conjunci¨®n de Mart¨ª y del marxismo-leninismo, tales pretensiones tuvieron que ser duramente anatematizadas por la representaci¨®n intelectual de la Cuba de Castro. Su portavoz, Roberto Fern¨¢ndez Retamar, fue tajante al dirigirse a m¨ª. "Mart¨ª fue un forjador de grandes creencias, como Cristo, y usted es el diablo". Tras este fogonazo de luz divina, respaldado por el aplauso entusiasta de su delegaci¨®n y de alg¨²n ortodoxo aut¨®ctono, poco cab¨ªa hacer. Los ¨¢ngeles turiferarios, m¨¢s a¨²n si, por error, llevan al cinto la espada de san Miguel, no incitan a la discusi¨®n te¨®rica.C¨¢diz fue un buen escenario para una representaci¨®n de ese tipo. Poco antes de convertirse en cuna del liberalismo espa?ol, tuvo entre sus hijos a una de las figuras m¨¢s extraordinarias del siglo XVIII, al capuchino fray Diego Jos¨¦ de C¨¢diz, palad¨ªn incansable en la lucha contra la Ilustraci¨®n espa?ola. Contamos adem¨¢s con la estupenda biograf¨ªa escrita por su compa?ero de orden Seraf¨ªn de Ardales, y gracias a ello sabemos que de ni?o era mal estudiante y que jugaba a hacer peque?os altares y sermones, que renunci¨® a aprender franc¨¦s por el odio hacia los libros que de all¨ª ven¨ªan, que se flagelaba, que levitaba de noche y que se enfrentaba con los secuaces de Lucifer en horrorosos combates. Todo lo cual es sin duda causa m¨¢s que suficiente -por no hablar de su satanizaci¨®n de los estudios de econom¨ªa- para que en la actualidad el colegio mayor universitario de C¨¢diz ostente su nombre.
Cuando tiene lugar el grado de indentificaci¨®n que alcanza el binomio fray Diego-Ardales, el resultado es casi siempre esclarecedor. El bi¨®grafo comparte totalmente los valores, las ideas y los objetivos del batallador. Abre as¨ª un buen cauce para entender no s¨®lo las formas de religiosidad supersticiosa que acompa?an a la figura del biografiado, sino la mentalidad de un importante sector del clero regular en la crisis del Antiguo R¨¦gimen. Escribe adem¨¢s para convencidos.
No sucede lo mismo cuando a la identificaci¨®n corporativa e ideol¨®gica no acompa?a esa buena conciencia respecto del mundo exterior. El hagi¨®grafo sabe entonces que los c¨®digos de emisor y receptor difieren y que resulta preciso adaptar el contenido de la emisi¨®n. Es lo que sucede con la biograf¨ªa consagrada por el jesuita J. I. Tellechea, en v¨ªsperas del quinto centenario de su nacimiento, a otro santo luchador, san Ignacio de Loyola. Tellechea hab¨ªa dado prueba de su rigor y erudici¨®n en el estudio sobre el arzobispo Carranza, pero en esta ocasi¨®n su san Ignacio s¨®lo y a pie no a?ade otra cosa que una notable precisi¨®n en el establecimiento de los hitos biogr¨¢ficos. Est¨¢ pensado como vida ejemplar para un lector de hoy. As¨ª, el santo andar¨ªn de Tellechea sigue un recorrido sin m¨¢cula, antes y despu¨¦s de su "conversi¨®n". Es lo que debe ser, un "caballero de Dios". El contexto sirve s¨®lo de tel¨®n de fondo, donde cualquier dificultad se disuelve con el recurso a un par de generalidades, o a la erudici¨®n epid¨¦rmica, por la que desfilan desde Andr¨¦ Gide a Alexis Carrel, pasando por Unamuno. Cuando surge la menci¨®n a la timidez del santo, todo se aclara diciendo que "es una enfermedad muy t¨ªpica del vasco". El problema con Erasmo es la diferente temperatura. En el curioso episodio del moro, cuando Ignacio piensa en apu?alar al infiel porque rechaza la virginidad de Mar¨ªa, la salida consiste en apuntar el paralelismo con el Quijote. Lutero es un gordo que destruye. En cambio, Ignacio de Loyola, un "gal¨¢n vistoso" que se reforma y predica el seguimiento de Cristo. La hagiograf¨ªa no explica, pero moraliza y consuela.
