Tiempo turbulento
Los Estados son fr¨ªos monstruos que no conocen ni el agradecimiento ni los buenos sentimientos. No practican m¨¢s que una realpolitik que se supone protege sus intereses nacionales. No hay que asombrarse, pues, de -que James Baker y los ministros de la CE se hayan dado prisa en enterrar a Mija¨ªl Gorbachov para consagrar a Bor¨ªs Yeltsin, nuevo hombre fuerte del Kremlin. Lo que s¨ª asombra es que al precipitarse tras un dudoso vencedor hayan edificado su realpolitik sobre la arena.La CIA gasta, seg¨²n parece, cerca de 15.000 millones de d¨®lares anuales en informar a la Casa Blanca sobre la URSS. Los americanos han debido ser, pues, los primeros en saber que la reuni¨®n de los tres presidentes eslavos que tuvo lugar el 8 de diciembre en el bosque de Bialowieza, cerca de la frontera polaca, respond¨ªa a un complot urdido desde hac¨ªa tiempo, mucho antes del referendum sobre la independencia en Ucrania cuyo resultado se sab¨ªa de antemano. Documentos confidenciales top secret, intercambiados entre Mosc¨² y Kiev, no dejan ninguna duda sobre los fines de la operaci¨®n: eliminar a Gorbachov y el resto de las estructuras de la Uni¨®n. ?Para remplazarlas por qu¨¦?
El 12 de diciembre, Yeltsin sostuvo ante el Parlamento ruso que ¨¦se era el ¨²nico medio de acabar con las negociaciones sobre un Tratado de la Uni¨®n condenado al fracaso por el empe?o de Gorbachov en imponer un centro totalitario a unas rep¨²blicas ya independientes. En realidad, las negociaciones se prolongaban por una raz¨®n totalmente opuesta: el presidente sovi¨¦tico intentaba tener en cuenta las reivindicaciones de las rep¨²blicas, leg¨ªtimas pero no siempre conciliables entre s¨ª. Quer¨ªa que, siendo independientes, conservaran los lazos de uni¨®n indispensables para su fortaleza, el espacio econ¨®mico y moneda comunes, la libre circulaci¨®n de bienes y personas, la diplomacia coordinada y el Ej¨¦rcito unificado. En pocas palabras, quer¨ªa conservar en la URSS todo aquello que los europeos esperan, tras Maastriclit, lograr en un cuarto de siglo, incluidas las cl¨¢usulas sociales y la ayuda a las rep¨²blicas m¨¢s desfavorecidas. Llegar a tal acuerdo, en un periodo de pasiones nacionalistas y cuando Rusia opta claramente por un capitalismo salvaje, es evidentemente un inmenso desario. Bor¨ªs Yeltsin ha cre¨ªdo cortar ese nudo gordiano al decretar que, en lugar de la Uni¨®n, habr¨¢ algo parecido a la Commonwealth y a la CE a la vez. Sin embargo, todo ?el mundo sabe que ni la Commonwealth ni la CE se fundaron en un d¨ªa, por decreto., En Washington, se comprendi¨® r¨¢pidamente que la troika eslava no ten¨ªa ning¨²n proyecto v¨¢lido. El secretario de Estado, Baker, en una reacci¨®n en caliente, lleg¨® a hablar de un escenario de tipo yugoslavo en un pa¨ªs saturado de armas nucleares. Inmediatamente despu¨¦s, sin embargo, el embajador de EE UU en Mosc¨², Robert Strauss, explic¨® ante el Congreso "que en el Kremlim, el poder se inclinaba del lado de Yeltsin, en detrimento de Gorbachov". Lo que no dijo es que la partida todav¨ªa no estaba jugada y que el "frente de los eslavos" encontraba fuertes resistencias. Yeltsin termin¨®, adem¨¢s, por volver a sus primeras declaraciones de Bialowieza, reconociendo que las viejas instituciones y leyes segu¨ªan estando en vigor.
