Islas
Por lo visto es necesaria una ejecuci¨®n en Cuba para que los salones se llenen de abolicionistas. A veces parece que en la pena de muerte es m¨¢s importante el nombre del que firma que el nombre del cad¨¢ver. S¨®lo as¨ª se explica que los mismos que hace algunos a?os callaban por penas de muerte cercanas se desga?iten ahora por la barbaridad caribe?a. Cuando la vida del hombre depende del humor del Estado, no hay matices posibles ni justificaciones ideol¨®gicas: la orden de matar envilece a quien la da y a quienes la sostienen. Y la supuesta legitimidad democr¨¢tica de la pena en ciertos Estados de los Estados Unidos no exime a los votantes de la iniquidad moral de su voto. A las puertas del siglo XXI, la complicidad, siquiera por dejaci¨®n, con la administraci¨®n oficial de la muerte invalida todas las palabras y los programas, y arrastra consigo la grandeza de las ideas m¨¢s generosas de la especie.Nos duele Cuba por el chantaje de su bloqueo exterior y por la brutalidad de su enemigo interior. Con esa pena de muerte que se quiere ejemplar, se da una nueva vuelta de tuerca al desprestigio de lo que en su d¨ªa fue un ilusionado punto de referencia para la liberaci¨®n de Am¨¦rica Latina. El Tercer Mundo se est¨¢ quedandosin esperanzas precisamente porque las mejores ideas del progreso y de la igualdad se han visto pervertidas por la arbitrariedad y la crueldad de gobiernos autocr¨¢ticos. A cada pena de muerte que f¨ªrme, Fidel est¨¢ llevando los ideales y los sentin¨²entos del socialismo hacia el sum¨ªdero. Aquellos que vaticinaron el fin de la historia no estaban solos, y han encontrado en la tiran¨ªa postrera de sus enerri¨ªgos unos inesperados aliados. Los cubanos han sabido ser una isla de dignidad durante muchos a?os. Ahora Castro se ha convertido en una isla de crueldad en el mar del pensan¨²ento progresista. Aquella barba que fue mito de libertad hoy es un simple antifaz que cubre un poder ciego.
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