El efecto de los agujeros negros
El efecto de los agujeros negros sobre las margaritas es, con toda seguridad, nulo. Menos imposible resulta imaginar el efecto de los agujeros negros sobre la ciencia espa?ola, que podr¨ªa ser, desgraciadamente, tambi¨¦n nulo. Me estoy refiriendo, como ya se habr¨¢ adivinado, al art¨ªculo aparecido hace unos d¨ªas en la prestigiosa revista Nature, del que ha dado noticia la prensa, en el que se anuncia lo que podr¨ªa ser el indicio m¨¢s concluyente de la existencia de agujeros negros en el firmamento. Y me refiero al hecho de que ese art¨ªculo ha sido firmado por tres cient¨ªficos, entre los que se encuentra el joven investigador espa?ol Jorge Casares.Y es que, felizmente, est¨¢n empezando a llegar al p¨²blico noticias acerca de descubrimientos cient¨ªficos notables en los que participan investigadores espa?oles. Desde luego no es la primera vez en los ¨²ltimos a?os que esto sucede y que las p¨¢ginas de los peri¨®dicos dan cuenta de los resultados de su trabajo de investigaci¨®n. Ello ha venido ocurriendo en varios campos de la ciencia, aunque pocos despiertan la curiosidad del p¨²blico y estimulan su imaginaci¨®n como los relativos a temas cosmol¨®gicos; y m¨¢s si se refieren a esos extra?os objetos, los agujeros negros, tan misteriosos y alejados de nuestra intuici¨®n ordinaria como utilizados metaf¨®ricamente, y en general err¨®neamente, en el lenguaje ordinario.
El hecho es que Casares y sus dos colegas brit¨¢nicos han detectado un sistema binario en nuestra galaxia, a unos 5.000 a?os luz de distancia, en el que una estrella tiene como compa?ero un oscuro cuerpo celeste, muy masivo y compacto, cuyas propiedades podr¨ªan ser las de un agujero negro. Los datos fueron obtenidos durante el verano pasado desde los telescopios del Instituto Astrof¨ªsico de Canarias, en La Palma, que posee uno de los sistemas de observaci¨®n astron¨®mica m¨¢s poderosos y complejos del mundo.
Los agujeros negros son objetos cuya existencia no ha sido todav¨ªa demostrada, pero s¨ª predicha en el marco de las teor¨ªas f¨ªsicas en vigor, especialmente la relatividad general de Einstein. El es tudio de sus propiedades, de gran complejidad debido a que es preciso considerar efectos cu¨¢nticos y relativistas simult¨¢neamente, ha ocupado a algunos de los m¨¢s brillantes cient¨ªficos de la actualidad, singularmente el muy popular Stephen Hawking.
En esencia, un agujero negro consistir¨ªa en un objeto tan denso que la fuerza de la gravedad sobre su superficie impide el escape de cualquier cosa, incluida la luz; de ah¨ª su nombre. La densidad necesaria para que esto suceda es inimaginable; la masa de toda la Tierra, por ejemplo, deber¨ªa estar concentrada en una esfera de un cent¨ªmetro de radio aproximadamente. Un agujero negro puede aparecer como el resultado final del colapso gravitatorio de una estrella muy masiva mucho m¨¢s que nuestro Sol, que se derrumba bajo su propio peso hasta comprimirse en un volumen tan peque?o que su densidad alcanza el valor cr¨ªtico. El momento del colapso gravitatorio es, adem¨¢s, una cat¨¢strofe c¨®smica de enormes dimensiones que da lugar al fen¨®meno de las supernovas. Una vez creado, puede absorber materia y energ¨ªa, pero no puede, en principio, emitir cosa alguna, salvo, tal vez, por efectos de origen cu¨¢ntico. Es un pavoroso sumidero de materia que una vez succionada desaparece para siempre de toda posible observaci¨®n. La radiaci¨®n emitida por la materia, arrancada de su estrella compa?era o presente en el entorno en su vertiginosa ca¨ªda hacia la superficie del agujero negro, es, precisamente, la se?al que permite conjeturar su existencia.
Nada tiene de m¨¢gico ni de sobrenatural; es una consecuencia, impensable y desmesurada, eso s¨ª, de las leyes que rigen las interacciones del mundo f¨ªsico. Lo que ocurre es que la concentraci¨®n de masa en un peque?o volumen es tan fant¨¢stica que el espacio queda considerablemente deformado y algunas de las propiedades supuestas en la regi¨®n ocupada por un agujero negro son tan contrarias a nuestra experiencia cotidiana, y tan extra?as, que desaf¨ªan nuestra imaginaci¨®n y nos hacen caer con frecuencia en contradicciones y paradojas. De ah¨ª el inter¨¦s en poder contrastar nuestras ideas te¨®ricas con la observaci¨®n. Y justamente el hallazgo de Casares y sus colegas, sobre un sistema formado por una estrella visible y un objeto compacto invisible, que parece tragar materia, es un candidato probable, seguramente el m¨¢s probable hasta la fecha, a agujero negro.
