La ecolog¨ªa de la urbe
El mundo est¨¢ experimentando un proceso de urbanizaci¨®n progresiva. Los dem¨®grafos calculan que en la actualidad casi el 50% de la poblaci¨®n del globo vive en ¨¢reas metropolitanas, y en algunos pa¨ªses europeos esta proporci¨®n sobrepasa ya el 75%. La urbanizacion del planeta comenz¨® hace 6.000 a?os, cuando las primeras ciudades surgieron en la lejana Mesopotamia, en los f¨¦rtiles valles situados entre los r¨ªos Tigris y ?ufrates. Esas tierras pr¨®speras no solo proporcionaron abundante agua y alimentos a los primeros ciudadanos del mundo, sino que, m¨¢s importante a¨²n, estimularon la convivencia y la vida social entre ellos, impulsaron su crecimiento cultural y fecundaron la ecolog¨ªa urbana y la civilizaci¨®n.Hoy d¨ªa, la ecolog¨ªa de la urbe engloba, por un lado, la arquitectura, las piedras y el cemento, y, por otro, las ideas, las emociones y los rituales. Esta extraordinaria combinaci¨®n constituye el instrumento por excelencia de desarrollo y renovaci¨®n del ser humano. Sin duda, la vida de la ciudad, con sus libertades, sus opciones y su ritmo, establece un profundo contraste con la vida rural, extrae del hombre y de la mujer un nivel superior de conciencia e intensifica su conocimiento y sus vivencias. Al mismo tiempo, la ecolog¨ªa psicosocial de la metr¨®poli aviva en la persona los conflictos, las angustias y dilemas sobre su identidad, su supervivencia y sobre el significado de su existencia.
Las ciudades son la imagen de la experiencia humana colectiva, el medio portador del saber, el caldo de cultivo de las ideas. Las innumerables huellas de la herencia de la humanidad yacen en las urbes antiguas de Oriente Pr¨®ximo, en las legendarias villas de Grecia y Roma, en las capitales de la Europa medieval y moderna y en las megal¨®polis de Am¨¦rica, ?frica y el Extremo Oriente. En realidad, la historia de la civilizaci¨®n es la historia de las grandes urbes.
El progreso brota del alma de la metr¨®poli, donde germina la fuerza de cambio que en cada momento configura el sentido de la existencia humana. A lo largo del tiempo, los acontecimientos m¨¢s significativos ocurren en las ciudades, las cuales, posteriormente, se convierten en los s¨ªmbolos de estos sucesos. Por ejemplo, referencias como el muro de Berl¨ªn o la plaza Tiananmen de Pek¨ªn son emblem¨¢ticas del papel que juegan las urbes en movimientos sociopol¨ªticos memorables de nuestros d¨ªas.
En las populosas metr¨®polis existen torrentes de personas con las que uno se cruza cara a cara y se codea a diario. Sin embargo, excepto en el ¨¢mbito de la vida privada, los contactos en las ciudades suelen ser breves, superficiales e impersonales. La distancia que se mantiene en estos encuentros es una estrategia del ciudadano para protegerse de las demandas y expectativas de los dem¨¢s o del miedo a lo desconocido. A su vez, estas relaciones apresuradas y cautelosas estimulan en el hombre la intuici¨®n para catalogar r¨¢pidamente a los dem¨¢s y la racionalidad, el ¨¦nfasis en la raz¨®n y el intelecto antes que en los sentimientos.
La ecolog¨ªa urbana consume m¨¢s personas que produce. La vida es m¨¢s corta en las grandes poblaciones que en las zonas rurales, la mortalidad infantil es m¨¢s alta, la tasa de nacimientos es menor y se emigra m¨¢s. Por tanto, la supervivencia de las urbes depende del flujo constante de nuevos habitantes. Los inmigrantes, provengan del campo, de otras ciudades o de pa¨ªses lejanos, aportan vitalidad, talento y diversidad, y son un ingrediente necesario e inevitable del car¨¢cter de la metr¨®poli. La migraci¨®n, sin embargo, hace confluir pueblos, culturas, razas,y lenguas dispares, lo que, bajo condiciones socioecon¨®micas conflictivas, recrudece los estereotipos ¨¦tnicos, la explotaci¨®n entre grupos y el racismo.
