La doble derrota de Juan Negr¨ªn
Cien a?os hace ya desde que nacio y, a pesar de algunos meritorios esfuerzos por reivindicar su nombre, pocos pol¨ªticos de la Rep¨²blica habr¨¢n sido v¨ªctimas de tanta injuria como Negr¨ªn. Su memoria llega todav¨ªa envuelta enel desprecio general y en las m¨¢s inveros¨ªmiles acusaciones, procedentes tanto de la derecha como de los anarcosindicalistas, por no hablar de los republicanos catalanes y de sus mismos compa?eros del partido socialista, alguno de los cuales, viejo amigo por dem¨¢s, como Indalecio Prieto, le neg¨® el saludo y la mano para el resto de sus d¨ªas. Todav¨ªa hoy es harto dificil encontrar entre los socialistas alguien dispuesto a sacudir el polvo ca¨ªdo sobre su figura.El origen de tan generalizada inquina puede radicar en que, de todos los altos dirigentes no comunistas de la Rep¨²blica en guerra, s¨®lo Negr¨ªn se mantuvo hasta el final en pie. Los sublevados no pod¨ªan entender las razones de su obstinada resistencia y la atribuyeron a manejos internacionales -comunistas, mas¨®nicos, judaicos- de los que Negr¨ªn ser¨ªa marioneta. Los fieles a la Rep¨²blica que dieron la guerra por perdida desde que los moros asomaron sus turbantes por el Manzanares le odiaban porque s¨®lo Negr¨ªn era capaz de posponer una y otra vez, a pesar de los frentes derrumbados, el d¨ªa de la derrota y aplazar as¨ª el momento de proclamar que ten¨ªan raz¨®n, que quienes afirmaron la inutilidad del sacrificio eran los ¨²nicos que ten¨ªan raz¨®n. Y, en fin, los que asumieron sus responsabilidades en el Gobierno y en sus partidos, porque el desastre de sus propias pol¨ªticas -la de Largo Caballero como presidente del Gobierno y ministro de la Guerra en mayo de 1937, la de Prieto como ministro de Defensa en marzo y abril del a?o siguiente- no provoc¨® la derrota inmediata de la Rep¨²blica: Negr¨ªn fue capaz de reconstruir una coalici¨®n de Gobierno sin sindicatos en mayo de 1937 y de contener el derrumbe de la Rep¨²blica con un Ej¨¦rcito a la desbandada en abril de 1938.
?Qu¨¦ extra?a fuerza, qu¨¦ raz¨®n oculta animaba a este hombre a resistir cuando todos los dem¨¢s se hund¨ªan? La explicaci¨®n acudi¨® r¨¢pida a las mentes y los discursos: Mosc¨². Y as¨ª, por una vez, la propaganda de los rebeldes encontr¨® un terreno com¨²n con la de los leales: Negr¨ªn era el instrumento de Mosc¨² para controlar la Rep¨²blica y establecer en ella la dictadura comunista. Gregorio Mara?¨®n, que sali¨® de Espa?a con un carn¨¦ de la CNT, lo fue diciendo ante audiencias internacionales, y Juli¨¢n Besteiro, que se qued¨® con su carn¨¦ de la UGT, lo dec¨ªa en Madrid. Pero esa especie fue tambi¨¦n verdad segura para Largo Caballero despu¨¦s de su ca¨ªda del Gobierno, y el mismo Prieto no tardar¨ªa en unir su voz a la del coro cuando Negr¨ªn le despidi¨® del Ministerio de Defensa.Esta acusaci¨®n, compartida por socialistas y republicanos, sindicalistas y fascistas, se ha convertido en c¨®moda explicaci¨®n de toda la pol¨ªtica de Negr¨ªn. Fue Prieto quien le oblig¨® en septiembre de 1936 a aceptar el Ministerio de Hacienda, pero ?c¨®mo no ver ya la mano de Mosc¨² en el nombramiento de un ministro que enviar¨ªa poco despu¨¦s el oro del Banco de Espa?a a la Uni¨®n Sovi¨¦tica? Fue Aza?a, por decisi¨®n personal en la que nadie tuvo ocasi¨®n de entrar, quien le nombr¨®, sin mucho donde elegir, presidente del Gobierno, pero ?c¨®mo no suponer la mano de Mosc¨² en la designaci¨®n del presidente que un a?o despu¨¦s, y con los frentes rotos, se mostr¨® determinado a no claudicar y seguir as¨ª la pol¨ªtica comunista de continuar la guerra?