Desde luego, no es seguro, y se ha abierto ya un periodo, normal en la consolidaci¨®n de nuevos hallazgos cient¨ªficos, te¨®ricos o experimentales, de an¨¢lisis y cr¨ªtica en la comunidad cient¨ªfica mundial, que depurar¨¢n la propuesta y acabar¨¢n por descartarla o por hacerla m¨¢s s¨®lida y cre¨ªble. Pero sea cual sea el resultado de la apasionante discusi¨®n que ahora se abre, podr¨ªa tener alg¨²n efecto positivo en nuestro pa¨ªs.
El primero, suscitar un mayor inter¨¦s por la ciencia, por el trabajo serio y dif¨ªcil necesario para hacer algo valioso en el ¨¢mbito cient¨ªfico. Quiz¨¢ podr¨ªa estimular a mucha gente, especialmente los j¨®venes, al estudio de estos temas, y podr¨ªa servir para combatir el analfabetismo existente en este campo (y en otros, por cierto) contribuyendo al descr¨¦dito de charlatanes, videntes y embaucadores que tanto proliferan y que abusan del desconocimiento de las gentes, precisamente sobre temas cosmol¨®gicos. No es ¨¦ste un asunto exclusivo de nuestro pa¨ªs; en Estados Unidos, por ejemplo, que ha producido m¨¢s premios Nobel cient¨ªficos que ning¨²n otro en el mundo, existe una gran inquietud entre muchos cient¨ªficos por el grado de ignorancia y confusi¨®n de la poblaci¨®n, especialmente j¨®venes, acerca de temas cient¨ªficos. Preocupaci¨®n compartida por las autoridades que han empezado a poner en marcha planes especiales para combatir este fen¨®meno.
Podr¨ªa servir tambi¨¦n para convencer a los que todav¨ªa no est¨¦n convencidos de que los espa?oles no tenemos dificultades insuperables para contribuir al conocimiento cient¨ªfico, ni existe una maldici¨®n divina o gen¨¦tica que nos lo impida. Las razones de nuestra marginaci¨®n secular en este campo han de buscarse en la historia, en la ideolog¨ªa que ha animado tradicionalmente a nuestras clases dirigentes, y a sus mentores religiosos o intelectuales, y a la sempiterna falta de apoyo.
Podr¨ªa, incluso, servir para demostrar que la existencia de instalaciones cient¨ªficas de una cierta envergadura, bien equipadas y gestionadas, acaba por engendrar el conocimiento y el inter¨¦s suficiente en nuestros j¨®venes investigadores para que se pongan al nivel de sus colegas extranjeros. ?se ha sido el caso de la astrof¨ªsica, que, gracias a la localizaci¨®n en nuestro pa¨ªs, por razones geogr¨¢ficas y climatol¨®gicas, de un conjunto de potentes telescopios, normalmente dise?ados y financiados en el marco de programas de cooperaci¨®n internacional, ha experimentado un espectacular desarrollo a partir de una situaci¨®n previa no prec . isamente boyante. Y eso mismo podr¨ªa ocurrir de nuevo en otras ramas de la investigaci¨®n.
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El efecto de los agujeros negros
Viene de la p¨¢gina auteriorPodr¨ªa finalmente, con un poco de suerte, servir para convencer a nuestros dirigentes pol¨ªticos y econ¨®micos de la necesidad imperiosa de aumentar los recursos destinados a investigaci¨®n y a educaci¨®n. Mucho se habla de nuestras diferencias con Europa y de la necesidad de converger en una serie de par¨¢metros macroecon¨®micos. Pero nunca se insistir¨¢ suficiente en el abismo que nos separa de Europa en el esfuerzo que se dedica a investigaci¨®n y desarrollo, asunto ¨¦ste sobre cuyo papel central para la prosperidad y el progreso de un pa¨ªs en el mundo de hoy resulta ya fatigoso y hasta ofensivo insistir, de tan obvio.
No se trata de diferencias evaluables en puntos porcentuales o de d¨¦cimas de punto, como en los tan manidos indicadores. Se trata de que el montante de recursos que dedicamos a investigaci¨®n es ni m¨¢s ni menos que tres veces menor, aproximadamente, a la media de los pa¨ªses europeos; medido en fracci¨®n del producto interior bruto, no se me vaya a arg¨¹ir con la distinta riqueza de los pa¨ªses en cuesti¨®n.
Y ello a pesar de que en los ¨²ltimos a?os esa fracci¨®n ha aumentado proporcionalmentem¨¢s que en el resto de los pa¨ªses, que tambi¨¦n la han seguido aumentando. Pero hete aqu¨ª que la racionalidad econ¨®mica requiere, al parecer, recortar gastos indiscriminadamente, lo que ha producido una interrupci¨®n en nuestro ritmo de acercamiento a Europa en los dos ¨²ltimos a?os.
Se consuma as¨ª la paradoja de que para ganar unas d¨¦cimas en ciertos campos parezca necesario perder factores del orden de tres o m¨¢s en otros que, como la investigaci¨®n, son universalmente considerados como estrat¨¦gicos.
Sin duda, el tama?o de nuestras carteras Samsonite y la calidad de nuestras corbatas est¨¢n ya a pocas d¨¦cimas de la media europea; otra cosa son nuestros cerebros, cuya calidad y preparaci¨®n mucho me temo se encuentren m¨¢s lejos. Y es que no se ha inventado otro medio para mejor amueblarlos que el del esfuerzo en investigaci¨®n y en educaci¨®n.
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