El zar Bor¨ªs
En buena l¨®gica, el secretario de Estado, James Baker, en visita a la URSS habr¨ªa debido privilegiar, pues, a las autoridades legales, Gorbachov y Schevardnadze, y encontrarse despu¨¦s para completar su informaci¨®n con los dirigentes rusos, con los que EE UU no tiene relaciones diplom¨¢ticas. Seg¨²n un rumor moscovita, la OMON, milicia especial de ntervenci¨®n controlada por los yeltsianos, habr¨ªa impedido a Schevardn¨¢dze ir al aeropuerto. Baker fue, pues, recibido por el joven ministro ruso Andrei Kozirov. Pero ?bast¨® esta anomal¨ªa para hacer que Baker cambiara su programa y diera de repente prioridad a la presencia de Yeltsin y os suyos? ?No constitu¨ªa esta elecci¨®n una in erencia en los asuntos j internos de un pa¨ªs que se encuentra en la encrucijada? La realidad es que el secretario de Estado, h¨¢bil diplom¨¢tico, no ha sido burlado por Yeltsin y los suyos. Fue a Mosc¨² a demostrar a Gorbachov que para EE UU Yeltsin es a partir de ahora el jefe de la URSS. Su encuentro con el l¨ªder ruso en la sala Santa Catalina del Kremlin constitu¨ªa, como se dice en Mosc¨², "la consagraci¨®n del zar Bor¨ªs". Despu¨¦s, siguiendo en la misma onda, Baker tuvo una larga "sesi¨®n de trabajo" con el mariscal Sh¨¢poshnikov y el estado mayor sovi¨¦tco al completo. Era lo nunca visto. Desde 1934, desde que existen relaciones entre Washington y Mosc¨², ning¨²n dirigente civil de EE UU ha tenido tal aparte con los militares sovi¨¦ticos. El valor simb¨®lico de esta novedad no se oculta a nadie: EE UU da su bendici¨®n no s¨®lo a'Yeltsin sino tambi¨¦n a su aliado m¨¢s distinguido: el ej¨¦rcito sovi¨¦tico que ya no es "el gran mudo". Y todo esto en nombre de la realpolitik. Washington cree que el l¨ªder ruso y sus engalonados aliados son los ¨²nicos que pueden tener bajo llave el arsenal nuclear sovi¨¦tico. "De ese lado todo est¨¢ en orden" dijo Baker, muy aliviado, a sus aliados atl¨¢nticos en Bruselas. Pero, ?no est¨¢ tomando deseos por realidades? ?No le han dicho los presidentes de las tres rep¨²blicas nucleares -Kazajst¨¢n, Ucrania, Bielorusia- que no renunciar¨¢n a sus arsenales mientras Rusia conserve el suyo? La historia les ha ense?ado a desconfiar de Rusia y el nuevo hombre fuerte del Krenilin ha hecho todo lo posible por reavivar esos temores. Aqu¨¦l que viola las leyes de su pa¨ªs no respetar¨¢ seguramente las de los otros. Todaarma es poca para mantenerle a raya, y se sabe que el arma nuclear es la m¨¢s disuasiva. Hablar de lo que los occidentales deben a Gorbachov no tiene mucho sentido: no hizo la perestroika para agradarles, sino para cambiar su sociedad. Durante sus seis a?os en el poder ha demostrado que es un dem¨®crata convencido, lo que en la URSS es una novedad. Fue ¨¦l quien en 1985 decret¨® la glasnost para que los sovi¨¦ticos pudieran expresarse libremente. En 1988 les invit¨® a que, por primera vez, eligieran democr¨¢ticamente a sus diputados y responsables locales. Ning¨²n otro, en ese momento, reivindic¨® elecciones, sobre todo a tan corto plazo. Soy testigo de ello por haber asistido a la XIX Conferencia pan-sovi¨¦tica, en Mosc¨², en junio de 1988, y haber visto el estupor de los delegados. Tambi¨¦n o¨ª a Gorbachov advertirles de que si no se mostraban capaces de actuar en un sistema parlamentario perder¨ªan el poder. Un a?o despu¨¦s, la declaraci¨®n solemne de Gorbachov de que la URSS no intervendr¨ªa en Europa del Este fue un elemento decisivo para la r¨¢pida emancipaci¨®n de esos pa¨ªses.
