Trist¨ªsima
10 de diciembre de 1991. Queridos biznietos: os volv¨ªa a escribir desde el hondo de este pozo, levantando apenas de las teclas palabras que volar¨¢n hasta ese cielo, esas nubes que aureolaban all¨¢ en lo alto vuestras cabecitas venturosas, sonrientes de no haberme conocido a m¨ª, que era el coco de esta poma podrida, de este mundo canceroso, de cuya podredumbre estar¨¦is ahora vosotros acaso floreciendo.Bah, en realidad (no cre¨¢is), os estaba escribiendo en lo alto de este bloque, pegando ya casi con las antenas parab¨®licas de todos sus nichos de televidentes, cerrada un rato la puerta blindada a los gritos de los menesteros que sub¨ªan a docenas a demandar nepentes. Y sin embargo, hundido yo en este pozo de tristeza, de desgracia ya sin cuento: hab¨ªa muerto t¨ªa Nati,, la que hab¨ªa nacido con el siglo; se hab¨ªa dejado al fin apagar ella, que era como una ¨²ltima candelita de vieja sonr¨ªsa, siempre joven, que me iba alimentando, de lejos, de una piedad sin paga ni doctrinas; se hab¨ªa dejado, ir tambi¨¦n Concha, la mujer fuerte de la gente de mi horda, agotada de querer vivir de veras en un mundo que lo ten¨ªa prohibido; y hab¨ªan venido en rosario una tras otra no s¨¦ cu¨¢ntas m¨¢s penas y ruinas.
Pero hasta para hablaros. a vosotros de tristeza, me hac¨ªa falta un grano de alegr¨ªa. ?De d¨®nde, d¨®nde iba a encontrarlo? Y el caso es que os quer¨ªa contar a vosotros, prenditas de mis p¨¦rdidas, c¨®mo era esta desgracia, esta modorra de orate babeante, que quer¨ªan aqu¨ª vendern¨®s como la vida".
Y os quer¨ªa al mismo tiempo hablar, para consuelo contra ello, de un descubrimiento simple, que a mi mismo deb¨ªa, ?no?, consolarme un poco: que las armas de la idiotez reinante, por su propia necesidad de espansi¨®n en las poblaciones, perd¨ªan fuerzas y se agotaban a s¨ª mismas.
As¨ª, el Autom¨®vil, la plaga principal de nuestro siglo, lo iba efectivamente devorando como un c¨¢ncer, ten¨ªa que estenderse y estenderse, un auto cada quisque, siete autos la sagrada familia, y ocupar selvas y desiertos, que las poblaciones fueran poblaciones de. autos, que los que segu¨ªan naciendo, a toda velocidad, aparentemente ni?os, fueran en verdad beb¨¦s de auto, que el n¨²cleo personal de la Democracia fuera en realidad un auto, como si la Persona hubiera desarrollado como una concha de molusco y se hubiera hecho 15 veces m¨¢s voluminosa: muy bien, pero, a cambio de esa espansi¨®n y proliferaci¨®n triunfante, ten¨ªa el Autom¨®vil que pagar su paga, paraliz¨¢ndose y destruy¨¦ndose, no por manos y mazos vengadores de los pocos que. quedaran vivos y sin caparaz¨®n, sino por si mismo, por su propia proliferaci¨®n, como ya en nuestros d¨ªas se palpaba en los atascos urbanos, en las autopistas y socavones a la desesperada. Era la ley.
Y, para otro ejemplo, una especie de peste que hab¨ªan inventado para terror de las poblaciones, hac¨ªa unos quince, a?os, que la bautizaron S¨ªndrome de Inmunodeficiencia Adquirida. Que es que, cuando la inventaron, la inventaron como verdadero rayo de Dios sobre las cabezas de los impuros, un golpe instant¨¢neo y m¨®rtal de necesidad: cog¨ªas el SIDA, y a las primeras de cambio, las di?abas sin remisi¨®n (qu¨¦ bajo ese nombre, por cierto, se cargaron, los infames de Ellos, un par de vidas tempranas de mis alrededores); pero luego ?qu¨¦?: que hab¨ªa que est¨¦nder la plaga: que no ya unos pocos pecadores estremosos se sintieran amenazados del castigo de sus deliquios, sino que las Masas enteras se acercaran temblando de miedo y profilaxis a las jodiendas y hasta a los besos. Hac¨ªa tiempo que las llamadas purgaciones hab¨ªan dejado de cumplir esa funci¨®n que el Se?or les ten¨ªa asignada en el viejo Orden; as¨ª que ten¨ªa el SIDA que generalizarse y vulgarizarse.
