El siglo de Lola Lola
Hoy hace 90 a?os que naci¨® en Berl¨ªn Marlene Dietrich
El d¨ªa 27 de diciembre de 1901, hoy hace 90 a?os, naci¨® en Berl¨ªn Maria Magdalena Dietrich von Losch. Su padre era un recto y severo comandante de la caballer¨ªa prusiana y su madre una mujer muy culta y de temperamento art¨ªstico. En el internado donde transcurri¨® su adolescencia sus compa?eras condensaron sus dos nombres en un sonoro Marlene y as¨ª comenz¨® a nacer una leyenda que se mantiene viva desde el comienzo al final de este siglo.
Otros se atribuyeron la autor¨ªa de este segundo bautismo de Maria Magdalena. Kurt -m¨¢s tarde Cur¨²s, cuando era un exiliado de Hitler en Hollywood- Bernhardt, que la dirigi¨® en 1928 en Tres amores, presumi¨® de ser ¨¦l quien primero puso en los t¨ªtulos de cr¨¦dito de una pel¨ªcula el nombre con resonancia universal de Marlene.Tambi¨¦n en su exilio de Hollywood, el c¨¦lebre hombre de teatro vien¨¦s Max Reinhardt asegur¨® que fue en su escuela de actores berlinesa donde Mar¨ªa Magdalena se convirti¨® en Marlene. Pero en sus memorias, la actriz la emprende con ambos eminentes y vanidosos falsos padrinos: ni uno ni otro. Marlene era un simple apodo de colegio y nadie sino ella, aconsejada por su marido, Rudolf Sieber, hizo de ¨¦l uno de los fetiches distintivos del siglo XX. El padre de Marlene muri¨® en la I Guerra Mundial y dej¨® en la memoria de su hija una vaga presencia en forma de vac¨ªo adornado por unos pocos perfiles muy precisos: alta estatura, aspecto arrogante, intenso olor a sebo en sus botas de ca?a, un caballo y un l¨¢tigo. Parecen los rasgos de algunos personajes de los que, conducida por otro vien¨¦s, Joseph von Sternberg, se enamor¨® en la pantalla durante sus a?os de plenitud, entre 1930 y 1936.
Estos siete a?os llegaron -tras otros siete de an¨¢rquico aprendizaje en peque?os trabajos en el teatro y el cine alem¨¢n, entre 1923 y 1929- con El ¨¢ngel azul, pel¨ªcula genial y origen directo del mito que convirti¨® a esta mujer sencilla, inteligente, bondadosa, carente por completo de vanidad, extraordinariamente humilde y de vida ¨ªntima casera y nada proclive a la aventura, en representaci¨®n m¨¢xima de la aventura de la fatalidad, una especie de encarnaci¨®n de los imprecisos l¨ªmites que separan lo angelical y lo demoniaco: la inquietante coincidencia, encarnada por Marlene en la pantalla, entre bondad y depravaci¨®n.
Sternberg intuy¨® la posibilidad de hacer a Marlene portadora de ese singular mito contempor¨¢neo tras analizar meticulosamente su trabajo con ella en El ¨¢ngel azul. Dijo el cineasta: "Marlene es un diamante en bruto, al que hay que tallar". La historia de esta talla ha quedado escrita para siempre en una serie de memorables pel¨ªculas: Marruecos, La venus rubia, El expreso de Shanghai, Fatalidad, Capricho imperial, El demonio es mujer. Y exclam¨®: ."?Marlene soy yo!", una equ¨ªvoca y petulante exageraci¨®n que la propia actriz, con sorprendente mansedumbre, confirm¨® con un condescendiente: "No soy nada ni nadie sin ¨¦l", no obstante desmentido por su carrera posterior, en la que interptetaciones como las que hizo en Angel (Ernst Lubitsch, 1937), Deseada (Frank Borzage, 1936), Capricho de mujer (Mitchel Le?sen, 1942), Rancho Notorius (Fritz Lang, 1952) y, sobre todo, Sed de mal (Orson Welles, 1958), donde Marlene realiza un peque?o trabajo que sintetiza toda su carrera y la lleva a la cumbre, no s¨®lo igualan el diamante tallado por Sternberg sino que lo superan en intensidad y refinamiento. La imagen perversa de Lola Lola esconde a uno de los corazones m¨¢s generosos y nobles de que hay noticia.
A los 90 a?os Marlene Dietrich, desde hace tiempo recluida en un apartamento de Par¨ªs, sigue siendo un rostro indispensable para identificar un rinc¨®n del fondo luminoso de este oscuro siglo que ella atraves¨® de comienzo a final. Dijo no hace mucho tiempo: "Jean Cocteau sol¨ªa decir que yo he elegido la soledad. Lo que creo es que no hay m¨¢s remedio que acostumbrarse a la soledad, pero no para reconciliarse con ella. Conozco mis l¨ªmites y s¨¦ que casi nunca los he sobrepasado. Me educaron en la creencia de que cada uno es responsable de sus errores. He cometido errores y ¨¦stos han dejado en m¨ª cicatrices de heridas muy profundas que, sin embargo, no han impedido considerarme siempre una mujer con suerte".
Dijo de ella Andr¨¦ MaLraux: "Marlene Dietrich no es una actriz, como Sarah Bernhard, es un mito, como Fryn¨¦". Y Jean Cocteau: "El secreto de su belleza reside en su coraz¨®n. Es su coraz¨®n el que le sit¨²a por encima de la elegancia, de las modas, de los estilos. Es innecesario hablar de su belleza. Por ello es a su bondad a quien saludo". Y Jean Cau: "En un mundo de mu?ecas redonditas de cortas faldas y labios de coraz¨®n cuyas estridentes voces nos aseguran que quieren vivir su vida retorci¨¦ndose, me descubro ante usted, se?ora Dietrich, y le saludo en voz baja".
Y finalmente, Ernest Hemingway: "Es valiente, bella, fiel, buena, generosa y su sentido de la vida, honesto y a la vez c¨®mico y tr¨¢gico, le evita ser verdaderamente feliz a menos que no est¨¦ enamorada. Incapaz de cometer ninguna crueldad o injusticia, sin embargo tiene genio. Los necios le aburren y ella se lo demuestra, salvo en caso de que necesiten su ayuda. Los criterios de conducta y decencia que se impone en sus relaciones con los dem¨¢s son tan estrictos que esto es sin duda lo que le hace tan misteriosa: que un ser de tal belleza y talento, que podr¨ªa hacer lo que se le pasara por la cabeza, s¨®lo se permita hacer lo que cree profundamente justo y tenga la inteligencia y el valor de imponerse unas reglas y cumplirlas".
Babelia
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