No cabe duda de que las ciudades celebran y glorifican la calidad de vida, fomentan nuevos estilos de relaci¨®n y son el eje de la innovaci¨®n y la creatividad. Al mismo tiempo, el escenario urbano contempor¨¢neo ofrece incontables elecciones, vivos contrastes y una heterogeneidad impresionante. Como consecuencia, la urbe expone continuamente a sus habitantes a una vasta selecci¨®n de im¨¢genes antiest¨¦ticas y discordantes. Parafreseando a Charles Dickens en La historia de dos ciudades, las urbes nos brindan lo mejor y lo peor, la sabidur¨ªa y la locura, la fe y la incredulidad, la luz y las tinieblas, la esperanza y la desesperaci¨®n, la abundancia y la miseria. Este medio multiforme suscita en muchas personas una perspectiva relativista y tolerante hacia las diferencias que les rodean y facilita una aproximaci¨®n pragm¨¢tica y laica, o carente de sentido religioso, hacia los desaflos de la vida.
En las metr¨®polis, los hombres y las mujeres se sienten menos coaccionados por las normas y presiones homogencizantes, tan comunes en el medio rural. Muchas de las conductas an¨®malas, exc¨¦ntricas e inconformistas que generalmente se suprimen o se ocultan en las peque?as comunidades se hacen evidentes y se aceptan en las ciudades.
Desde tiempos remotos ha existido una actitud negativa hacia la urbe. Los.cr¨ªticos aseguran que las metr¨®polis son intr¨ªnsicamente antinaturales -zool¨®gicos humanos-, que engendran patolog¨ªa, estr¨¦s y desdicha, y nos recuerdan c¨®mo, mientras el virtuoso Abel fue el peregrino de la tierra, el endemoniado Ca¨ªn levant¨® la ciudad de Enoch, que m¨¢s tarde fue arrasada por el diluvio universal. Las metr¨®polis b¨ªblicas de Sodoma y Gomorra fueron paradigmas de herej¨ªa y de vicio. Ciertamente, casi todas las grandes ciudades atraviesan ¨¦pocas de crisis y de turbulencia, durante las que sus habitantes sufren y los ritos sociales y culturales se desintegran. De hecho, a trav¨¦s de los tiempos, numerosas culturas metropolitanas han surgido, brillado y ca¨ªdo, pero siempre han revivido o han sido reemplazadas por otras, porque, una vez que naci¨® el instinto urbano del hombre, nunca desapareci¨®.
Es evidente que en las ciudades es donde se desatan las pasiones, se libera la imaginaci¨®n y se configura el futuro de la humanidad. Como ha se?alado el soci¨®logo norteamericano Lewis Munford: "La urbe se forj¨® al principio como la casa de un dios, un lugar donde se mostraban los valores eternos y se manifestaban los poderes divinos. Si bien estos s¨ªmbolos han cambiado, las realidades que representan todav¨ªa perduran". La vida de la metr¨®poli nutre la capacidad de la persona para concienciarse, ilumina el conocimiento del individuo para interpretar los fen¨®menos hist¨®ricos, existenciales y c¨®smicos que le rodean y provee al ser humano de la autonom¨ªa, el valor y el prop¨®sito que necesita para tomar parte activa en cada escena de este drama que es la vida.
En definitiva, la ecolog¨ªa de la urbe, con su arquitectura, sus libertades, sus alternativas, sus peligros, sus contradicciones y sus relatividades, constituye un escaparate para el dinamismo de los procesos psicosociales, el progreso de la civilizaci¨®n y la lucha heroica del hombre y la mujer por una mejor calidad de vida, por su realizaci¨®n y, a la postre, por su continuidad existencial.
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