Y bien lo hab¨ªa conseguido: las f¨¢bricas de preservativos hab¨ªan resucitado; los ni?os y ni?as, antes de saber lo que era follaje, sab¨ªan lo que era SIDA; las calles y metros se llenaban de cartelones con la voz de Dios, "...Si eres seropositivo, no te ocultes"... S¨ª, se?or, pero eso les hab¨ªa costado tambi¨¦n lo suyo: por el propio procesode espansi¨®n, hab¨ªa tenido el SIDA, que dejar de ser aquel rayo r¨ªgido justiciero, y con la casu¨ªstica de s¨ªndrome larvado, portador, seropositivo (con tales nombres llamaban a los pecadores penitentes) y una serie de otros apellidos, m¨¢s o menos infamantes, hab¨ªa venido a resultar que ya no se sab¨ªa muy bien lo que era tener el SIDA, ni qu¨¦ era por tanto SIDA.
El invento de la vejez
Otra vez el ansia y necesidad de estensi¨®n a las poblaciones no pod¨ªa menos de pagarse con una degeneraci¨®n y desgaste del propio azote de dominaci¨®n; aunque, eso s¨ª, entre tanto y no, siguiera cumpliendo sus funciones de aterrar al pecador y no dejar escurridura de amor ni vida sin cegar con la profilaxis y el futuro.
Y de m¨¢s cosas os quer¨ªa hablar, corazoncitos nuevos, en este hond¨®n de la tristeza: os quer¨ªa hablar del invento de la vejez misma, m¨¢s antiguo que el SIDA y el autom¨®vil.
Porque se pretend¨ªa aqu¨ª (y acaso se siga pretendiendo entre vosotros, tras el derrumbe) que esto de envejecer era un fen¨®meno natural, como desconocido que no hay en los hombres naturaleza alguna. Daba la casualidad, de que nunca se le dejaba a uno envejecer sin m¨¢s y por las buenas: siempre se le iba cargando y amargando de d¨ªa en d¨ªa, con preocupaciones financieras cada vez m¨¢s pesadas y engorrosas, con amenazas, reales, de enfermedades o ruinas ideadas y futuras, cada a?o m¨¢s insistentes y feroces, cuantas se iba uno llenando de culpas y de agravios contra los pr¨®jimos y m¨¢s los pr¨®jimos ten¨ªan que vengarse en uno (a ver en qui¨¦n, si no) de sus agravios, naturalmente...
De manera que ten¨ªa que florecer en uno la sospecha de que s¨®lo a fuerza de disgustosy pesadumbres llegaba uno a imitar la ley de los animales y s¨®lo por eso hab¨ªa que, envejecer; porque, si no... Si no estuviera el mundo para hacernos la pu?eta, por sus medios morales y econ¨®micos, ?qu¨¦ pasar¨ªa? ?Qu¨¦ ser¨ªa de. uno? ?Qu¨¦ animal glorioso? Lo cierto es, desde luego, que no ser¨ªa uno, ?qu¨¦ felicidad! Estas cosas os iba escribiendo a vosotros, a vueltas con las ondas de la tristeza, en estos d¨ªas que eran los de Fin de A?o, los de las familias confitadas y las fechas fosforescentes.
No s¨¦ si a vosotros, revolviendo entre los escombros, en trizas de bibliotecas o ficheros desparramados, os habr¨¢ quedado registro de lo que eran estas celebraciones tremebundas que los Amos mon taban para sus Masas de Personas con el motivo, natural, del solsticio de invierno, la muerte y resurrecci¨®n del A?o, y que preparaban desde meses atr¨¢s, como un Futuro luminoso, Saturnales, Navidades, A?o Nuevo, Misa del Gallo a la media noche para los restos de creyentes de la vieja Iglesia, comuni¨®n forzada, para los feligreses de la Nueva, de 12 campanadas en forma de uvitas, gl¨®bulos de tiempo... En fin, ?un programa!, que hac¨ªa que las se?oras de su casa fueran desde semanas antes acumulando en sus frigor¨ªficos gambas y pavos congelados y atesorando para cada miembro de la familia, envuelto en lazos dorados, su regalito..., en fin, la tira.
Y ?qu¨¦ importaba que, llegado el presente del Futuro, tuvieran los faisanes y caviares un regustillo vomitivo de comida ya comida antes de comerla, que los paquetes de los regalos se viera que no conten¨ªan m¨¢s que dinero en forma de cositas?, ?qu¨¦ importaba?: ?es que acaso las. fiestas de Fin de A?o eran, para vivirlas?: no: eran para prepararlas y esperarlas, y en su condici¨®n de futuras. hab¨ªan ya cumplido su destino; luego, a dormirla, a cortar la hoja del calendario, y a mirar adelante a otro futuro.
Pero eran ¨¦stas de Fin de A?o tan especialmente espl¨¦ndidas ?por qu¨¦?: porque, con ese motivo lejano de la muerte y resurrecci¨®n del sol, les entraban todav¨ªa a los mortales tentaciones de pensar, por un momento, en un vislumbre, sobre el Tiempo; y eso no pod¨ªa consentirse: hab¨ªa. que evitarlo, a costa de todos los derroches de estrellitas y serpentinas.