Por los agujeros de la justificaci¨®n permanente, escapan de este modo los elementos que hubieran permitido entender la novedad que para la historia de las ¨®rdenes religiosas representa la fundaci¨®n de los 24 ancianos del Apocalipsis, cantando a Dios en medio del caos terrenal. M¨¢s tarde, la renovaci¨®n de las ciudades, la crisis eclesi¨¢stica y las herej¨ªas de c¨¢taros y albigenses forzaron la creaci¨®n de ¨®rdenes que, como los dominicanos, conjugaban la predicaci¨®n a los fieles con la represi¨®n de las conductas e ideas her¨¦ticas. Pero esto ya no sirvi¨® cuando los propios eclesi¨¢sticos se enfrentaron a la Iglesia. Reflexionar sobre el dogma y la Iglesia equival¨ªa en esas condiciones m¨ªticas a sentar las bases de la herej¨ªa y de la rebeli¨®n contra la autoridad religiosa. Frente a ello, la reforma ignaciana supone la exigencia de cerrar los ojos ante esos problemas y aplicar la actividad racional ¨²nicamente a encontrar y organizar los medios para luchar eficazmente contra el enemigo. "Lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia jer¨¢rquica as¨ª lo dictamina", es su propuesta, cuyo emblema es la obediencia. Como ha subrayado Roland Barthes, el momento de la libertad se ci?e en Loyola a "hacer elecci¨®n" en una situaci¨®n pr¨¢ctica necesariamente dual. En el pasado se sit¨²an los antecedentes de esa elecci¨®n, cuya expresi¨®n fundamental tiene lugar entre Dios (interpretado por la Iglesia) y el citado enemigo. Una vez hecha la elecci¨®n, s¨®lo resta aplicarse a encontrar los modos de hacer efectivas sus consecuencias. La libertad en s¨ª no existe. La raz¨®n es pragm¨¢tica y subordinada; nunca se debe volver sobre la opci¨®n ya hecha. La tarea de ahormar al creyente (ejercicios) y la incardinaci¨®n en la sociedad (mediante formas asociativas plurales, entronque con el poder) ser¨¢n las claves para que el catolicismo recobre el v¨ªnculo con la sociedad. La Compa?¨ªa de Jes¨²s contribuir¨¢ de esta manera a forjar la Europa de los devotos, estudiada por Louis Chatellier, convirti¨¦ndose en piedra angular del ¨¦xito de la Contrarreforma.
En tal situaci¨®n de emergencia, Ignacio de Loyola constru¨ªa un dispositivo eficaz para la militarizaci¨®n de los comportamientos religiosos. Nada tiene de extra?o que, en la historia de la tradici¨®n ignaciana, un pensamiento pol¨ªtico impregnado de religiosidad retome la f¨®rmula para dar solidez a un proyecto cuyas bases reales son precarias. Tellechea hace bien en recordar una y otra vez las ra¨ªces vascas de su santo fundador, pero no precisamente por la explicaci¨®n que el vasquismo pueda aportar a la personalidad del guipuzcoano, sino ante el influjo ejercido por el modelo ignaciano sobre los usos sociales y pol¨ªticos vascos. Sin ir m¨¢s lejos, sobre otro fundador, el del nacionalismo vasco, Sabino Arana, uno m¨¢s entre los j¨®venes del pa¨ªs que reciben en la segunda mitad del siglo XIX su formaci¨®n en los centros de la compa?¨ªa. Sabino Arana elogi¨® siempre con vehemencia a los jesuitas y quiso en alg¨²n momento ser uno de ellos. Pero, sobre todo, hizo cuanto estuvo en su poder para asimilar las pautas de funcionamiento de la compa?¨ªa a su fundaci¨®n pol¨ªtico-religiosa, el Partido Nacionalista Vasco. Si Ignacio de Loyola incorpor¨® la l¨®gica de guerra espa?ola de 1500 a una estricta militancia religiosa, Arana efectu¨® una transferencia de sacralidad en sentido inverso, llevando el esp¨ªritu de la compa?¨ªa a su proyecto de independencia vasca.
