Trueque inaceptable
EL PODER?O y el desarrollo econ¨®mico de un pa¨ªs no es incompatible con el mantenimiento de los c¨®digos y comportamientos sociales m¨¢s primitivos. Estados Unidos da a veces ejemplo de ello. La vigencia de la pena de muerte -la m¨¢s b¨¢rbara de las sanciones penales- en muchos de sus Estados plantea serios interrogantes sobre el grado de madurez de una naci¨®n que pasa por ser adalid de los derechos humanos en el mundo. Pero tambi¨¦n el inaceptable trueque al que se ha prestado el juez de un condado de Tejas, consistente en eximir de la c¨¢rcel a un violador a cambio de su castraci¨®n, muestra el hondo arraigo de las actitudes violentas en la sociedad norteamericana. Lo de menos es que la permuta se haga a petici¨®n del violador, un limpiabotas negro, de nivel social ¨ªnfimo, que abus¨¦ repetidas veces de una ni?a de 13 a?os. Lo de m¨¢s es que un juez, en el ejercicio de sus funciones, la acepte y que el sistema legal se lo permita.El car¨¢cter abominable del delito de violaci¨®n ha llevado a algunos grupos feministas a pedir la castraci¨®n de sus autores. Como actitud militante tal concepto revanchista del castigo puede ser relativamente explicable. Pero no lo es de ning¨²n modo como manifestaci¨®n de la justicia. Es social y jur¨ªdicamente regresivo el que una concepci¨®n vindicativa del derecho, la que hace de ¨¦ste una expresi¨®n refinada de la ley del tali¨®n, se imponga a la m¨¢s evolucionada que no renuncia a la dimensi¨®n rehabilitadora de la pena.
En el caso del violador de Tejas, su autocastraci¨®n, adem¨¢s de constituir una mutilaci¨®n rechazable, no anula el potencial peligro de su comportamiento. Como ha dicho la portavoz de una organizaci¨®n local contra las agresiones sexuales, "el problema est¨¢ en la cabeza, no en los genitales".
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