Compromiso democr¨¢tico
Finalmente, last but not least, fue el rechazo de Gorbachov, el pasado 18 de Agosto, a proclamar ¨¦l estado de excepci¨®n lo que salv¨® la naciente democracia en la URSS. Otro en su lugar, menos comprometido con los valores democr¨¢ticos, habr¨ªa cedido ante la insistencia del "partido del orden" tanto m¨¢s cuanto que su vida y la de su familia estaban en juego. Al rechazar la suspensi¨®n incluso temporal de las libertades democr¨¢ticas, Gorbachov contrari¨® a los que hab¨ªan querido forzarle a improvisar un golpe condenado de antemano y que efectivamente no dur¨® m¨¢s que 59 horas. "No obedecimosporque la orden no ven¨ªa de una autoridad legal", declararon al un¨ªsono varios responsables militares como para confirmar el papel decisivo de Gorbachov en el fracaso del golpe. Los occidentales prefieren de m¨®cratas en el Este y en el caso espec¨ªfico de la URSS les hubie ra gustado m¨¢s tratar con un ¨²nico presidente que con quince. Esto no les ha impedido abando nar a un Gorbachov que ha dado pruebas de sus convicciones de mocr¨¢ticas en favor de un Yelt sin que cambia la Constituci¨®n por decreto, demostrando as¨ª que ignora los conceptos elemen tales de un Estado de derecho. El temor nuclear no explica por s¨ª mismo una elecci¨®n tan ins¨®lita. De hecho, Occidente tiene ante todo miedo a una explosi¨®n so cial en la URSS y piensa que un hombre de mano de dura como Yeltsin sabr¨ªa hacerla frente me jor que el dem¨®crata Gorba chov. Pero ¨¦sa es una l¨®gica per versa puesto que es la pol¨ªtica %iberal" de Yeltsin la que preci pita la cat¨¢strofe. Es su equipo el que impulsa a que los llamados empresarios, salidos de la mafia y de la vieja nomenclatura, pasen a primer plano. El dirigente libe ral brit¨¢nico sir David Steel aca ba de volver de Mosc¨² aterrori zado por esa suerte de "privati zaci¨®n" sin criterio, sin control y que de hecho consiste en que todo aqu¨¦l que pueda saquee el bien p¨²blico. Pero el mismo Bo r¨ªs Yeltsin, que se apropia de todo lo que cae en sus manos - el Kremlin, los ministerios, la televisi¨®n- da buen ejemplo de un pillaje sin ley. Los presidentes de las rep¨²blicas, reunidos el 21 de diciembre en Alm¨¢ At¨¢, saben bien a qu¨¦ atenerse a prop¨®sito de un hombre guiado por la vieja divisa: "el fin justifica los medios". Casi todos le conocen desde hace tiempo por haber coincidido con ¨¦l en las altas esferas del PCUS, pero nunca en el pasado encarn¨¦ con tal evidencia el clan de los acaparadores rusos dispuestos a todo. Ninguna Commonwelth y ninguna Comunidad duradera puede, pues, nacer bajo la ¨¦gida de Bor¨ªs Yeltsin, incluso si para ganar tiempo, unos y otros hacen bellas declaraciones comunes. Los abusos de autoridad siempre tienen continuaci¨®n. No olvidemos que tambi¨¦n en Yugoslavia todo empez¨® casi pacifilcamente, en 1987, por un "golpe de Kosovo" que Occidente asumi¨® sin rechistar porque no perturbaba su realpolitik. La verdadera guerra no estall¨® m¨¢s que cuatro a?os despu¨¦s. James Baker tuvo raz¨®n al evocar este precedente, pero por desgracia lo olvid¨® muy pronto. En tiempos del zar usurpador Bor¨ªs Godunov, Rusia vivi¨® durante quince a?os smoutnoc vremia (tiempo turbulento). ?Ojal¨¢ esta vez no arrastre en su desgracia a las otras rep¨²blicas y al mundo!
K. S. Karol es periodista franc¨¦s especialista en cuestiones del Este.
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