Fue adem¨¢s una transferencia expl¨ªcita. Ya al alcanzarse el d¨ªa del santo en 1894, desde su primer peri¨®dico, Bizkaitarre, Sabino elogia la grandeza de la obra ignaciana y la asume como lecci¨®n para su movimiento. Ignacio reuni¨® un grupo de fieles, dispuestos a convertirse en soldados de la fe, as¨ª como Sabino reunir¨¢ a los vizca¨ªnos independentistas. El esquema coincide en ambos: de un lado, Dios, o Dios y Euskadi; enfrente, el enemigo. De ah¨ª una militarizaci¨®n del pensamiento que elude todo debate que no sea sobre las consecuencias de la elecci¨®n decisiva. No hay que discutir con el enemigo, sino usar sus t¨¢cticas para todo modo meter en la red -significativa expresi¨®n ignaciana- a m¨¢s creyentes, sin reparar en medios, que pueden ser los propios del diablo. Tampoco cabe dispersar el pensamiento fuera de la cuesti¨®n esencial: en el batzoki sabiniano est¨¢n proscritas las discusiones profanas. Cerrarse sobre lo propio; rechazar lo extra?o. Ver en la obediencia un fin en s¨ª mismo. Sumisi¨®n incondicional al poder, justificado por la lucha contra el infiel (ejercicio del rey temporal). Eliminar toda discrepancia hasta "la excomuni¨®n" que Sabino aplica al expulsado. Establecer la delaci¨®n como regla defensiva de la ortodoxia. Justificar los medios por la grandeza de los fines. Concentrarse en alcanzar la penetraci¨®n en la sociedad, situ¨¢ndose al margen de la riqueza, pero buscando el acuerdo con los poderes de la tierra. Son lecciones de la obra ignaciana que Sabino Arana aprovechar¨¢ bien para configurar su movimiento pol¨ªtico inspirado en "una orden religiosa que sirviera de modelo de organizaci¨®n y disciplina".
Sabino Arana contempl¨® su acci¨®n pol¨ªtica en los mismos t¨¦rminos de entrega a una causa sagrada que promoviera su santo de la raza. Es justo recordarle, y recordar a ambos conjuntamente, cuando se cumple el primer centenario de la publicaci¨®n de su manifiesto Bizkaya por su independencia (1892), poco despu¨¦s de la conmemoraci¨®n ignaciana. Adem¨¢s, si Sabino sacraliz¨® y militariz¨® la pol¨ªtica, sus seguidores le recordaron una vez como santo. La tumba de Sukarrieta fue pronto objeto de peregrinaciones y homenajes. Resulta, pues, una figura adecuada para fijar el punto de llegada del c¨ªrculo hagiogr¨¢fico que hemos trazado. Fue nacionalista ardoroso como Mart¨ª y reaccionario a ultranza como fray Diego, sigui¨® y desarroll¨® los patrones de organizaci¨®n e intransigencia tomados de san Ignacio. Sus frutos est¨¢n ah¨ª, incorporados plenamente a formaciones que dicen hablar otro lenguaje pol¨ªtico. De Sabino Arana puede decirse lo que ¨¦l escribi¨® sobre el creador de los gudaris de Jes¨²s: "Los que quieran escuchar pueden o¨ªr todav¨ªa su palabra, a pesar del tiempo transcurrido".
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