As¨ª se ha escrito la historia de la entrega de este cerebro de primera clase -como lo defini¨® Hugh Thomas- a los comunistas. Pero en esa acusaci¨®n apenas hay algo m¨¢s que una interesada reescritura de la historia. Los comunistas, muy crecidos en poder pol¨ªtico y militar bajo la protectora sombra de Largo Caballero, no estaban en condiciones de dictar su nombre para el Ministerio de Hacienda ni imponerlo despu¨¦s para la presidencia de Gobierno. Por supuesto, a pesar de su notable peso en la coalici¨®n republicana y de los sue?os que a ese respecto abrigaba -contra el consejo de Togliatti- Dolores Ib¨¢rruri, los comunistas nunca pudieron imponer su hegemon¨ªa en el Ej¨¦rcito ni en la pol¨ªtica republicana: como Aza?a vio perfectamente, la Uni¨®n Sovi¨¦tica no estaba interesada en un triunfo comunista en Espa?a y, como el mismo fin de la guerra puso de manifiesto, el control de la Rep¨²blica por el PCE estaba lejos de ser completo en los primeros meses de 1939.
Pero todo eso no fue ¨®bice para juzgar lo que parec¨ªa su irrazonable decisi¨®n de resistir como un dictado de Mosc¨² que se complementaba muy adecuadamente con una obstinaci¨®n de car¨¢cter, una testarudez, cuando no una madera de dictador. La verdad, sin embargo,es m¨¢s dura y m¨¢s simple: las quejas contra Negr¨ªn que todo el mundo ven¨ªa a contar al o¨ªdo de Aza?a se esfumaban en su presencia. Curiosamente, Negr¨ªn no tuvo que defenderse jam¨¢s contra ninguna verdadera conspiraci¨®n encaminada a sustituirle en la presidencia del Gobierno. Y eso fue as¨ª no porque contara con el apoyo inquebrantable de los comunistas o con la confianza del presidente de la Rep¨²blica, sino porque nadie pudo formular nunca, ni en el Gobierno, ni en lo que quedaba de las Cortes, ni en la comisi¨®n ejecutiva o nacional de su partido, una pol¨ªtica distinta a la suya, ya que ninguna otra hab¨ªa si no era la del abandono puro y simple de las armas, la derrota sin condiciones.
Pues la pol¨ªtica de Negr¨ªn, como sospechaban con raz¨®n los comunistas, fue la de buscar una salida negociada a la guerra: para eso, y no para perseguir una quim¨¦rica victoria, lo llam¨® Aza?a a la presidencia del Gobierno. Ahora bien, para f¨®rzar esa salida, era necesario no darla por perdida, pues entonces no podr¨ªa hablarse ya de paz sino de derrota. Negr¨ªn no habl¨® nunca el lenguaje de la derrota, ni siquiera cuando era inminente. Y no lo habl¨® no porque fuera tan iluso que creyera alguna vez en la victoria, sino porque nunca quiso abandonar el ¨²ltimo e irrenunciable punto para firmar la paz: el compromiso de los rebeldes de conceder una amnist¨ªa general a los combatientes republicanos.
Si se leen los discursos de Negr¨ªn con el ¨¢nimo libre de prejuicios, se comprobar¨¢ que al final las ¨²nicas condiciones que mantuvo para dejar las armas se reduc¨ªan a la concesi¨®n de esa amnist¨ªa y a una vaga promesa de convocar un refer¨¦ndum en el que los espa?oles pudieran decidir su futuro. El problema de Negr¨ªn fue que para lograr esa m¨ªnima concesi¨®n, de la que Franco nunca quiso saber nada, deb¨ªa contar con un Ej¨¦rcito en pie, un Gobierno en plenitud de funciones sobre su propio territorio y una mediaci¨®n internacional. Su decisi¨®n de no poner fin a la guerra por un mero acto de abandono de las armas le impidi¨® percibir que ni contaba con el Ej¨¦rcito republicano, ni ten¨ªa Gobierno ni hab¨ªa ninguna potencia europea dispuesta a mediar entre los espa?oles. Negr¨ªn fue entonces derrotado desde dentro de la Rep¨²blica, pero no porque existiera otra pol¨ªtica sino porque hab¨ªa sonado effin de toda pol¨ªtica: su doble derrota ante Franco y Casado -dos militares- es la raz¨®n del permanente envilecimiento de su figura que tal vez ahora, cuando se cumplen 100 a?os de su nacimiento, sea hora de revisar.
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