Que es que, si no, pod¨ªan dar se cuenta acaso de que est¨¢bamos viviendo sobre un tinglado de tablas y chapas mal trabadas y,al mirar por entre las rendijas, descubrir que, all¨¢ abajo del pozo, al fondo del abismo, la muerte es infinita. Que all¨ª no hay (?lo sent¨ªs vosotros, vidas m¨ªas?) que all¨ª no hay ni a?os viejos ni nuevos, ni cumplea?os felices de los vivos ni aniversarios pacatos, de los muertos, que all¨ª no hay ni principio ni fin, ni retorno tampoco, como el del sol que se pon¨ªa para nacer, que ba jaba hasta el solsticio de invierno para volver a levantarse hacia el solsticio de verano, "y nosotros nos iremos, / y no volveremos m¨¢s", que a lo peor les daba por cantara sus ni?os por las calles.
?Ah, si se hubieran dejado vislumbrar el secreto de esta trampa del Tiempo! Secreto que, decirse, se dice en dos. palabras: lo que reina es una guerra sin paz entre estas dos. fuerzas: una, la que dice que se vive, que se est¨¢ aqu¨ª, al guien, sea quien sea, cualquiera que diga "yo..." y lo sienta en el momento de decirlo; y la otra, la que dice que eso que vive y que est¨¢ ah¨ª es precisamente Yo-Fulano-de-Tal, o sea, no ya el que habla, sino uno de quien se habla, al que se iscribe en el Registro, al que le paga la Empresa o el Ministerio, al que su se?ora, por mal ejemplo, conoce mejor a¨²n que la otra que lo pariera, y que sabe ella qui¨¦n es.
Incasables
Esas dos cosas son incasables, y se corre siempre peligro de que en su choque estalle la verdad, esto es, la falsedad de la realidad; la cual se sustenta en el creer que se han casado la una con la otra: que la vida no consiste en otra cosa que en ser m¨ªa, el amor no mas que en ser mi amor, la raz¨®n no m¨¢s que mi raz¨®n.
As¨ª es como la vida se vuelve Tiempo, con sus jornadas laborales y sus felices cumplea?os, como al Se?or le gusta. Sobre ese casamiento imposible,. negociaban aqu¨ª, se casaban, montaban sus hogares y sus empresas, produc¨ªan compradores de futuras computadoras, repart¨ªan sus pisos por testamento, practicaban el ¨¦xtasis, ya con hero¨ªna o ya con televisi¨®n...
Ya s¨¦, queridos reto?os desconocidos (queridos por desconocidos, naturalmente), ya s¨¦ que sobre ese mismo tinglado seguir¨¦is acaso viviendo vosotros. entre las ruinas. Pero hay grados: siendo la contradicci¨®n en s¨ª incurable y falso por tanto el Tiempo, hay, con todo, grados en la fe.
Cuanto menos se cree, m¨¢s lugar se le deja a la vida, a la intimaci¨®n de lo desconocido que late por debajo dela realidad, a sentir al menos que se est¨¢ jugando sobre un abismo de infinitud; y eso es cosa que se nota en cada gesto, en cada cara, y los que creen menos, aun sin pod¨¦rselo declarar espresamente, se entien den entre ellos por lo bajo, en un cruce de las miradas, en un temblor de los silabeos.
No cre¨ªa yo que fu¨¦rais vosotros, viditas m¨ªas, mi futuro. Pero deseaba ser vuestro pasado vivo, no en la Historia, sino en el recuerdo.
Recordar, recordar: en contra de los que quieren hacer de la vida infinita tiempo contabilizado (su futuro, ya sab¨¦is, que no es m¨¢s que la muerte disfrazada), es de los recuerdos sin fecha ni registro de donde puede manar alg¨²n aliento para salirse de la estupidez regimentada, para abriros, ah¨ª entre las ruinas, un camino que no est¨¦ ya trazado de antemano, para no volver a caer en est¨¦ triste R¨¦gimen de hacer s¨®lo lo que estaba hecho, de celebrar la venida de otro a?o para que fuera el mismo.
?Muera 1992! -gritaba yo mientras os escrib¨ªa-; y que ese grito siga reson¨¢ndoos para otras fechas m¨¢s futuras que quieran seguir vendi¨¦ndoos todav¨ªa.
Recuerdos para vosotros, criaturillas de mi descuido, recuerdos de lo que hay¨¢is vivido y de lo que antes hayan vivido otros, y as¨ª quede yo tambi¨¦n, sin ser nadie, en vuestro recuerdo.
Viviendo esta tristeza, os estoy acaso alimentando a vosotros de raudales de alegr¨ªa. Acaso no haya m¨¢s manantial para la alegr¨ªa que dejarse hundir, sin diversi¨®n, sin ilusiones, en el pozo de la tristeza.
Agredec¨¦dmela esta tristeza que os guardo aqu¨ª por debajo de los calendarios y de los relojes. Olvidad mi historia, y vividme sin n¨²mero ni nombre en el recuerdo.
es catedr¨¢tico de Lat¨ªn.
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