El siervo del traficante

Trabajar en la casa de quien vende hero¨ªna es una de las formas desesperadas de conseguirla, el m¨¦todo de quienes no pueden alejarse un palmo de sus proveedores. Los requisitos son ¨¦stos acercarse a quien normalmente se le compra y, decirle que por tantas dosis diarias se le construye un chabolo alucinante, que adem¨¢s se le limpia la casa y que puede estar seguro de que no se le robar¨¢ nada. Trato hecho.

Esa misma tarde el yonqui hace mezcla con una pala, acarrea cartones de tetra-brik para el tejado o descarga mantas y televisores de una furgoneta. Nada de protestar despu¨¦s por la escasez o poca calidad de la droga. Hay colas de yonquis esperando ganarse la confianza del traficante, insinu¨¢ndoselo con indirectas, para optar al mismo puesto.Es el contrato de una docena de toxic¨®manos esparcidos por varios poblados chabolistas de la regi¨®n.

Gente que en Princesa o en cualquier 7-eleven inspirar¨ªa compasi¨®n , miedo y desconfianza en las chabolas se vuelve servil sin ning¨²n atisbo de rebeld¨ªa o agresividad.

En el poblado de Los Focos, en el distrito de San Blas, Rafa trabajaba en la chabola m¨¢s bonita de todo el n¨²cleo: macetas de flores apiladas en la entrada y soler¨ªa de primera calidad en el interior. Era su obra. No se sent¨ªa orgulloso de ella, pero el amo s¨ª. "Me gustan muchos las flores", dec¨ªa el patr¨®n. Una semana despu¨¦s lleg¨® otro Yonqui, y te asegur¨® que la casa era una porquer¨ªa y que ¨¦l podr¨ªa hacerle "un pedazo de chabolo". El patr¨®n le dec¨ªa con se?as, para que el periodista no se percatase, que se fuera, que estaba molestando. Se fue.

Un nuevo T¨ªo Tom es, 127 a?os despu¨¦s de la abolici¨®n de la esclavitud en Estados Unidos, v¨ªctima del racismo. Pero su heredero, el T¨ªo Antonio, por poner un nombre, se ha buscado otros siervos para la caba?a.

El sudor de su frente

Asistentes sociales del Consorcio para el Realojamiento de la Poblaci¨®n Marginal y m¨¢s de un polic¨ªa de San Blas y Entrev¨ªas han presenciado la escena: hombres que se ganan la dosis con el sudor de su frente y mujeres que alternan una jornada en la calle de la Ballesta con otra en las chabolas.

Los hijos del patr¨®n se hacen amigos de los yonquis, comparten bromas y dosis de vez en cuando, pero el contrato es el contrato y, si hay que quedarse hasta que oscurezca haciendo mezcla, pues uno se queda.

Y a dormir tambi¨¦n se quedan varios en la chabola. Son amigos y son criados. Si hay que poner la mesa, tambi¨¦n la ponen. Hasta que un d¨ªa alguno se cansa o llega la polic¨ªa con orden de busca y captura, ya sea para el siervo o el patr¨®n, y se rescinde el contrato.

Quienes los han visto en faena aseguran que apenas tienen nociones de albali?er¨ªa y que su disposici¨®n para el trabajo es muy escasa, sobre todo cuando la jornada coincide con el mono (s¨ªndrome de abstinencia). Pero aguantan como pueden.